La nueva dirección política que emerja con la elaboración de la nueva Constitución para Chile tendrá la responsabilidad de enfrentar esos desafíos post coronavirus. Pero, sobre todo tendrá la difícil tarea de negociar con el gran empresariado su reconversión. No será fácil exigirles un cambio, desde el rentismo financiero y explotador de recursos naturales, hacia la producción de bienes y servicios, para generar efectivo valor agregado nacional. Y, por cierto, será más difícil aún imponerles un régimen impositivo que termine con las aberrantes desigualdades existentes en el país.
En el siglo XIV, cuarenta y ocho millones de personas murieron con la peste negra, lo que provocó cambios trascendentes en Europa. La caída de la mano de obra de los sirvientes debilitó el sistema feudal y adquirió fuerza la burguesía. El mito cristiano del paraíso abrió paso al sentido laico de la muerte. Se potenció la inclinación científica, poniendo en marcha las bases de la epidemiología moderna.
No sabemos cuántas personas morirán con el coronavirus, pero es evidente que al término de la pandemia se producirán cambios societales de envergadura.
El escritor Jared Diamond, famoso por su libro Armas, gérmenes y acero, dice que “la globalización explica que el coronavirus se esté expandiendo a una velocidad mucho más elevada que otras epidemias del pasado” (La Tercera, 13-03-2020) y lo compara con el impacto que tuvo la trasmisión de la viruela y el sarampión, en la conquista de los indígenas americanos, africanos y australianos. Es decir, las epidemias han sido determinantes en la historia de la civilización, así como los humanos hemos influido en la manera en que se propagan
Todo indica entonces que la globalización sufrirá cambios sustantivos como consecuencia de la pandemia. No será la misma que conocimos en los últimos treinta años. Las cadenas de producción transnacionales, para abaratar costos y manufacturar en China y otros países asiáticos se interrumpirán con el coronavirus. Incluso un poco antes, con la guerra comercial impuesta por Trump a China esas cadenas ya habían sufrido algunos bloqueos. Ahora serán más radicales.
Difícilmente, en el futuro, seguirán manufacturándose en el exterior los productos médicos y otros que se muestran fundamentales para nuestra sobrevivencia. Sucederá también con otros bienes y servicios. Seguramente, la industria, aplastada por una globalización radical, se reconstituirá en varios países. Ya no importará que los procesos productivos se realicen a mayores costos empresariales, sino se priorizará la seguridad de los abastecimientos. El Estado deberá velar porque se hagan efectivas localmente esas producciones, porque la interdependencia entre empresas y países ha mostrado su vulnerabilidad frente al impacto de la pandemia.
En consecuencia, es altamente probable que en la post pandemia se refuercen los consumos de producción nacional e incluso de cercanía. Se abrirán así oportunidades para reindustrializar nuestro país y también para acercarnos productiva y comercialmente con los países más cercanos de Sudamérica.
Por cierto, la globalización no terminará, sino estará más mediatizada, más regulada. China seguirá siendo una gran potencia económica manufacturera y, como sabemos, Chile tiene la ventaja de mantener con ella una relación privilegiada, que será preciso preservar, aunque en nuevos términos. No hay que olvidar que un tercio de nuestras exportaciones se dirigen a ese país.
Así las cosas, en nuestro país se debiera imponer una discusión, largamente postergada, sobre una nueva estrategia productiva, que reoriente recursos y esfuerzos, desde la producción de recursos naturales hacia bienes y servicios con incorporación de mayor valor agregado nacional. Al mismo tiempo, en apoyo de una nueva estrategia productiva resultará indispensable multiplicar la inversión en ciencia y tecnología, así como potenciar la educación superior.
En segundo lugar, con la pandemia ha quedado de manifiesto la fragilidad del Estado subsidiario: sin mascarillas, falta de respiradores y camas de hospital y con incapacidad para regular la especulación de los negocios privados (alzas de precios de bienes básicos y elevación de los seguros de las ISAPRES). Esto tendrá que cambiar, porque la seguridad de la familia chilena está en juego.
Se requerirá en adelante un Estado activo que, en el ámbito social, construya un sistema de salud pública universal, que atienda por igual a todas las familias, independiente de sus ingresos. Y, de la misma manera, se necesita un mejoramiento efectivo de la educación, en todos los niveles, para inventar, crear e incorporar inteligencia a procesos productivos más sofisticados, para superar la producción de recursos naturales. La salud y la educación son derechos y además fundamentales para tener una sociedad sana, culta y productiva.
En tercer lugar, la política económica deberá terminar con su denominada neutralidad que es, más bien, de complacencia con los grupos económicos. En este sentido, deberá castigar comportamientos rentistas y especulativos y premiar, en cambio, las actividades de transformación. Por cierto, ello debiera incluir una captación impositiva mucho más profunda, que se acerque a la media de la OCDE y que, además, aplique royalties efectivos a los productores de recursos naturales y a quienes deterioran el medio ambiente.
La nueva dirección política que emerja con la elaboración de la nueva Constitución tendrá la responsabilidad de enfrentar esos desafíos post coronavirus. Pero, sobre todo tendrá la difícil tarea de negociar con el gran empresariado su reconversión. No será fácil exigirles un cambio, desde el rentismo financiero y explotador de recursos naturales, hacia la producción de bienes y servicios, para generar efectivo valor agregado nacional. Y, por cierto, será más difícil aún imponerles un régimen impositivo que termine con las aberrantes desigualdades existentes en el país.
Finalmente, tanto en el 18 de octubre como durante la pandemia han quedado en evidencia las potencialidades creadoras y solidarias de la sociedad civil, así como de los municipios a lo largo de todo el país. Debieran aprovecharse esas capacidades y su multiplicación en redes cívicas, para enfrentar los desafíos que se presentarán con el término del coronavirus. Tenemos la gran oportunidad de impulsar un cambio sustantivo del modelo económico social, que nos ha aplastado por cuarenta años. Al término del coronavirus podremos hacerlo.