Un llamado a humanistas de pasado diverso, que buscan construir un FUTURO COMÚN
En este momento, mientras desde el poder se sigue apostando por los intereses de unos pocos, la gente normal responde con solidaridad, comenzando por el personal sanitario, siguiendo por todas las personas que nos aseguran los servicios básicos, hasta quienes ofrecen su trabajo voluntario en redes que permiten ayuda entre vecinos. La solidaridad hoy está teniendo muchas caras.
Pero, quizás, ha llegado el momento de profundizar en esa solidaridad verdadera, la que nace de personas y colectivos desde la base social. Para ello, necesitamos que vaya acompañada de una rebelión individual y colectiva ante el diagnóstico que nos vaticina un futuro peor que el pasado que nos ha traído hasta aquí, y que se repite machaconamente para que lo asumamos como nuestro.
Frente a ese futuro que nos condena, apostamos y contestamos con más solidaridad, la verdadera solidaridad, la que nos hace sentir más juntos que nunca pese a la distancia física, la que busca calmar el dolor en medio de tanta soledad. Desde esta posición, nos atrevemos a declarar que:
La verdadera solidaridad comienza por los más cercanos para irse extendiendo como una suave brisa hasta los confines de la tierra, sin que haya prejuicio o impedimento que la detenga.
La verdadera solidaridad no diferencia por lazos de sangre, razas, creencias, ideas, género, edad…
La verdadera solidaridad no entiende de fronteras que solo benefician a los ricos y divide a la mayoría de la población.
La verdadera solidaridad es valiente y denuncia la violencia en cualquiera de sus formas.
La verdadera solidaridad exige que los poderes financieros internacionales, la banca y las grandes empresas paguen impuestos y devuelvan a las poblaciones lo que les han arrebatado, y siguen haciendo en este momento de infortunio para toda la humanidad.
La verdadera solidaridad ha de plantearse la nacionalización de los servicios básicos fundamentales mientras se generan redes internacionales.
La verdadera solidaridad tiene claras sus prioridades: exige el desarme nuclear y el desarme progresivo, de modo que todos esos recursos se pongan a favor de la vida, de las personas y el medio ambiente.
La verdadera solidaridad comprende que el ser humano forma parte de un todo, el planeta, y que protegiéndolo se está protegiendo a sí mismo.
La verdadera solidaridad no justifica esquilmar los recursos de los pueblos para devolverles algunas migajas de lo que es suyo.
La verdadera solidaridad es hermana y va de la mano de la justicia social y de la redistribución de la riqueza.
La verdadera solidaridad entiende que todo ser humano tiene derecho a una renta básica que le asegure una subsistencia y condiciones de vida digna.
La verdadera solidaridad apoya la inversión de todos los recursos necesarios para generar una red de sanidad pública y universal en todo el planeta.
La verdadera solidaridad se expresa en la defensa de una educación gratuita y universal que tenga en cuenta que todo ser humano es un ser intencional capaz de transformarse y transformar el mundo en el que vive y, por tanto, que ponga en valor la rebelión frente a la deshumanización. Una educación que piense en capacitar a seres humanos integrales, que desarrollen todas sus potencialidades al servicio del bien común. Una educación que enseñe a nuestras niñas y niños a distenderse, a atender, y a conectarse con su interior, donde habita la inspiración, la real sabiduría, la bondad, la compasión y el amor verdadero… Una educación que les invite a preguntarse acerca del sentido de sus vidas y de todo lo existente.
La verdadera solidaridad busca eliminar dolor y sufrimiento en uno y en todos.
La verdadera solidaridad apuesta por la reconciliación frente a la venganza.
La verdadera solidaridad trabaja por construir una nueva cultura, cuyo máximo principio moral sea “tratar al otro como queremos ser tratados”.
La verdadera solidaridad nos libera y busca hacernos libres.