Una historia sobre presencias, encuentros y despedidas en época(s) de pandemia(s)

El papá de Miguel nació en Loncopué, un pueblo pequeño de casi 6 mil habitantes ubicado dentro de la provincia de Neuquén. Vivió allí hasta los 68 años. Era hincha de San Lorenzo. Disfrutaba ver los partidos de fútbol todos los domingos junto a su familia, aunque más disfrutaba cuando su casa era invadida por los amigos de sus tres hijos. “Mi casa siempre estuvo llena de artistas; músicos, cantantes y productores audiovisuales solían reunirse en ella. La sala de ensayo estaba en la casa de mis viejos. Por ahí pasaron muchas bandas de Loncopué. A mi viejo le gustaba compartir el asado, charlar y reírse. ¡Le gustaba mucho reirse!”, comienza aclarando Miguel, desde su casa en Caviahue, mientras yo leo titulares sobre cifras y estadísticas del coronavirus a nivel mundial. Hoy la casa del papá de Miguel está semivacía. Sólo quedó dentro de ella Santiago, el hijo menor de la familia. Santiago es un paciente asintomático y tiene que quedarse resguardado, en cuarentena. En cambio, la mamá de Santiago, también asintomática, es una paciente de riesgo (63 años), por lo que fue derivada al hospital de Loncopué, junto a otras personas mayores del pueblo. Santiago quedó solo, junto a los instrumentos, el sonido de la risa de su padre y el contacto (a la distancia) de hermanos y amigos que en algún momento pasaron por la casa y la sala de ensayo. “Todo comenzó en la secundaria. Mi hermano se armó una batería con baldes de pintura. Tenía que rendir y aprobar música. Desde ese momento no se despegó más de ese instrumento. Con el tiempo lo fue perfeccionando”, continúa paciente Miguel con su relato; un relato que es pronunciado con orgullo y dedicación. Miguel me enumera cada una de las bandas que ensayaron y estuvieron presentes en la casa de su padre, dándome a entender, en el mismo ejercicio, que el significado de la palabra encuentro y asado para él, como para su padre, no era algo menor e insignificante. “Por la casa de papá pasaron bandas de Loncopué como ‘Estrella Roja’, ‘Inestable’, ‘Ruidos Molestos’, ‘Guitarras Criollas’, de la misma forma que pasaron músicos solistas como ‘Mauro Pino’”. Muchas letras que han sido escuchadas y cantadas en Loncopué fueron pensadas, gestadas y musicalizadas en la casa del papá de Miguel. “Nuestra sangre se mezcló / trayendo al mundo el mestizo / pagando tu cobardía que viniste a derramar / Haciendo grande a tu patria / nos sembraste mortandad / Haciendo esclavos a los nuestros / el maldito Roca surgió”, se puede leer en “Nativo”, una de las letras de “Almadena”; una letra que constituye no sólo la identidad de la casa, sino también la identidad de la banda y la historia familiar de muchos jóvenes de Loncopué (palabra mapuche que significa “cabeza de cacique”).

En este contexto de aislamiento, la “información estadística, culpógena, represiva y miserable” es aquella que todo el tiempo genera vacíos comunicacionales y sólo se enfoca en la númerologia y los datos duros de la comunicación, desarraigando a las personas de características humanas, culturales y simbólicas. En “la información estadística, culpógena, represiva y miserable” no existe la empatía, sólo se profesa un individualismo brutal en donde no sabemos nada de la historia personal de los protagonistas. Sólo importa si esa persona está afectada por el virus (o no) y como esa persona afecta a los índices de la pandemia. Paradójicamente, los protagonistas de las historias se presentan sin historia. En este contexto, y como una forma de problematizar las decisiones editoriales con las que comunican los diarios locales  (La Mañana de Neuquén y Río Negro), me voy a permitir seguir profundizando en la historia del papá de Miguel. Unos días previos a su muerte, este hombre le solicitó a un vecino que lo ayudara con la limpieza y el encendido de un calefactor. Y en este pedido de ayuda, a diferencia de lo que proponen los medios masivos locales, se pueden reconocer dos explicaciones. Por un lado, ambas personas eran vecinos de toda la vida, así que los gestos de consideración representaban una práctica cotidiana de convivencia. Por otro lado, y más importante aún, resulta relevante mencionar que al papá de Miguel le detectaron diabetes hace más de 10 años y que, como consecuencia de esta enfermedad, en el 2017 le debieron amputar una de sus piernas. Desde entonces el papá de Miguel sólo se movilizaba en silla de ruedas. Y como el Instituto de Seguridad Nacional de Neuquén nunca lo benefició para acceder a una pierna ortopédica para mejorar su calidad de vida, el papá de Miguel, durante estos últimos tres años, decidió quedarse dentro de su casa, sin salir a ningún lado. El único momento de esparcimiento se desarrollaba cuando existía la posibilidad de compartir un asado en el patio, junto a todos los amigos y las amigas que constituían la gran familia que se creó en la casa del papá de Miguel. “La última vez que vi a mi padre fue durante los primeros días de marzo. Festejamos el cumpleaños de Walter, un integrante de la banda ‘Almadena’ y productor audiovisual con el cual trabajó”, me confiesa Miguel. “Esa fue la última vez que vi a mi padre y toda mi familia junta. Después yo me volví a Caviahue”. Miguel, como toda su familia, no pudo despedir ni velar a su padre como corresponde. Y si bien ni su papá ni nadie de la familia estuvo presente en el famoso asado del que todo el país habla, para Miguel es importante remarcar que el asado, como lugar de encuentro, es la última imagen que tiene de su papá.

En este contexto, y ya con un par de datos más para transcribir esta historia, es fundamental subrayar que hoy, de igual modo, se intenta sancionar a las personas que participaron de un encuentro dentro de la cuarentena decretada a nivel nacional; se los intenta sancionar como represalia y medida disciplinadora para el resto de la comunidad. Se busca dirigir el llamado de atención sobre la población, como si fuese la población la responsable de todos los males que ha producido la pandemia del coronavirus; como si la población de Loncopué se pudiera educar por medio de “azotes” y “tirones de oreja”. En la historia del mundo hemos aprendido que el sopapo no es una acto pedagógico. Sin embargo, el gobierno nacional así como el gobierno provincial buscan disciplinar a la sociedad por medio de “chirlos”, multas y correctivos (Sandra Taboada, la fiscal a cargo de resguardar jurídicamente la integridad de la población de Loncopué, no sólo que ha demostrado en diferentes ocasiones ser amiga de los proyectos extractivos en la región, sino que también es la persona que perdió la única prueba contundente para avanzar en el caso de Sergio Ávalos). Son estos mismos representantes políticos los que no tuvieron ningún inconveniente, por ejemplo por citar un caso específico, en impulsar la megamineria en Loncopué (véase intendente Walter Fonseca minera MCC). Ahí no hubo sopapos, ni chirlos, ni apremios, sino que más bien existieron incentivos y premios concretos para quien presentara la mejor predisposición, alentando con elocuencia a la población con los típicos mensajes perversos y cínicos usados para estas ocasiones. “Ésto (la megamineria) traerá progreso y trabajo a toda la población”. Pero las comunidades de muchas ciudades de las provincias de Neuquén y Río Negro son sabias, y ya conocen las bondades de la megamineria a cielo abierto, que sólo benefician a un grupo ínfimo de gente, produciendo, en consecuencia, grandes pestilencias en el agua y la tierra, atentando contra la vida finalmente. Y así como en ese momento la población tuvo la soberanía para rechazar la megamineria, hoy también la sociedad de Loncopué tiene la soberanía para abordar esta problemática en su comunidad. “Fue un acto irresponsable, pero no guardo rencor. Sólo sé que ya no se puede volver el tiempo atrás para hacer las cosas bien; nos queda la experiencia que dará paso al aprendizaje y la lucha para que todos salgamos de ésta”, me responde Miguel considerado y prudente, sabiendo que siempre hay un lado B en las noticias y la presentación de los casos por parte de los medios masivos de comunicación de la región. Lejos de buscar culpables o una posible venganza jurídica, Miguel entiende que hay que comprender, situarse en el contexto y salir de esta situación particular e inhóspita en comunidad,  como comunidad; una comunidad que acostumbra a saludarse en la calle y hacer del encuentro una ceremonia transcendente; una comunidad solidaria que en vez de denunciar y pedir castigos severos, se preocupa por acercarse a la persona que tiene al lado, como intentó acercarse, en su momento, el vecino del papá de Miguel o como intentan ayudar Walter y Gonzalo a su wenuy (amigo) Santiago, que desde el primer día de la cuarentena le acercan mercadería, dejándosela afuera, mientras lo miran a la distancia; una distancia que se mide a través del vidrio de una ventana, entendiendo que esa presencia es el único gesto de solidaridad y ternura que una persona aislada y en cuarentena puede recibir por estos días, dentro de un contexto en donde los responsables políticos (que dicen custodiar la vida) sólo están preocupados por salvaguardar sus mandatos políticos; intendentes comunales que lejos de establecer lazos de empatia con la población, intentan arriarla como un ganado, mostrándose por encima de ella, reconociendo, en el mismo acto, su incapacidad e impotencia para abordar un mal generalizado que se desborda. ¿Cuánto tiempo pasará antes que éstos mismos representantes políticos (véase Omar Gutierrez), supuestos defensores de la vida, intenten nuevamente impulsar la megamineria en Loncopué? Más atinado, considerado y superador se pronuncia Miguel, redireccionando la fuerza y la voluntad, reconociendo que “aún estamos en lucha y aún estamos resistiendo. Mi hermano y mi madre son positivos. La pelea está puesta en que se recuperen.”

Antes de hacer pública esta nota se la envié a Miguel para que la viera. Al leerla Miguel agregó datos de último momento. En primer lugar, hacía unos minutos (del día sábado 11 de abril) su hermano Santiago le había comunicado vía WhatsApp que la prueba realizada para detectar el coronavirus en el organismo de Walter había dado negativo. Primera buena noticia. En segundo lugar, Miguel me comentó que su mamá seguía “internada, de buen humor y con una energía envidiable”. Segunda buena noticia. “Mi mamá se llama Margarita y es una guerrera”, concluyó Miguel, a modo de despedida. “Mañana domingo publico la nota”, le respondí yo deseando, en el mismo acto, poder viajar, en algún momento, a Loncopué para conocer y caminar junto a Margarita por la orilla del río Agrio; un río que merece ser saludado y custodiado; una escena que merece ser retratada y difundida para demostrar con ello la fuerza y la importancia de los actos de comunicación y contemplación para con las personas, como así también para con los elementos naturales que constituyen la vida.