El ministro de Hacienda chileno, Ignacio Briones, dijo en febrero, impulsado por el “estallido social”, que “debemos construir un sueño de país, pero poniéndole rostro. He hablado varias veces de Nueva Zelanda, porque comparte varias similitudes con nosotros. Es un país pequeño, alejado del mundo, intensivo en recursos naturales a los que les agrega valor y complejidad. Es un país muy pro mercado y una de las economías con el mejor clima para hacer negocios y un Estado tremendamente moderno y eficiente. Además, es una sociedad integrada, muy inclusiva” (La Tercera; 2-2-2020). Y agregó, en la misma entrevista, que “es una meta realista lograr ser como Nueva Zelanda. Tiene ingresos de US$ 42 mil per cápita y Chile US$ 27 mil. Y, de hecho, hace 20 años ellos tenían un nivel de ingreso similar al nuestro de hoy” (Ibid.).
En la línea del ministro Briones podríamos comenzar siguiendo su ejemplo en su muy exitosa modalidad del combate contra la pandemia del coronavirus. En esto tenemos además la similitud de que siendo países del hemisferio sur recibimos los primeros casos de la enfermedad por los mismos días; y en que nosotros constituimos también una virtual isla y en el extremo del mundo. ¿Cómo lo han hecho? A través de un cierre total de fronteras el 19 de marzo; y de una cuarentena total desde el 26 de marzo mantenida en principio hasta el 26 de abril. Solo se ha posibilitado salir a quienes realizan trabajos esenciales como el personal de la salud y para hacer compras en el supermercado y farmacias. Es decir, un enfoque drástico que ha privilegiado la salud de la población por sobre cualquier otra consideración.
¿Y cuáles han sido sus efectos? Al día de 14 de abril, Nueva Zelanda registró 1.366 casos (283 por cada cien mil personas), con solo 17 casos nuevos y 9 personas fallecidas (2 por cien mil). Por otro lado, se han recuperado 628 personas, manteniéndose como casos activos 729; y lo que es más importante, de ellos ¡solo 4 constituyen casos críticos! Por otro lado, ha efectuado un total de 64.399 test, es decir, la no desdeñable cifra de 13.355 por cada cien mil (13,3%) (Ver hhtps://www.worldometers.info/coronavirus/#countries).
En cambio nosotros hemos seguido el enfoque gradual que ha seleccionado la gran mayoría de los países europeos y americanos; solo con algunas diferencias importantes en los tiempos de aplicación de cada medida escalonada. ¿Sus resultados? Chile ha registrado 7.917 casos (414 por cada cien mil personas), con 392 casos nuevos (¡a diferencia de los 17 neozelandeses!) y 92 personas fallecidas (5 por cien mil). Por otro lado, se han recuperado 2.646 personas, manteniéndose activos 5.179. Pero ¡con 387 casos críticos, a diferencia de los 4 de Nueva Zelanda! Por último, aquí se han efectuado 87.794 test lo que representa 4.593 por cada cien mil (4,5%), bastante por debajo del país oceánico.
Las diferencias de resultado son abismantes, sobre todo teniendo en cuenta que los indicadores de futuro son excelentes para Nueva Zelanda y muy malos para Chile. Es cierto que a nivel latinoamericano registramos (todavía) una baja tasa de mortalidad, pero estamos en la cumbre (con excepción de Panamá y Ecuador) en la cantidad proporcional de personas contagiadas (414 por cien mil, en relación a los 828 de Panamá y los 431 de Ecuador), y muy por sobre Brasil (116) y Argentina (50). Es cierto que la cantidad de test en estos últimos países es mucho menor que las efectuadas en Chile: 22. 805 en Argentina (505 por cien mil); y sobre todo Brasil, con 62.985 (296 por cien mil). Pero esto último podría traducirse en que particularmente la situación de Brasil –por las completamente irresponsables políticas de Bolsonaro- llegue a ser mucho peor todavía que la de Chile, lo que en ningún caso podrá –obviamente- representar siquiera un mínimo consuelo para nosotros…
Es cierto que para seguir el ejemplo de Nueva Zelanda tendríamos que hacer un inmenso esfuerzo económico-social dado que la extremadamente desigual distribución del ingreso de nuestro país no permitiría (de no hacer cambios profundos) mantener a las personas más pobres en cuarentena sin que se mueran de hambre.
Debemos reconocer que, de acuerdo a un informe del Banco Mundial de 2016 (Poverty and shared prosperity 2016: Taking on inequality); de 101 países considerados, Chile solo era superado en cuanto a desigualdad por seis países: Sudáfrica, Haití, Honduras, Colombia, Brasil y Panamá.
Y que de acuerdo al Informe de la CASEN de 2017, “existen 1.528.284 personas que subsisten bajo una precaria situación, tomando en cuenta sus escasos ingresos económicos” y que “el 10% más rico tiene 39 veces más ingresos que el 10% más pobre, peor que en 2015 donde era 33,9 veces” (DiarioUchile; 21-8-2018). Además, no debemos olvidar que incluso en circunstancias normales la extrema desigualdad en la atención de salud de los más pobres los ha afectado de tal manera que varios miles de personas fallecen estando en listas de espera para atenderse en el sistema público de salud. Es lo que reveló un informe del propio Ministerio de Salud al Congreso Nacional de 2018: “Una de cada ocho personas que fallecieron en el primer semestre de 2017 estaba en lista de espera para recibir una atención en el sistema público de salud (…) 6.320 personas (…) y que durante todo 2016 fallecieron 15.600 pacientes de la lista de espera. Además, señaló que si bien no era posible establecerlo de manera certera, al menos en 6.700 casos podía haber una relación entre la muerte y haber tenido una atención pendiente” (El Mercurio; 17-3-2018).
No hay que ser muy perspicaz para prever que todo lo anterior, combinado con el hecho de que nos acercamos al peor período del virus –el invierno- unido al seguro incremento de la contaminación atmosférica; va a llevar –de no poder sustentar económicamente un ingreso mínimo en los sectores populares por parte del Estado- a hacer imposible una estricta cuarentena de ellos en los meses de invierno con la consiguiente incalculable mortalidad que se sumará a la que anualmente se produce por las listas de espera.
Hasta el momento el Gobierno no parece darse cuenta del terrible problema que se nos avecina; dándonos informaciones complacientes con sus dudosos paralelos con los demás países latinoamericanos. ¡Si ni siquiera se ha propuesto garantizar que todo chileno pueda disponer de mascarillas fiables, al desaprovechar las facultades excepcionales que posee para coordinar con la empresa privada la confección masiva de ellas y su distribución universal y gratuita a través de las municipalidades! ¡Aún tenemos tiempo de seguir el exitoso ejemplo de Nueva Zelanda!