Todo indica que la crisis que actualmente estamos viviendo es un punto de inflexión en la historia. Al término de la pandemia nuestras vidas y sociedades no serán iguales a las de antes. Es seguro que se producirán cambios societales de envergadura.
La globalización no será la misma que conocimos en los últimos treinta años. Las cadenas fragmentadas de las empresas transnacionales, para abaratar costos y manufacturar en China y en otros países asiáticos se interrumpirán. Incluso un poco antes, con la guerra comercial impuesta por Trump a China esas cadenas ya habían sufrido algunos bloqueos. Ahora éstos serán más radicales. No es que la globalización se revierta. Pero se frenará y adquirirá nuevas formas.
En adelante, resultará más difícil ser abastecidos por suministros médicos provenientes de China u otros países lejanos. Esos suministros y otros bienes sensibles, como los alimentos, serán asunto de seguridad nacional y por tanto de necesaria producción interna. La eficacia económica que fundamentaba la globalización se modificará para asegurar las necesidades básicas de las poblaciones.
La globalización estará más regulada. Sobre todo, se modificarán las prioridades de la inserción internacional. Los países vecinos adquirirán mayor importancia económica. En Sudamérica, con mercados cercanos y acuerdos comerciales vigentes se pueden abrir nuevos espacios para complementaciones productivas. Quizás ahora se pueda cumplir el sueño de Prebisch de integrar productiva y comercialmente a la región.
Así las cosas, en Chile y Sudamérica, economistas y políticos deberán volver a pensar. Tendrán que terminar con las ideologizaciones libremercadistas y recuperar una discusión, largamente postergada, sobre una nueva estrategia, que reoriente recursos y esfuerzos, desde la producción de recursos naturales hacia bienes y servicios, con incorporación de mayor valor agregado nacional. Eso no lo puede hacer un Estado subsidiario, sino un Estado activo.
Al mismo tiempo, en apoyo de una nueva estrategia productiva será indispensable multiplicar la inversión en ciencia y tecnología. Ello exigirá también un sistema de salud pública universal y el mejoramiento efectivo de la educación, en todos los niveles. Porque para inventar, crear e incorporar inteligencia a procesos productivos modernos se necesita buena salud y una educación del mejor nivel, que se extiendan al conjunto de nuestras sociedades.
La experiencia del coronavirus exige especial preocupación por la defensa de los ecosistemas porque las pandemias no son casuales.
Finalmente, la experiencia del coronavirus exige especial preocupación por la defensa de los ecosistemas porque las pandemias no son casuales. Los humanos no somos entes separados del mundo natural y nuestro comportamiento irresponsable es el que ha deteriorado los ecosistemas. Por tanto, para defendernos de las pestes y ser menos vulnerables debemos cambiar nuestras formas de vida y proteger la naturaleza.
El desafío que nos espera es terminar con la anarquía de los mercados para construir sociedades solidarias, más duraderas y humanamente habitables.
El coronavirus ha dejado al descubierto las fragilidades del capitalismo neoliberal globalizado. Lo dice el Financial Times, en su reciente editorial del 03-04-2020:
“Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos. La pandemia de coronavirus ha expuesto la fragilidad de la economía de muchos países”.
“Los gobiernos deben aceptar un rol más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como una inversión y no como un lastre, y buscar modos para que el mercado del trabajo no sea tan inseguro. La redistribución (de la riqueza) debe volver a estar en la agenda; los privilegios de los ricos deben ser cuestionados. Políticas que hasta hace poco eran consideradas excéntricas, como el salario mínimo y los impuestos a la riqueza, deben estar en el programa”.
Después del coronavirus, habrá que volver a empezar.