La emergencia coronavirus ha creado una nueva situación para todo el mundo, rompiendo hábitos y certezas, y para los activistas también ha supuesto la cancelación de iniciativas organizadas desde hace tiempos, o para desarrollar. Cómo has vivido y vives estos momentos?
Con preocupación. No por la situación en sí misma, puesto que soy de los que piensan desde hace tiempo que este sistema se derrumbará tarde o temprano, sino por la respuesta de los movimientos. Menos preparados que la propia sociedad civil. Es evidente que estamos en una fase de transformación acelerada del modelo económico y social. Así como es evidente la voluntad de las élites de dominarla y gobernarla. La pandemia nos ha cogido “con el paso cambiado” y no solo por la imposibilidad de mantener nuestro programa de acciones o reuniones, sino precisamente por la incapacidad de pensar en una respuesta inmediata (táctica) que sea parte de un discurso más amplio (estratégico).
Creo que una serie de problemas teóricos y organizativos del conjunto de la izquierda (de la reformista a la antagonista) se han puesto de manifiesto con el estado de emergencia, en primer lugar la práctica renuncia a proyectos ambiciosos de transformación radical del presente a favor de un pragmatismo de corto alcance.
En España y Cataluña el problema se agrava por la presencia de un sector (Podemos y Comunes – partido de Ada Colau -) que hasta hace poco reivindicaba su raíz movimientista y que ahora cierra filas con los otros partidos alrededor de las piedras angulares del sistema, como el ejército y la policía, e intenta neutralizar las iniciativas populares autónomas (como los grupos de apoyo mutuo, redes de empoderamiento colectivo a los barrios, o la huelga de alquileres), con la adopción de medidas de cariz asistencial y mucha propaganda.
Aun así, hay elementos que ayudan a no perder la esperanza. La gente, y sobre todo muchos jóvenes, consolida prácticas de solidaridad y autogestión en los territorios: desde la fabricación de mascarillas al reparto de alimentos, al asesoramiento en temas de trabajo, derechos y educación, que se insertan o añaden a estructuras preexistentes (comités para el derecho a la vivienda, asambleas de barrio, mercados de proximidad autogestionados) ampliándolas y reforzándolas.
Por otro lado, la última década de luchas laborales y por el derecho a la autodeterminación ha dejado en Cataluña una pluralidad de sujetos colectivos, críticos con el orden establecido, que continúan activos. La esperanza es que estos vientos que atraviesan la base social puedan hacer posible una revuelta radical inspirada por valores de solidaridad y justicia social y ambiental.
Qué respuestas nuevas y creativas ha encontrado vuestro grupo para continuar con su actividad a pesar de las limitaciones que impone esta emergencia?
Yo me muevo entre colectivos anti-represivos, CDR (comités de barrio republicanos e independentistas) e iniciativas de comunicación alternativa y de memoria histórica. Desde estos ámbitos estamos participando en las nuevas redes de apoyo mutuo a los barrios, que van desde la ayuda directa a personas mayores o en situación de vulnerabilidad, hasta la asistencia psicológica, a la autoorganización en varios temas: trabajo, vivienda, educación o cultura.
En el caso de iniciativas anti-represivas, por otro lado, somos incapaces de dar una respuesta adecuada a la aceleración del control social y a un ritmo represivo sin precedentes (hasta ahora y con la «ley mordaza» han sido multadas más de 100.000 personas y más de un millar han sido detenidas en medio de los aplausos de una opinión pública instigada por una derecha neofascista desbocada).
Con una parte considerable de la izquierda del país España que avala la presencia del ejército en las calles y en las ruedas de prensa del gobierno, que blanquea cada día por acción u omisión la monarquía (el rey en plena revelación de escándalos de corrupción que le afectan muy directamente, se presenta como si nada en rueda de prensa como jefe del estado y las fuerzas armadas en uniforme de camuflaje), que acepta y hace suyo lenguajes militares y belicistas resulta todavía más difícil articular una respuesta eficaz a los embates que no hemos parado se sufrir en el último ciclo político (recuerdo que solo en Cataluña hay más de 2400 personas actualmente encausadas por hechos relacionados con el movimiento por la independencia).
Embates represivos que se van sucediendo, con ataques continuados a derechos y libertades – individuales y colectivas – por parte de estructuras estatales plagadas de cultura franquista (con ejemplos inimaginables en países del entorno europeo como las recientes amenazas dirigidas por el Tribunal Supremo a los funcionarios de la administración penitenciaria catalana que tenían que acordar – en el nuevo contexto de emergencia sanitaria y siguiendo las indicaciones de la OMS – medidas de excarcelación y confinamiento domiciliario a, entre otros, los presos políticos catalanes) y que configuran un diseño de estado de excepción permanente.