Por Grettel Hernández
Definición de voyerismo: Actitud propia del voyerista.
Voyerista (del fr. voyeur e –ista): Persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas.
El voyerismo (del francés voyeur) se puede traducir como el “mirón”. Sería una palabra romántica de describir la forma ancestral de creer que el cuerpo de la mujer se hizo para mirarlo. Algunos dirían para admirarlo. Sin embargo, una niña desde que inicia su pubertad, para no ir más atrás, comienza su vida de “cuidados”, la advierten de no provocar, no usar escotes, no mostrar más de lo necesario, sentarse “como señorita”. Nada de eso es verdad, desde que la niña empieza la pubertad inicia su lucha contra la atención no deseada. Simplemente, ella no desea que nadie haga alusión acerca de su cuerpo.
El 19 de febrero de 2020 en el periódico La Nación (Costa Rica), se publicó bajo el título “Complicado proceso deja sin castigo a acosadores callejeros” [CITATION Pat \l 22538 ], el cual me llamó la atención; según la noticia, el acoso sexual callejero solo se le considera una contravención, por ser una conducta antijurídica “de poca gravedad”. Se multa la conducta, pero no se la considera lo suficientemente grave para ser un delito; por tanto, el sujeto que acose en la calle se le “castiga” con días multa. El proceso de poder acudir a las autoridades y eliminar ese comportamiento, no pareciera ser una solución al problema, pues no ataca su raíz.
En la cultura costarricense, androcentrista, machista y patriarcal, se considera como normal el hecho de que a la mujer se la puede “tocar”. Tocar sí, con la mirada, con las palabras, con insinuaciones, comportamientos sexuales impropios, gestos. Todo eso y más, la toca en forma impúdica y de manera no deseada. La mujer no tiene porqué ser tocada si ella no lo desea. Quizás es simple plasmarlo en un papel y hasta decirlo. Sin embargo, el cambio cultural y la forma de percepción aún están lejos de cambiar.
Esa invasión del espacio personal es violenta, se impone el macho porque simplemente es algo que aprendió. Casi se podría decir que es un oculto permitido, ante la negación de la mujer, el macho se impone con un silbido, un gesto, palabras de patán, incluso con amenaza. La mujer camina y es receptora de la violencia callejera. De alguna manera, la cultura se construyó así: él toca los derechos de ella, los mancilla y avanza desde los límites de sí mismo para ir transgredir los de ella, como algo de su propiedad.
Una ley no puede resolver esta forma de violencia. Las mujeres tienen derecho a caminar por la calle con libertad, a no ser juzgadas por cómo visten, a vivir su cotidianeidad y a ser libres porque el acoso sexual callejero atenta contra los derechos humanos de las personas. Las mujeres son las principales víctimas de esta práctica.
Ante esta situación, surgen un sinnúmero de interrogantes: ¿quiénes reproducen las condiciones de ser femeninas y masculinas? ¿Cómo aspirar a formas de vida con sentido, en donde no se “objetivice” a ninguna persona y menos por su condición de ser mujer? Y parafraseando a Marcela Lagarde, ¿de qué manera se puede generar un desarrollo social y cultural en el cual se favorezca el crecimiento, el respeto a los derechos humanos y un mejoramiento en la calidad de vida de todas las personas? ¿Cómo crecer sin miedo de estar sola en un lugar, un baño, la calle, el barrio, la propia casa?
Un cambio es urgente y posible. Desde que los niños y las niñas están en preescolar, en sus hogares, en cualquier ámbito necesitan reconocer formas de relación saludables y no violentas.