La hibakusha Setsuko Thurlow, sobreviviente de la bomba de Hiroshima, ha testimoniado cientos, tal vez miles de veces, cómo vivió aquel 6 de agosto de 1945, las semanas siguientes, la discriminación posterior de las víctimas… Quisimos en esta ocasión que nos contara en una corta entrevista -que agradecemos enormemente dado su estado de salud- cómo combina su activismo antinuclear con su declarada espiritualidad.
Grabación y edición Vídeo: Álvaro Orús
–¿Cómo llegó al activismo y hacer de ello su propósito de vida?
–Esto tomó mucho tiempo, no sucedió sin más. Todos vivimos juntos la experiencia de Hiroshima y, después de 15 años de guerra, finalmente llegó la paz. Y nos alegramos de que Hiroshima se convirtiera en la ciudad de la paz, todos querían la paz, no más guerra. Así que todos prometieron la paz y todos quisimos hacer un voto a los seres queridos, de que su muerte nunca sería en vano. Queríamos asegurarnos que esa mentalidad seguiría y crecería a lo largo de los años pero las experiencias fueron muy diferentes.
En mi caso, después de la graduación en la universidad, llegué a Estados unidos en 1954. Entonces me pidieron mi opinión acerca de la prueba que EEUU hizo con la bomba de hidrógeno, que causaba problemas ambientales y humanos en el Pacífico Sur, y esto me enfureció porque ya teníamos suficientes problemas en Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, nuevamente los Estados Unidos no se arrepentían de lo que habían hecho, sino que seguían probando, lo que significaba que querían fabricar más y más armas nucleares. Entonces, comprendí que teníamos que estar preparados y me dije: ‘hagamos nuestra parte y sigamos hablando de la horrible experiencia, esa experiencia inhumana que nunca debería haberse tenido que explicar’.
–Usted ha hablado, en una de sus intervenciones, acerca de su conversión al cristianismo ¿Qué relación tiene con su activismo?
–En mi caso, como ve, fue en 1954, cuando llegué a EEUU y al ser preguntada sobre mi opinión de que siguieran probando nuevas armas. Creo que ése fue el comienzo de mi acción formal como activista. Pero había sido antes cuando me había convertido al cristianismo porque, después de la horrible experiencia, todo el mundo buscaba el sentido de la existencia. Ciertamente tenía millones de preguntas: Si Dios es un Dios de amor, por qué Dios permite que suceda tal maldad… Además EEUU era considerado un país cristiano y el cristianismo era la religión del pueblo estadounidense… Por lo que viví mucha confusión y me hice muy diferentes preguntas.
Yo di con maestros de secundaria, a los que hice muchas preguntas, y que mostraron una gran paciencia y comprensión; me apoyaron mucho y, ya después de varios años, pude decir que quería unirme a la iglesia y, para mí, eso significaba que iba a ser miembro de la Iglesia Cristiana y que era hija de Dios. Ello significa que todos los seres humanos son mis hermanos y hermanas, un sentido del mundo, un sentido de solidaridad con cualquier otro ser humano, que te permite saber dónde estás en el mundo, cuál es tu responsabilidad, cuál es tu relación con el mundo.
Así es que mi conciencia social surgió mucho después de mi entrada en la iglesia. Por supuesto, otras personas pueden decir lo mismo desde la iglesia budista u otras religiones. En mi caso, al ser estudiante en una escuela cristiana y el ambiente en ella de gran sensibilidad, esto me ayudó, me ayudó a sanar del horror de la bomba atómica. De modo que la experiencia [espiritual] se dio primero. Después de ello, terminé la universidad y fui a los EEUU. Ciertamente, mi activismo en un movimiento antinuclear es inseparable de lo espiritual, es lo mismo. Puedes llamarlo más espiritual. Oh, sí, sí, mi hermandad, la hermandad de nuestra comunidad, de la comunidad humana.