Por Ovidio Bustillo García
Son bien conocidas las habilidades militares para el camuflaje, el engaño y la apropiación indebida. Esto sucede también con las palabras seguridad y defensa, dos necesidades humanas que han monopolizado los ejércitos y con las que quieren justificar su existencia y hasta sus fechorías. Sorprende que esta apropiación apenas sea contestada por partidos, sindicatos, jueces, religiones, buena parte de ONG y demás instituciones y personas de bien.
A pesar de que el gasto militar mundial ha superado en 2018 los 1,82 billones de dólares segùn el SIPRI (Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo) y el español, los 32.000 millones de euros (1), no recuerdo ningún debate de importancia en Parlamento alguno sobre la necesidad de tan sangrante esfuerzo más allá de algunas arengas patrióticas, hipócritas llamamientos a la paz y apelaciones al secreto militar.
Tenemos derecho a debatir cuáles son las amenazas reales, quién nos amenaza, quién es el enemigo, qué es lo que nos da seguridad, qué tenemos que defender y de quién… Tenemos el deber de preguntarnos cómo podemos defender lo que nos da seguridad y nos hace mirar al futuro con optimismo. ¿Nos dan seguridad los ejércitos? ¿Nos defienden?
La función teórica de los ejércitos ha sido históricamente la de defender el territorio y la población de posibles ataques exteriores. Como bien explica Pere Ortega (2) los ejércitos han perdido la función para la que fueron creados, las guerras entre Estados han desaparecido para dar paso a las guerras internacionales y con objetivos bien alejados de su función inicial.
Frente a la visión obsoleta y engañosa de la seguridad militar surge, tras la Guerra Fría, el concepto “Seguridad humana”, un concepto unido al desarrollo humano integral, a las preocupaciones de la población, a la satisfacción de las necesidades básicas y a la seguridad de poder mirar el futuro con optimismo sabiendo que podremos realizarnos como personas, en comunidad, en armonía con la naturaleza y con una vida digna.
Efectivamente, lo que nos da seguridad es saber que si caemos enfermas tendremos una red sanitaria que vele por nuestra salud sin que nos suponga una ruina económica. Nos da seguridad saber que en nuestra vejez tendremos unas pensiones públicas que nos permitirán vivir con dignidad los últimos años de nuestra vida. Nos da seguridad saber que nuestras hijas e hijos, nuestras nietas y nietos tendrán acceso a la educación, a una alimentación sana, a un desarrollo en paz, a la vivienda, al trabajo… que podrán ejercer libremente sus derechos y afrontar sus proyectos vitales.
Desde Latinoamérica a Europa ha sido la sociedad civil quien se ha tenido que organizar para defender los servicios sociales, los derechos colectivos, la naturaleza y la tierra. Ha sido la sociedad civil quien ha tenido que organizar la defensa de los derechos humanos, de las libertades, el derecho a la vivienda o a una pensión digna, a veces con verdadero heroísmo, asumiendo el riesgo de exponer sus cuerpos ante unas fuerzas del orden dispuestas a todo y en ocasiones hasta de los ejércitos que dicen defendernos.
Ninguno de los objetivos de la agenda 2030 de la ONU ni de las necesidades de seguridad humana es defendida por los ejércitos. Sin embargo, su misma existencia es ya una amenaza para lograrlos, por el despilfarro de recursos que supone. Lejos de defender a la población el intervencionismo militar ahoga las posibilidades de una vida digna. Lo estamos viendo abiertamente en países de América del Sur, como Bolivia, Chile o Brasil, puestos al servicio de las minorías que ostentan el poder político y económico.
Es muy evidente este papel de los ejércitos, no sólo en las dictaduras que ellos imponen y lideran, sino también en gobiernos autoritarios y hasta en las “democracias consolidadas” que, con la excusa de la lucha contra el terrorismo o cualquier otra elaboración del enemigo, facilitan la implantación de políticas securitizadoras que impiden la protesta social o militarizan las fronteras.
Pese a la insistencia en la imperiosa necesidad de tener un buen ejército, existen en el mundo más de una decena de países que no lo tienen, sin que ello suponga una merma de su soberanía. El hecho de que la mayoría sean países muy pequeños desmiente la creencia de que sin ejército seríamos invadidos por nuestros vecinos.
Si analizamos con sentido crítico las grandes amenazas y retos que tiene hoy el planeta nos damos cuenta que lejos de aportar soluciones, los ejércitos son parte fundamental del problema. Comencemos con el reto más mediático actualmente:
1. Emergencia climática y colapso ecosocial
En tiempo de paz, las maniobras militares y el día a día de los ejércitos suponen un gasto ingente de combustibles fósiles y recursos. Sólo en 2017 el ejército de los EE.UU compró unos 269.230 barriles de petróleo al día y emitió más de 25.000 kilotoneladas de dióxido de carbono con la quema de esos combustibles (3). Para hacernos una idea más cercana, un avión B-52 consume unos 12.600 litros de combustible a la hora. Los pesados artefactos de los ejércitos circulando por tierra, mar y aire suponen una considerable contribución al calentamiento global que el secreto militar y el desinterés de los estados hace difícil cuantificar. Habría que añadir las considerables emisiones del complejo militar-industrial. En caso de conflicto bélico es bien conocida la capacidad de los ejércitos para la destrucción del medio y de las comunidades humanas. El uso de agentes químicos, biológicos o nucleares deja igualmente secuelas permanentes sobre los territorios y la vida.
Los ejércitos son responsables del actual Desorden Mundial, pues van por delante cuando gobiernos o pueblos se resisten a formar parte del gran mercado depredador de recursos y explotador de las personas. Recordemos invasiones como Afganistán o Irak, y la amenaza de los diversos militarismos a las distintas comunidades de América Latina. Superar el actual sistema de producción y consumo supondrá también tener que prescindir de los ejércitos si no queremos dejar la puerta abierta a las soluciones militares, autoritarias, impuestas y al servicio de unos pocos.
Amortiguar el calentamiento global implica romper la espiral de la lógica militar que hace que su intervención contribuya al calentamiento que provoca desplazamientos de la población, generando conflictos por la supervivencia y los recursos, y que, a su vez, tratan de solucionarse militarmente… y así sucesivamente. Romper esta espiral sólo es posible superando el militarismo con resoluciones justas y pacíficas de los conflictos, con más solidaridad, más conciencia de ciudadanía del mundo y menos patriotismo. Sólo tenemos un planeta y nos toca cuidarlo a todas.
2. La amenaza nuclear
Que no se hable de ella no quiere decir que no exista. Según ICAN (Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares) hay nueve países que poseen más de 17.000 armas nucleares(4). EE.UU y Rusia mantienen en estado de alta alerta unas 2.000, listas para lanzarse a los pocos minutos de una advertencia.
Cuanto más se tarde en su total prohibición y destrucción, mayor será el riesgo de una catástrofe mundial por accidente, por error humano, técnico… o simplemente una locura mental transitoria de alguno de los responsables políticos o militares de las grandes potencias. Si Hitler hubiera tenido la bomba atómica la habría usado, y nadie nos garantiza una mejor salud mental a algunos de nuestros dirigentes.
En este caso son los ejércitos la máxima amenaza directa a toda la vida del planeta. Lejos de defendernos nos convierten en sus rehenes. Una sóla bomba sobre una gran ciudad podría matar a millones de personas inocentes, que habían puesto su confianza en el ejército.
3. Superar el hambre y las desigualdades
Es otro de los grandes retos que tiene la humanidad para las próximas décadas. El saqueo de los recursos del Sur por el Norte Global suele ir acompañado de generosas colaboraciones de “seguridad” con los gobiernos títere impuestos. Si esto no es posible, no se descarta la desestabilización a través de la financiación de grupos armados o la abierta ocupación militar.
Paralelamente se establece una militarización de las fronteras para controlar cuántos, quiénes y cómo pueden dar el salto a una esperanza de vida mejor. Si estas personas migrantes tienen la suerte de sobrevivir al intento, les esperan años con el miedo a la deportación, sin derechos, con la seguridad de ser explotados y convertidos en mano de obra esclava para mantener nuestro “Estado de Bienestar”.
Los ejércitos, regulares o irregulares, están implicados en las situaciones de pobreza, hambre, migraciones y desigualdad en el Sur Global. La existencia en el Norte de un complejo político-militar-industrial encuentra en el comercio de armas un próspero negocio que fomenta conflictos y obliga a países empobrecidos a gastar en armas lo que la población necesita para sobrevivir. En estos países, lejos de aportar seguridad, los ejércitos garantizan situaciones de violencia estructural, pobreza y hambre que fuerzan a la huida, a la migración o a la miseria. Los mismos que se beneficiaron del comercio de armas se enriquecen ahora de nuevo con la construcción de muros y la instalación de sistemas de control.
4. La esperanza feminista
La esperanza de poder hacer frente a este empeño del militarismo en defendernos, siendo nuestra principal amenaza, nos viene de la creciente rebeldía de la mitad de la población del planeta: el feminismo. Machismo y militarismo son las dos caras de la misma moneda, el patriarcado. Violencia machista y guerra responden al mismo paradigma de conquista, dominación, sometimiento y uso de la violencia para mantener el poder y los privilegios.
Como el feminismo, hemos de proclamar que no necesitamos ejércitos que nos defiendan, que bastaría con que no nos atacaran y dilapidaran nuestros recursos. “Ni las mujeres ni los pueblos somos objeto de conquista”. Feminismo y antimilitarismo se niegan a justificar y legitimar las relaciones de sometimiento y el uso de la violencia. Lo mismo que debemos desaprender los valores, roles y comportamientos machistas que nos asignó el patriarcado tenemos que desaprender la historia militar que nos contaron los vencedores y dejar de considerar héroes y grandes personajes de la historia a tantos conquistadores que arrasaron a sangre y fuego las culturas que se encontraron en su camino. Debemos sospechar que detrás de los señuelos de patrias, banderas y orgullos varios se esconden intereses espúreos, formas emocionales de control y estrategias de dominación.
Apostar por la seguridad humana supone un cambio de modelo de valores incompatible con el militarismo. El modelo patriarcal, explotador, jerárquico, violento, competitivo, nos ha llevado al colapso tras acabar con otros modelos y otras culturas a través de la conquista y la violencia, imponiendo su propìo relato de la historia. Frente a este modelo necesitamos incrementar un modelo basado en la cooperación, el apoyo mutuo, la solidaridad, la horizontalidad, lo comunitario, el respeto a la diversidad, la unión con la naturaleza y, sobre todo, la resolución noviolenta de los conflictos, que surgen en toda relación humana.
Si hacemos caso a los teóricos del militarismo y a su justificación favorita: “Si quieres la paz, prepara la guerra”, deberíamos estar ya disfrutando de la más placentera de las paces. Lejos de ello, tenemos sociedades con crecientes desigualdades, permanentes conflictos internacionales, una creciente militarización y control de la sociedad civil con tecnología en manos militares y una delirante carrera por nuevas formas de dominación, muerte y destrucción, con drones y robots asesinos, guerra espacial y otros ingenios que la inteligencia militar nos irá desvelando. La política de disuasión militar, en su lógica infernal y su obsesión por la seguridad, nos ha llevado a lo que llaman la estrategia de la “Destrucción Mutua Asegurada”, nos viene a decir duerman ustedes tranquilos, si el enemigo se atreve a destruirnos, será también destruido. Triste consuelo y triste final para una especie que se autodenominó “Homo Sapiens”. Si verdaderamente quieren a su patria, que no nos expongan a ser aniquiladas. Es urgente considerar a los ejércitos como lo que son: máquinas trituradoras de Derechos Humanos. La gran traición de los ejércitos es que en tiempo de paz nos esquilman y en tiempos de guerra nos aniquilan.
Afrontar los retos del futuro será imposible mientras permanezcan los ejércitos, por su coste económico, por su modelo de sociedad y por su capacidad de condicionar la economía, la política y la vida social. Dejemos de soñar con ejércitos al servicio del pueblo y aprendamos a defendernos de quienes nos defienden, a organizar la defensa de lo que verdaderamente importa a todas. Nadie nos va a salvar.