Hace tan solo unas semanas –aunque parece que fue hace años- bajé a Barcelona y me sorprendió ver, en numerosos escaparates, maniquíes con esperpénticas caretas; en concreto, tres modelos. Uno lo conocía, se trataba de la máscara que sale en la película V de Vendetta, no así los otros dos. Tenían cara de payasos y, como se acercaba el Carnaval, lo asocié con esas fiestas y no le di importancia; aunque no dejó de sorprenderme lo siniestro de sus rostros.
Días después me enteré de que se trataba de los personajes de una serie y una película que estaban teniendo un enorme éxito y me dispuse a verlas. Entonces caí en cuenta de la relación entre las tres… y algo más.
Para quien no las conozca trataré de hacer un pequeño resumen.
V de Vendetta: aunque se desarrolla en un futuro incierto donde un combatiente por la libertad, Guy Fawkes “V”, tiene la intención de destruir un estado fascista ubicado en Inglaterra, se basa en los acontecimientos ocurridos en 1605, donde un grupo de católicos fueron ejecutados por intentar destruir la Cámara de los Lores en Londres con el objetivo de matar al rey y acabar con su persecución. El personaje principal y el pueblo que le sigue se identifican con una máscara. El rostro del inglés fue la inspiración para la máscara, primero en una historieta y después como símbolo de identificación para el grupo de justicieros electrónicos Anonymus.
La casa de papel: Es una serie que gira en torno al asalto contra la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre para perpetrar el mayor atraco de la historia. Los atacantes, con el enigmático “El Profesor” a la cabeza, se cubren con una máscara de Dalí.
Joker: Es una película basada en un personaje de cómic. En ella no se describe a un villano malísimo sino a un perdedor, a un fracasado de la sociedad que, sin quererlo, provoca una rebelión contra los poderosos. Joker tiene una enfermedad mental que nadie entiende y es la causa de su marginación. Curiosamente no tiene una motivación ideológica para hacer lo que hace sino que más bien es fruto del hartazgo y el azar.
Lo primero que me llamó poderosamente la atención fue que…
en las tres, el símbolo fuera una máscara,
las tres lanzaran un supuesto “mensaje antisistema”,
las tres provocan empatía por parte del espectador,
las tres tuvieran millones de seguidores en todo el mundo,
las tres utilizan la violencia como método y, por último, que todo ello tuviera correspondencia con “el mundo real” donde cientos de miles de personas y grupos utilizan las caretas como símbolo en manifestaciones contra “el sistema”.
Inmediatamente lo relacioné con la costumbre que tienen los jóvenes de cubrirse la cabeza con sus capuchas y esconder la cara. Y con algo más: con que el supuesto “mensaje antisistema” saliera de grandes corporaciones y millones de dólares o euros, que después ese mismo sistema se reembolsaría gracias a una mercadotecnia bien programada y que luciría con gran esplendor en nuestros escaparates. «Esto da para un artículo» –pensé, para después dejarlo correr.
Y, ¡he aquí!, que nos llegó el famoso coronavirus Covid-19 y nos obligó a ponernos mascarillas –una clase especial de máscara–, a “apartarnos de los demás” y a usar compulsivamente el móvil. Y a mucho más: encerrarnos en casa, no poder disfrutar de la Naturaleza (ni siquiera para dar un paseo), sumergirnos en lo virtual y obligarnos a decidir a quién salvar. En resumen: a mirarnos en nuestro propio espejo, como especie, por vez primera.
¿Qué surgirá de todo esto? ¿Quizá más cerrazón? ¿O, tal vez, la caída definitiva de caretas, máscaras, mascarillas… para dar prioridad a lo esencial y mirarnos limpiamente a los ojos?