Trataremos de ir analizando algunas de las consecuencias de este “accidente” que se ha colado en nuestras vidas. Intencionadamente, elegimos –antes que otras– una positiva: la solidaridad.
En los momentos más difíciles, también y cada vez más, sale lo mejor de las personas.
Estamos en “estado de alarma” por el COVID-19 en todo el Estado español, y esto implica muchas consecuencias, algunas de las cuales desconocemos mientras que otras ya las estamos viviendo.
Hace días, cuando se empieza a saber que existen infectados en España, se dispara la compra de mascarillas y productos de alcohol para limpiar las manos. Unos días más tarde, desaparece en pocas horas todo el suministro de papel higiénico, que tiendas y grandes almacenes sacan a la venta. Apenas tienen tiempo de reponerlo ante la demanda absurda de mucha parte de la población.
Cuando se hace evidente que el Gobierno va a declarar el estado de alarma, la gente enloquece y compra comida de forma absolutamente compulsiva.
Ya han comenzado los despidos de trabajadores… pero es un tema que merece una nota aparte.
Éstas son algunas de las consecuencias “negativas” más tangibles que estamos observando.
Es evidente que todo ello pone en riesgo a sectores de la población que tiene menos capacidad adquisitiva (los precios de algunos productos básicos se han disparado, los desempleados no podrán hacer frente a los pagos…), o a quienes necesitan de esas mascarillas o alcohol por enfermedades de otro tipo, por ejemplo.
Debajo de estos comportamientos está el miedo y también el individualismo salvaje que nos está llevando al desastre en el que estamos inmersos. Un desastre que es poliédrico y uno de cuyos lados es este virus que nos está cambiando hábitos cotidianos y de relaciones. Puede que nada vuelva a ser igual antes y después, pero esto lo veremos con el tiempo.
También somos profundamente solidarios
Ahora bien, en los peores momentos y cada vez más, sale también lo mejor de cada uno de nosotros, como individuos y como conjunto.
Quiero intencionadamente –en esta primera nota– sobre las consecuencias del dichoso coronavirus, rescatar la solidaridad que están desarrollando sectores que han de seguir trabajando al servicio de la comunidad: por supuesto, el personal de centros médicos (sanitarios y no sanitarios), farmacias, comercios y almacenes de alimentación, camioneros, bomberos, empresas que siguen trabajando por ahora… Nunca se les pagará lo suficiente por hacer el esfuerzo que están llevando a cabo.
Artistas que dan conciertos gratuitos por internet o museos que muestran sus colecciones virtualmente, por ejemplo, manifiestan otro modo de solidaridad.
Pero ¿y las muestras de personas que a través de redes sociales se han ofrecido voluntariamente para apoyar a grupos de riesgo (como personas mayores) para que no salgan a la calle? Llama la atención lo numerosas que son.
Es fácil encontrar un cartel en tu barrio, como el que mostramos en la foto; o recibir mensajes en el teléfono de personas que se ofrecen directamente para ayudar, o que alguien te llame preguntando “¿Tales vecinos necesitan algo de la calle? Puedo ocuparme de ir a hacerles la compra»…
¿No os parece maravilloso? Personalmente, cuando veo estas iniciativas me conmuevo. En especial, cuando la solidaridad se manifiesta para ayudar a personas o grupos de desconocidos. Entonces, mi fe profunda en el ser humano y su proceso se acrecienta y mi corazón da un salto de alegría.
Es claro que, en este momento, podemos elegir entre el miedo y el individualismo… o la solidaridad y el nosotros. En realidad, me parece que la mayoría estamos apostando por lo segundo. De hecho y sabiendo de esto, el Gobierno español ha apelado a la solidaridad a la hora de tomar medidas que protejan lo más posible a los demás como un elemento fundamental para terminar con la epidemia.
Algo puede que esté cambiando. Merece la pena seguir empujando en esta dirección: la de los actos solidarios que no esperan recompensa y que –además– ponen la mirada en el conjunto. ¿Acaso tenemos algo mejor que hacer?