Por Fabricio Zuazo
Es la frase que se le atribuye a Julio César, antes de cruzar el río Rubicon, en la mañana del 11 de Enero del año 49 a.c. Al parecer, al decir “la suerte está echada” no aludió a la suerte o al azar, sino a su destino, a ese fatum que acompañaba a su determinación de hacerse con el poder de Roma.
Lo que nunca sabremos es si para él estaba claro que esa determinación, cruzando ese río, iba a dar inicio a una cruenta guerra civil, dando fin a la República romana y cinco años más tarde a su propia vida a manos de sus propios lugartenientes.
En Bolivia, desde el 11 de noviembre de 2019, se vive un golpe de Estado, que tampoco puede atribuirse a ningún destino, aunque se haya intentado darle esa significación. Una supuesta inspiración, en la que Dios le habló a un nuevo tipo de caballero medieval con acento tropical -un “camba”, como se dice en Bolivia- para que lleve su palabra de nuevo al palacio de Lucifer.
El golpe fue planificado con mucha anticipación. Se sabía que podía costar muertos y así fue. A los pocos días de la vulneración del Estado de Derecho, en complicidad con una conchabanza silenciosa, pero también, cuando fue necesario, con una soez desinformación por parte de los medios de comunicación, se produjeron dos masacres, las de Sacaba y Senkata, que marcaron la dirección en esta nueva etapa de la historia boliviana.
El autoproclamado gobierno golpista en poco tiempo entendió que la imagen de la peliteñida presidenta, fortalecida por las acciones de dos vesánicos y violentos ministros, le daban la posibilidad de quedarse en el poder. Por lo que rápidamente rompieron todo acuerdo previo, armando la nueva candidatura, alejándose de todo comportamiento ético y mostrando que no llegaron ahí por casualidad.
En Bolivia, el “hay que meterle nomás” (que puede traducirse en el boliviano criollo en ese ñek’e o “de bolas”), es para muchos más importante que ser honesto o un gran estadista. Ser un personaje decidido y sin dubitaciones es una ¿cualidad? más valorada, una reminiscencia de los períodos de gobiernos militares.
Para los que adhieren a esto, importa un bledo que hayan desacelerado la inversión pública, que la corrupción sea hoy tan grosera, que es imposible de ocultar por los medios de comunicación a su servicio.
Apenas aparece una voz de racionalidad que intenta criticar alguna de las dudosas acciones de este gobierno no electo, aparece de inmediato una artillería de argumentaciones con las peores críticas al anterior, como si eso pudiera justificar todo lo que está pasando.
Está claro que no hubo ninguna designación divina, ni ningún azaroso accidente. Llegaron a esa instancia porque tienen el apoyo de sectores conservadores del país apoyados por la necesidad geopolítica de “ordenar” – es decir, desordenar la región.
Todo parece apuntar en las próximas elecciones a un juego con las cartas marcadas, a una cancha inclinada para impedir un nuevo triunfo de las fuerzas populares. A ello sirve la proscripción, la persecución, el silenciamiento y la manipulación informativa.
¿Estará la suerte del pueblo boliviano echada? Sin duda que no. Habrá de mostrarse que los que hoy han escamoteado ilícitamente el poder, no tienen controlado el futuro.