Por Arturo Prado Lima
Si, Colombia es un país fallido, según los estándares establecidos por las Naciones Unidas y el Derecho Internacional. Pero no lo ve así la clase política y financiera interna y externa. Para ellos, Colombia es un país de ensueño. Yo lo veo desde otro ángulo. Colombia no cumple con los requisitos mínimos para que sea catalogado como país en sí mismo. En primer lugar, no controla el territorio que hoy se llama Colombia. En segundo lugar, no tiene el monopolio de las armas. Sí, tiene una Constitución Política, y es de carácter casi socialista, pero se la pasan por la faja. Este sería el tercer punto. Durante décadas, inmensas áreas estratégicas de Colombia han sido territorio de guerrillas, de narcotraficantes, de paramilitares, hacendados y hasta territorio de nadie. En esas vastas zonas ejércitos revolucionarios, privados, mercenarios, narcos, etc han promulgado sus propias leyes y organización social que el sistema no los conoce, o los conoce y los tolera, ya sea porque no puede con ellos o porque le conviene.
De ahí tanto desmadre. Hubo un tiempo en que cada sector social, político y económico tenía su propio grupo armado. Los campesinos tenían a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC; Los religiosos al Ejército de Liberación Nacional (ELN, Activo hasta ahora); los indígenas a una guerrilla llamada Quintín Lame; los obreros al grupo ADO y al Ejército de Popular de Liberación, (EPL); los sectores intelectuales y urbanos al Movimiento 19 de Abril (M-19); los narcotraficantes al MAS (Muerte A Secuestradores) y el gobierno y las clases políticas y financieras al Ejército Nacional, y el Ejército Nacional a las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, y las AUC a miles de paramilitares y mercenarios, y los paramilitares y mercenarios a las bandas delincuenciales de los bajos estratos urbanos.
Hoy en día han cambiado las cosas pero sigue más o menos igual. El brazo armado de los indígenas, el Quintín Lame, hizo dejación de armas y declaró a sus tierras como territorios de paz. Hoy, esos territorios de paz son el blanco de militares y paramilitares, terratenientes y narcotraficantes de toda calaña que dejan muertos todos los días de la semana, los meses y los años. El Ejército Popular de Liberación (EPL), también se desmovilizó como tal, pero muchos de sus integrantes terminaron asesinados, cerca de dos mil, y los que se salvaron acabaron adscritos a los Servicios de Seguridad del Estado y en mafias alternativas,
Los paramilitares reunidos en las AUC, fueron desmovilizados por el presidente Álvaro Uribe Vélez, ideólogo de esas agrupaciones. Pero hoy nadie sabe dónde están y que hacen. Fueron reemplazadas por las denominadas bandas criminales, (Bacrim), nombre con el cual el gobierno de turno y su Ejército trató de desvincularse de esas organizaciones criminales, al menos ante la opinión pública, porque en el fondo todo el mundo sabe que el paramilitarismo, su sustento, su financiamiento, su proyecto político en nada difieren a las antiguas AUC.
Las FARC, después de medio siglo de guerra, finalmente llegaron a un acuerdo de dejación de armas en 2017, durante el gobierno de Juan Manuel Santos, con una de las oposiciones más feroces de las derechas fascistas internas como externas, a tal punto que, en dos años de desmovilización, los excombatientes han sido víctimas de montajes judiciales de la fiscalía colombiana y las cortes judiciales de Los Estados Unidos de América contra comandantes de esa antigua agrupación rebelde; hostigamiento continuo a sus campamentos y asesinatos de sus miembros. Al menos 200 han sido ultimados, junto a unos 700 líderes sociales; otros tres comandantes han vuelto a la armas y el clima de guerra abierta vuelve al país.
Desde hace tres décadas el número de combatientes que manejan territorio, armas propias y leyes a su antojo no han dejado de crecer. A finales del período de los años 90 del siglo pasado, como una política de Estado, se llamó a la deserción de guerrilleros para que pasaran a la vida civil con grandes incentivos económicos. Se creó la Oficina Nacional de Reinserción. Y sí, hubo muchas desersiones, pero esta oficina sólo era el trampolín para que esos antiguos combatientes se pasaran a los ejércitos de paralimiliatres. Los incentivos subían considerablemente según las delaciones a sus otros compañeros y colaboradores de las guerrillas de las que proveían. Muchos de ellos entregaron toda la información real y mucho más. Poblaciones enteras fueron aniquiladas por comandos de mercenarios con el apoyo del Ejército Colombiano. Desde helicópteros artillados, los desertores y ahora prófugos de las guerrillas, indicaban dónde debían de apuntar las metrallas y las bombas. Así, el número de combatientes sigue creciendo. Lo que ha variado es el equilibrio de fuerzas. Ahora los paramilitares y militares son muy superiores a las fuerzas insurgentes de izquierda.
Hay que agregarle a este desequilibrio, las 9 bases militares que posee Estados Unidos en Colombia. También la pertenencia de Colombia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, cuya participación es vista por las fuerzas democráticas del área como la cabeza de playa para intervenir a gobiernos progresistas en América Latina.
Colombia es un país fallido. No tiene, hoy en día, un sistema judicial acorde a los retos de los tiempos. Todos los desmanes cometidos por estas fuerzas oscuras como asesinatos extrajudiciales (Falsos Positivos), masacres y genocidios, magnicidios y criminalización de la protesta social quedan en la más absoluta impunidad. A Álvaro Uribe Vélez, uno de los señalados como el máximo responsable de crímenes de lesa humanidad, y a pesar de que sobre él pesan unas 280 denuncias en tribunales nacionales e internacionales, no se atreven a tocarlo. Sigue dictando cátedra “democrática”, no solo para Colombia, sino para todo el continente.
Con todo este abanico de circunstancias, Colombia lidera el complot contra Venezuela, Bolivia y los foros de Sao Paulo y el Foro De Davos. El Ejército colombiano y los Paramilitares entrenan mercenarios privados para introducirlos a Venezuela. También entrenan a los grupos de choque contra las manifestaciones ciudadanas que se manifiestas desde hace 2 meses contra del gobierno uribista de Iván Duque. Y se ha tomado tan en serio su papel de hermano mayor de los demás países, que la propia Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC, ha mostrado en su última cumbre en México su preocupación por la creciente militarización de Colombia y su posible uso para intervenciones armadas de EE.UU en el continente.
A nivel interno, la implantación creciente de las políticas de privatización de las empresas del Estado, la corrupción galopante, el desprecio total por la vida, la criminalización de las protestas sociales, el recorte de derechos sindicales y sociales, hacen de Colombia un país fallido, al menos para los que lo sufren, que es el 95% de la población. Quizás un poco más. A nivel internacional, el imperialismo empuña el garrote contra los pueblos del sur a través de Colombia. Y va más allá. Un alto mando del ejército estadounidense, acaba de advertir de que si tiene que enfrentar a la República Islámica de Irán, no duda de que su gran amigo, el presidente Iván Duque, le suministrará los apoyos necesarios.
De hecho, Colombia se ha convertido en un exportador, y muy eficaz, de mercenarios para las guerras de Estados Unidos en el Mundo. Han estado en Afganistán, en Irak, y últimamente muy activos en la agresión militar a Yemen por parte de Arabia Saudí y Los Emiratos Árabes Unidos. Sobra decir de lo que estarán preparando para cuando decidan invadir Venezuela, o Ecuador, o Bolivia.
Colombia será un país fallido para la mayoría de los colombianos mientras la justicia no sea capaz de juzgar a sus criminales. Mientras no consiga el monopolio de las armas, recupere el dominio de su territorio y sea capaz de aplicar la Constitución vigente que garantiza el derecho a la vida, a la educación, a la salud, a un techo digno, a no ser perseguido por sus ideas políticas, religión u orientación sexual. Si la actual situación persiste, la única vía es la protesta social, esa que ya va camino de producir resultados en Chile, en Francia, en el propio Irak, en el Líbano; que ya dio sus resultados en Ecuador y que tiene paralizadas las reformas neoliberales en Brasil, por el temor del presidente Jair Bolsonaro a que exploten las masas populares, sobre todo ahora que ha sido liberado el ex presidente Lula Da Silva, uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores y la CELAC.
Colombia, sí es un paraíso, el país soñado para un puñado de familias históricas y emergentes que ven al gobierno como garantía de privilegios y superioridad, cuya existencia justifica todos los métodos posibles de defensa como el control de masas, la militarización de campos y ciudades, la especialización de grupos anti protesta social como en Escuadrón Móvil Antidisturbios, ESMAD, cuya abolición reclaman los manifestantes diariamente.
País fallido o país de ensueño. Depende del lado que Usted lo mire. Pero el ángulo más ancho para verlo es desde la perspectiva de los de abajo, desde la base social víctima de la violencia estatal que hoy vive Colombia.