Según los investigadores del Banco de Pagos Internacionales, la huida del capital de un sector provocada por el cambio climático puede dar paso a un efecto cascada que podría derribar la economía mundial. Sin embargo, una agenda demasiado activa contra el calentamiento global puede también iniciar un proceso similar.
Más de una década después de que el economista estadounidense Nassim Taleb acuñara el término ‘cisne negro’ —un hecho inesperado que cambia la situación abruptamente y solo puede ser explicado de manera retrospectiva—, economistas del Banco de Pagos Internacionales (BPI), una organización global conjunta de bancos centrales de varios países, proponen una variación de esta metáfora: el ‘cisne verde’.
A diferencia del concepto de Taleb, que se refiere a hechos que en principio no pueden ser descritos antes de que sucedan, los autores de una publicación divulgada recientemente por el BPI no ocultan que el ‘cisne verde’ está provocado por las secuelas del cambio climático. Según los investigadores, los desastres naturales que se han multiplicado y acentuado en los últimos años pueden no solo dañar la economía de algunas regiones, sino también provocar una profunda crisis financiera global.
De hecho, una crisis sistémica puede ser causada por el efecto cascada provocado por la huida del capital de algunos sectores de la economía, opinan los economistas, e indican que el proceso puede fácilmente expandirse fuera del área afectada inicialmente.
«Abandonar un activo en un sector específico puede desencadenar una ‘cascada de activos abandonados’ que afecta a muchos otros sectores de la economía», advierten.
Amenaza dual
Destacan que el efecto puede tener lugar no solo como resultado de un desastre natural, sino también a causa de una lucha demasiado activa contra el cambio climático.
«Los riesgos de transición están asociados con los impactos financieros inciertos que podrían resultar de una transición rápida hacia bajas emisiones de carbono, incluidos cambios en las políticas, impactos en la reputación, avances o limitaciones tecnológicas, y cambios en las preferencias del mercado y las normas sociales», señalan.
«En particular, una transición rápida y ambiciosa hacia vías de bajas emisiones significa que una gran fracción de las reservas probadas de combustible fósil no se puede extraer, lo que las convierte en ‘activos abandonados’, con consecuencias potencialmente sistémicas para el sistema financiero», explican.
No obstante, ignorar el calentamiento global tampoco representa una panacea. «Una acción demorada y débil para mitigar el cambio climático conduciría a riesgos físicos más altos y potencialmente catastróficos, sin necesariamente eliminar por completo los riesgos de transición», pronostican los investigadores.
¿Hay una salida?
Describiendo cómo evitar la amenaza, los economistas del BPI reconocen que las incertidumbres vinculadas con el fenómeno y la transformación estructural necesaria de la economía global impiden evaluar los riesgos en los niveles macro y microeconómicos.
«Aún más fundamentalmente, los riesgos relacionados con el clima seguirán siendo en gran medida susceptibles mientras no se emprendan acciones en todo el sistema», indican los investigadores.
Al mismo tiempo, suponen que la probabilidad de que se produzca un ‘cisne verde’ puede ser reducida a través de una política coordinada a nivel internacional por los bancos centrales. Entre las medidas propuestas están la reconsideración de la estabilidad climática como «un bien público global» y la integración de la sostenibilidad en los parámetros contables a nivel corporativo y nacional. Los pasos deben ser apoyados por las nuevas políticas apropiadas de los reguladores.
«La estabilidad financiera y climática podrían considerarse como dos bienes públicos interconectados, y esta consideración puede extenderse a otra degradación ambiental causada por el hombre, como la pérdida de biodiversidad», sugieren los economistas.