El 27 de febrero de 1989 ocurrió en Venezuela un estallido social conocido como el “Caracazo”, veo titulares de prensa que recuerdan esta fecha, y se realizará una marcha para conmemorar lo sucedido ese día, hace 31 años. Ese episodio de la historia no me lo contaron, ni fue una información que me llegó por los medios de comunicación, ese día viví lo ocurrido en carne propia. Algunas imágenes de ese día se conservan en la memoria nítidas y con la misma carga emocional, como si las estuviera volviendo a vivir.
Trabajaba para ese entonces en una planta televisora en pleno centro de Caracas y a la hora de salida me encontré con un río de gente caminando apresuradamente por el medio de la calle, algunos corriendo, rumbo a la autopista; me pareció muy raro y la idea de salir corriendo hacia calles desconocidas no me atrajo para nada así que seguí caminando por donde siempre lo hacía con la esperanza de encontrar más adelante un autobús para llegar a casa.
A medida que caminaba, el ambiente era cada vez más extraño y amenazante, policías golpeando con mandarrias y abriendo las rejas de pequeños negocios para que la gente entrara a sacar lo que quisiera sin pagar, mi desconcierto era total, aún cuando trabajaba en un medio de comunicación no tenía idea qué estaba ocurriendo y lo que veía mientras caminaba era una violencia que iba en aumento; no podía elucubrar en mi mente una respuesta sensata al enrarecimiento que se sentía en el ambiente porque las luces rojas de peligro se habían encendido en mi interior; por ninguna parte transporte, ni vehículos en las calles, solo gente, mucha gente, algunas asustadas como yo caminando apresuradamente y otros corriendo cargando con bolsas y productos saqueados de los negocios.
A más veía menos entendía. Seguí caminando con la intención de cruzar el centro y llegar a una calle desde la cual conociera el camino de regreso. Sin correr apresuré el paso y al no entender lo que pasaba, en mi mente con firmeza repetía, “esto no tiene nada que ver conmigo” … “esto no tiene nada que ver conmigo”, tratando de invisibilizarme con ese manto.
En algunas calles del centro cercanas a instituciones del gobierno (en esa época de Carlos Andrés Perez) policías y militares con rifles impedían el paso, las armas no me gustan, menos en manos de muchachitos con cara de asustados. ¿Por qué tanto miedo? ¿De qué o quienes se estaban protegiendo? Ahí ya tuve algo claro, no solo los de a pie estábamos asustados, los del gobierno también.
Finalmente llegué a una avenida principal que recorre de Este a Oeste parte de la ciudad, tampoco allí encontré transporte, solo hacia el Oeste y yo iba en la dirección contraria. Al pasar por un elevado, encontré un autobús parado al cual dos encapuchados golpeaban violentamente con un bate. Paré en seco sin atreverme a avanzar, el ruido de los batazos era intimidante, la gente salía del autobús despavorida, algunos por las puertas, otros por las ventanas y al llegar a la esquina se encontraban con un supermercado y varios comercios que estaban siendo saqueados, muchos corrían con bolsas de comida en las manos, piezas de carne, televisores y los del autobús arrastrados por la multitud se sumaban al saqueo. No se veía seguridad privada por ninguna parte y tampoco militares o policías.
Me quedé paralizada esperando a que se despejara la calle y se calmara aquello pero no hacía más que empeorar, se estaba haciendo tarde y me armé de valor para cruzar por el medio de esa situación terrible repitiendo con fuerza mi mantram…“esto no tiene nada que ver conmigo”… “esto no tiene nada que ver conmigo”… y confiada en mi invisibilidad crucé la calle con cuidado y felizmente sin incidente externo alguno, sólo el corazón que latía a millón y parecía que se me iba a salir del cuerpo.
Seguí caminado por la avenida, podría haber hecho un trayecto mucho más corto, pero iba siguiendo la ruta del autobús con la remota esperanza de ver aparecer alguno. Después de cuadras y cuadras caminando, siguiendo esa ruta llegué a una parada de taxis en la zona donde vivía, para mi sorpresa estaba funcionando y había uno disponible como si me estuviera esperando, ¡fue una bendición! El largo trecho que me faltaba era en subida, las calles por donde había caminado estaban desoladas y ya me había hecho la idea de no encontrar transporte para subir aquella empinada cuesta.
Para ese entonces vivía en la parte más alta de un cerro, o mejor dicho “colina”. A los cerros del Este de Caracas se les llama colinas para diferenciarlos de los cerros que rodean la periferia de la ciudad plagados de “ranchos” donde vive la gente pobre. En el trayecto agradecí poder descansar y sentirme nuevamente a salvo, estaba realmente asustada. Al llegar a casa y ver las noticias por la televisión y luego de lo vivido sentía que la gente súbitamente había enloquecido.
Nadie se esperaba un estallido social de esa magnitud. “Nadie lo vio venir” … Una olla presión que nos estalló en la cara, una cachetada de realidad, con personas comiendo perrarina en los barrios populares, la pobreza invisibilizada en la que vivía la mayoría del país se hizo presente. Miseria humana que durante 40 años venía incubando silenciosamente el reventón social y que las medidas económicas impuestas por el FMI anunciadas sin anestesia por el presidente Carlos Andrés Pérez, sobre todo el aumento del precio de la gasolina encendió la mecha de la protesta airada de pasajeros en los barrios populares, ya que los conductores le habían trasladado el incremento al precio del pasaje.
La gente indignada por el abuso de años salió a quemar, saquear y destruir lo que tuviera por delante las imágenes de personas saliendo de las carnicerías con la pierna de una res al hombro, o gente expoliando comercios de los que sacaban neveras, televisores, sacos de comida y hasta licor recorrieron el mundo. Y ante el desborde, por instrucciones “de arriba”, la policía se hace cómplice de los hechos vandálicos y los agudiza, dando el pretexto para reprimir sacando los militares a la calle.
Como era de esperar, el gobierno reaccionó y anunció el toque de queda, dentro del decreto de suspensión de las garantías constitucionales. La represión fue implacable y hasta el día de hoy se desconoce la cifra exacta de muertos producto de la militarización del pais con la cual se pretendió apagar aquel incendio social masacrando a la gente a punta de balas, a cada grito de rebeldía salido de los edificios de los barrios populares durante los tres días de toque de queda, sobrevenía una metralla contra sus muros y ventanas.
Solo con el correr del tiempo esta vivencia demencial adquirió un significado diferente y el registro de ahora es que la historia pasó por mi lado y al igual que el personaje de Forrest Gump, fui testigo de un momento determinante del país que marcó un antes y un después, y en ese momento no me di cuenta. O quizás precisamente por haber tenido esa experiencia, la comprensión posterior llegó a lo hondo, o como años después nos contaría el comandante Chavez, refiriéndose a como vivieron los militares esta situación, “nos remeció a todos, a cada quien en sus circunstancias, hasta los tuétanos”, pero a ellos, los militares, les tocó la tarea más ingrata, obedeciendo órdenes salieron a masacrar a los manifestantes.
El Caracazo ocurrió 10 años antes que el comandante Chávez ganara la presidencia; en esa época, ya era militar y ese día se encontrada destacado en el cuartel encargado de la defensa de Miraflores, la sede del gobierno. En diversas entrevistas el comandante ha revelado la importancia que tuvo en su futura determinación política, la explosión social del «Caracazo» que enfrentó pueblo armado contra pueblo indefenso.
Así describió el comandante Hugo Chávez lo que vio aquel 27 de febrero de 1989, un día que quedó en la historia de Venezuela, el día en que el pueblo de uno de los países más ricos del mundo, la quinta reserva mundial de petróleo se levantó contra un sistema que lo había sumido en la pobreza y la desesperanza.
“Entré a Fuerte Tiuna y me tocó verlo en guerra. Fui a buscar gasolina con un compadre que era coronel. Me senté en su oficina y veo en el televisor aquel desastre. Salgo al patio, los soldados corriendo y unos oficiales mandando formación y a buscar los fusiles. Y le digo: ‘Mi coronel, ¿qué van a hacer ustedes?’. ‘¡Ay, Chávez!, yo no sé qué va a pasar aquí. Pero la orden que llegó es que todas las tropas salgan a la calle a parar al pueblo’. ‘Pero ¿cómo lo van a parar?’. ‘Con fusiles, con balas’, incluso dijo: ‘Que Dios nos acompañe, pero es la orden’. Vi los soldados salir, los soldados logísticos que no son soldados entrenados. Esos son los que hacen la comida, los que atienden los vehículos. Hasta a los mecánicos los sacaron y les dieron un fusil, un casco y bastante munición. Lo que venía era un desastre, como así fue”. Hugo Chávez.
Al volver “la normalidad” y levantarse la suspensión de las garantías, quienes vivimos esos días de miedo y balas, ya no fuimos los mismos. Ese día, el “paraíso” que se publicitaba y en el que se había convertido el país, se acabó. Venezuela cambió para siempre. Y cualquier semejanza con lo que está ocurriendo hoy en el mundo no es una mera coincidencia.