Gente trabajando. Se ruega no molestar.
Esta semana los números y los escenarios de la actual deuda externa argentina, por cuya reestructuración han comenzado en Nueva York las conversaciones preliminares, volvieron, con su aplastante volumen, a hacernos arder los oídos. En la semana que comienza el tema se trasladará por un lado al Senado, y por otro a Europa. La propuesta del gobierno de Alberto Fernández está bastante clara, y el camino recto hacia el default también si no se actúa rápidamente: se lo distingue apenas se esfuma la niebla de la esperanza. Digámoslo de esta manera tan poco técnica, tan poco aferrada a la planilla de vencimientos que los funcionarios públicos, cada uno de acuerdo a su responsabilidad específica, deben tener muy en mente. “Deben”, aquí es imperativo, no potencial. Tienen la obligación de ser perfectamente conscientes de lo que está en juego. Porque la situación en la que nos han dejado “los muchachos” a los que el ex presidente les dijo que si dejaban de prestarles plata “nos íbamos a la mierda”, es límite. Y todo es literal.
No faltaron legisladores que pretendieron saber “qué quita” prevé una negociación cuya meta exitosa sería lograr precisamente pagar menos y a más largo plazo, en una reformulación inevitable de la frase de Néstor. Los muertos no pagan. Deben darnos sobrevida para poder cumplir no con los números que se ventilaron esta semana, sino con otros que si todos los sectores pensaran como una nación, y no como una porción de torta, deberían ser otros. El alcance del poder de la negociación del ministro Guzmán y del equipo designado para trabajar en la reestructuración, será inversamente proporcional a las chicanas, a las preguntas cizañeras, a la desconfianza en la tarea. La ley que busca ser aprobada es un espaldarazo a esa negociación, que nadie ignora que parte de la idea de que los pagos no serán a costa del hambre y la desdicha del pueblo.
Una de las liberaciones que uno más disfrutó en los años anteriores a Macri, era precisamente que durante muchos años no pronunciamos la sigla FMI, que se escuchaba más la palabra “desendeudar” que “deuda”. Parece un detalle pero no lo es: fue parte de la estructura que permitió todas las políticas de redistribución de las que los gobiernos de Néstor y Cristina fueron capaces. Mi generación, que no es joven, vivió sólo esos años aquel clima de sensación de autonomía. Todo lo que habíamos vivido antes, desde la salida de la pubertad en los ´70 hasta nuestra madurez, fue esto: FMI, ajuste, blindaje, megacanje, bonos, jurisdicciones, cláusulas, letra chica, condiciones, buitres, hambre. Hay una línea de puntos seguidos que va desde la sigla FMI hasta el estómago vacío de nuestros niños, y hay otra línea de puntos seguidos que va desde la palabra “deuda” hasta muy adentro nuestro, que se mete en nuestras casas, nuestras camas, nuestro humor, nuestro deseo de vivir.
No hay manera de vivir con el FMI encima. ¿Cuántas veces, cuántos ejemplos hay que repetir para terminar con la fábula canalla de la lluvia de inversiones y la espera del derrame? Lo sabe hasta el FMI. La caída de Chile ya no deja resquicio para candidatos como Macri, que señalaban hacia allá. La región habla sola. Los gobiernos concebidos como unidades de negocios han fracasado. Lo están intentando en Bolivia, pero fue por la fuerza, como antes. No por sentido común envenenado.
Este no es el mundo de los 70, ni el de los 90, ni el del 2000. Esta región está atravesando un despertar de su conciencia que en medio siglo no había dado respuesta. Pompeo y Duque siguen complotando contra Nicolás Maduro pero la sangría está en Colombia y está en Brasil. Los medios ya sabemos: son ellos mismos. Pero la realidad objetiva cuenta que sólo en lo que va de este año, un mes exacto, 27 líderes populares y preservadores del acuerdo de paz fueron asesinados en Colombia, ahí donde quieren instalar un nuevo ejemplo. No hay un día sin un crimen político. Las economías de esos países caen, como cayó desplomado el mito del crecimiento chileno. El neoliberalismo hace dibujos con tiza que borra el agua. Ya sabemos todo el dolor y la desigualdad que nos ocultaron esos que dicen que nos informan o esos que dicen que nos representan.
El Papa está en el tema desde antes de ser Papa. Todo esto y mucho más que esto está detallado en el Documento de Aparecida. Pero sin embargo no estaba previsto el aceleramiento. Algo en el capitalismo colapsó. Y mueren personas, animales, árboles, naciones, lenguajes, esperanzas. Todo eso estaba escrito, pero ahora resulta espeluznante la velocidad a la que avanza el huracán de destrucción neoliberal. Francisco está presente porque ése es uno de los objetivos de su Papado, y así quedará escrito su nombre en la historia de una institución que fue y sigue siendo en muchos casos violenta, injusta, hipócrita. El primer Papa latinoamericano llevó con él a Roma la experiencia que se narra en las líneas de Aparecida, la conciencia de que el dinero estaba en camino de terminar con la vida, no sin antes generar la cultura del odio.
Hoy hay condiciones que antes no había para llevar adelante una dificultosa, frenética y zozobrante negociación de la deuda que ponga al pueblo por delante del ajuste. Llegó el momento de sean los ricos más austeros. La vida en el planeta necesita esa y no otra austeridad.
Lo cierto, según este otro punto de mira, es que nada garantiza nada, pero estamos ante un momento global crucial, en el que el caso argentino de reestructuración de la deuda es un objeto de deseo y atención de muchos países y muchos jugadores de los organismos internacionales. El coraje del punto de mira implica comprender que estamos fregados, claro que sí, pero que hay una masa crítica mundial y una multipolaridad que ahora, y no antes, serán la tribuna atenta ante la que se desarrollarán los hechos. El gobierno de Alberto Fernández está signado por esa instancia crucial: lo que se dirime permitiendo que un país sea viable, o condenándolo a índices sociales insoportables. Nos acordamos de Grecia.
En lo interno y en lo externo los desafíos son enormes pero al mismo tiempo, la Argentina hoy encarna la palabra con la que empezamos, la esperanza. Se ruega a los que lo creen imposible, que dejen trabajar a los que creen que hay grandes posibilidades de lograrlo.