A pocos kilómetros de la ciudad de Collipulli, en la novena región, se encuentra la comunidad mapuche de Huapitrìo. Aquí conocimos a Dania Morales, una mujer mapuche que vive en esta zona y que lleva a cabo un proyecto de recuperación de la cultura originaria. El corazón del proyecto «Lof Traun Nilquihue» es el «Ruka Domu Gurekaw», dirigido por Dania y su familia. Es un espacio recuperado en el que no sólo viven, sino que también sirve como centro cultural para toda la comunidad de Huapitrìo. La Ruka simboliza para la comunidad Mapuche un espacio ancestral, dentro del cual se puede reunir toda la comunidad, allí cada individuo puede practicar diferentes oficios y profesiones, además de compartir ideas, pensamientos y proyectos como una constante, y donde a través del diálogo es posible hacer de una sociedad simple, una verdadera comunidad Mapuche.
Dentro de la Ruka se organizan clases de mapudungún para redescubrir la antigua lengua mapuche. «No sé hablar mapudungún, como muchos miembros de esta comunidad», dice Dania. «Todavía recuerdo una frase que mi abuela solía decir cuando era más joven: no le hables en mapudungún a los niños porque podrían confundirse». Era una forma que nuestros antepasados usaban para protegernos, temían que nos intimidaran por nuestros orígenes indígenas. Sin embargo, hoy en día, muchas personas quieren redescubrir la antigua lengua de la cultura mapuche, y a través de las clases organizadas en la Ruka Domu Gurekaw, este deseo se está haciendo realidad. El objetivo del proyecto es también revitalizar la música indígena de la comunidad, la danza y todas las artes. «Aquí se están dando clases de música para aprender a tocar instrumentos de la cultura indígena como la trutruca, también conocida como el cuerno mapuche, y se están organizando clases de cerámica y tejido de la lana».
El interior de la Ruka tiene todas las características de una antigua vivienda indígena. En el centro se encuentra el clásico hogar, símbolo del compartir y donde se prepara la cena para la comunidad en varias ocasiones. Alrededor hay taburetes Wanko, típicos taburetes cubiertos con una funda de lana para sillas. En las paredes hay varios instrumentos musicales, trabajos de lienzo, telares y artesanías hechos durante los cursos por los estudiantes. Dania está muy orgullosa de su proyecto y nos muestra una a una las prendas de mil colores, tallas y modelos, hechas con la lana de las ovejas de su propio redil.
Estamos en lo que se llama la «zona roja», o zona roja que indica el conflicto. Los habitantes de esta comunidad siempre han luchado por la recuperación de su tierra y sus orígenes, reprimidos por el genocidio cultural llevado a cabo por el Estado chileno. Así que la pregunta surge espontáneamente: ¿cómo coexiste esta realidad de recuperación con el Estado chileno y las empresas forestales? Dania responde que varias veces los ‘Carabineros’ han venido a llamar a su puerta. Nos cuenta un episodio en el que la policía acusó a sus hijos de iniciar un incendio. Dania, convencida de la inocencia de ellos, pidió que se le mostrara una prueba de lo que había sucedido, pero los carabineros le respondieron que no la tenían. «Pase lo que pase en este territorio, para la policía siempre es culpa de un mapuche». «La realidad es que si alguien iniciara un incendio en mi tierra, querría saberlo, y sería la primera en ir tras él». Dania sonríe y termina nuestra conversación con un chiste: «Lo bueno es que a lo largo de los años los mapuches hemos pasado de ser ‘borrachos’ a ser ‘terroristas'». Después de conocer esta realidad de recuperación de la cultura mapuche, nos propusimos continuar nuestro viaje, pero primero Dania quiere darnos manzanas de sus árboles. Tampoco en este caso ha habido falta de disponibilidad o de hospitalidad, un elemento emblemático de este pueblo.