Por José Rabelo
Desde la niñez le tuve miedo a los terremotos. Las imágenes de noticias de sismos acaecidos en Venezuela, China, Nicaragua, Chile y México, entre tantos países afectados, fueron traumáticas, de cierta manera, para mi mente en formación. Con el paso del tiempo, estas escenas se intercalaron en mi memoria para surgir más adelante como pesadillas. El martes, 7 de enero de 2020 no desperté tras un mal sueño, en esa ocasión la realidad me había sacado de la cama.
Un terremoto de 6.4 grados de magnitud con epicentro en la zona suroeste de Puerto Rico fue el causante de la sacudida sentida en toda la isla. Esta vez, las imágenes no arribaron de naciones distantes, llegaron de mi propia tierra y los protagonistas eran mis hermanos puertorriqueños.
Nos sumamos a los esfuerzos de ayuda para encontrar a la gran mayoría de las personas pernoctando en automóviles, casetas, en hamacas al aire libre en sus patios, en parques o pistas atléticas. Se cobijaban bajo el cielo nocturno en donde la constelación de Orión no representaba a los Tres Reyes Magos de oriente, sino unas luces adicionales de su nuevo techo.
He conversado con muchas personas de la región y me sorprende el pensamiento común de los habitantes: no desean dormir en sus casas.
Hablan de noches de tensión y terror en donde los gemidos de la tierra los despierta. “Es un zumbido, como un carro acelerado debajo de la tierra acercándose para destruir”, repiten los refugiados del campamento La Luna de Guánica. “Me siento más seguro afuera, no confío en mi casa”, es el testimonio de uno de los ocupantes del campamento Rancho 13 en Yauco.
El pastor Kevin León, de la Iglesia Discípulos de Cristo del barrio Consejo de Guayanilla, nos comenta que ha colocado camas dentro del templo, pero al anochecer los feligreses sacan los colchones para dormir a la intemperie.
Los afectados han perdido la fe en sus hogares, en donde antes encontraban seguridad. Con tanta destrucción en sus vecindarios, encuentro esta respuesta como una esperada. Mientras tanto, por otros lugares muchos hogares han permanecido en pie, pero la estabilidad emocional de sus moradores se ha desmoronado.
En uno de los noticiarios locales entrevistaron a un niño de ocho años que se refugiaba en el parque Francisco Montaner de Ponce. Sus palabras fueron las siguientes: “Aquí es perfecto por que sí cae algo no nos aplastará.”
Grupos de médicos y sicólogos han visitados las comunidades para brindar apoyo, pero las quejas principales de los pacientes están centradas en la necesidad de hablar con otra persona.
Mientras se reduce la frecuencia e intensidad de las réplicas, nuestras autoridades tendrán que repensar la manera de ayudar a nuestra gente no solo con alimentos, viviendas o medicinas. Es necesaria la ayuda sicológica para crear un nuevo fundamento para el futuro, sobre todo el de los niños quienes viven con el pavor de revivir un suceso similar.
Fotos Por José Rabelo