Por Helodie Fazzalari
Miriam es una profesora de química que trabaja en una escuela de Santiago de Chile. Desde hace 28 años hay una cosa que la precede incluso antes que su rostro, sus palabras, su lenguaje o el color de su piel, y es su apellido. Porque Miriam lleva un apellido mapuche, aunque nunca en su vida se ha reconocido como parte de esta comunidad, porque su familia no la educó según los valores y tradiciones mapuche. De hecho, Miriam es de origen indígena por parte de su padre, que vivió en la Araucanía hasta los 20 años y luego se mudó a la gran ciudad, pero aún hoy tiene el sueño de volver a vivir a esa tierra según las normas y principios mapuche.
«Para mí era sólo un apellido», explica Miriam, contándonos su historia. «Descubrí que era mapuche en la escuela, cuando mi familia recibía una especie de bono mensual de unos 50 mil pesos que el gobierno pagaba para mis estudios». Es un beneficio del gobierno como reconocimiento de la etnia, que todavía existe, y sirve hasta el final de los estudios universitarios. «En el pasado, sólo los que tenían un apellido mapuche directo podían recibirlo». Así que para ella era un apellido como cualquier otro, pero Miriam recuerda que desde muy joven fue víctima de burlas en la escuela, donce su apellido era a menudo mal pronunciado o se burlaban de él. Estas fueron las primeras diferencias que la niña notó con el resto de la comunidad, y todavía recuerda un episodio en el que su apellido afectó de manera negativa una importante entrevista de trabajo.
Esto se explica por décadas de lucha entre el pueblo mapuche y el gobierno chileno. Durante varios siglos esta nación indígena ha sufrido una continua expropiación de tierras, violaciones de los derechos humanos y una represión sangrienta y violenta por parte de las fuerzas del orden chilenas.
Grandes multinacionales como el Grupo Benetton se han apropiado de territorios pertenecientes a los mapuche, en nombre del «progreso» y el «desarrollo económico». Como resultado, los mapuche comenzaron a luchar, y muchos de ellos lo siguen haciendo hoy en día para recuperar las zonas que les fueron arrebatadas. «Conozco familias que viven cada día con la esperanza de recuperar sus territorios, y ese es su único propósito en la vida», comenta Miriam.
A lo largo de los años la mala información, pero también la imagen que el gobierno chileno nos ha dado de este pueblo, ha pintado al mapuche como un ser humano violento, cerrado y a veces ‘terrorista’. Esto ha generado suspicacias entre la población chilena, los mapuche y aquellos que, como Miriam, llevan un apellido perteneciente a esta comunidad.
Si bien llevar un apellido mapuche fue alguna vez sinónimo de discriminación, «hoy es un orgullo», dice Miriam. «Antes no se hablaba mucho de discriminación, hoy sí. Además, después de las protestas que estallaron en octubre, la gente pudo experimentar la violencia de la policía chilena y su agresividad. Por lo tanto, lo que los mapuche han estado diciendo durante años, hoy es una realidad que se ha evidenciado a los ojos de todo el pueblo. El mapuche hoy ya no es un ‘terrorista’ que lucha contra el gobierno, sino que es el que ya hace muchos años denunció y luchó contra la violenta represión que tuvo lugar en la Araucanía por parte del gobierno chileno.
«Comparado con el pasado se pueden ver muchas más banderas mapuche hoy en día, no sabía que alguna vez tuve un pedazo de esta cultura dentro de mí porque mi madre nunca me habló de ello, por el contrario hoy mi sobrino sabe que es mapuche y está orgulloso de serlo».
La diferencia con el pasado es visible y está en constante cambio, y las protestas que estallaron en octubre paradójicamente alentaron el reconocimiento de la población mapuche, dándole, después de años de lucha, los reconocimientos adecuados. Hoy en día hay mucha más curiosidad por descubrir quiénes son y cuáles son sus tradiciones. Este es el caso del hermano de Miriam, que a pesar de haber crecido en la ciudad, hoy siente el deseo de volver a sus raíces. Él y su esposa, que no tiene ningún vínculo con el pueblo mapuche, han decidido volver a vivir en la Araucanía, han construido una casa y hoy se mantienen cultivando su propia tierra. Hay muchas diferencias con la ciudad: en primer lugar, el mapuche cree que todo elemento natural, como una hoja, agua o piedra, tiene vida. Por consiguiente, tiene un profundo respeto por la tierra, sus frutos y el planeta en el que vivimos. Esta es la religión mapuche y por lo tanto su forma de vida también es completamente diferente a la del resto de la población chilena. «Por ejemplo, los mapuche toman el agua directamente de los ríos, no tienen señal telefónica durante meses porque en su territorio sólo hay una red con una sola antena. Si tienen que ir al supermercado tienen que tomar un bus que pasa a las 6 de la mañana y sólo regresa a las 3 de la tarde del mismo día. Los autobuses pasan cada 3 días. La alternativa es tener su propio coche o furgoneta, o hacer autostop».
Las personas que forman parte de una comunidad mapuche van a la ciudad una vez al mes, compran cosas y las venden a su regreso. La medicina también está ligada a la naturaleza: el mapuche no toma medicamentos industriales sino que los fabrica con lo que tiene alrededor. En cuanto a la escuela, hay un autobús que todas las mañanas lleva a todos los niños a la escuela del pueblo más cercano. «Mi sobrino está ahora en su último año de primaria. El año que viene tendrá que «asomarse más allá del pueblo» e integrarse. Cuando empiece la escuela secundaria vivirá en la ciudad y sólo volverá a casa durante el fin de semana».
A pesar de que el modus vivendi de la población mapuche está en realidad muy alejado del de los chilenos de la ciudad, actualmente se reconoce su etnia. «Aquí en Chile nunca ha sido como en Perú», explica Miriam, «donde se valoraba a los que llevaban un apellido indígena. «Por ejemplo, en 2020 ¿podemos seguir hablando de la discriminación indígena?» «Sí, pero mucho menos que antes. Gracias a la movilización, la gente se ha dado cuenta de lo violentos que son los policías chilenos, y en el futuro podríamos incluso eliminar esta discriminación social de una vez por todas.»