Desde su oficina en la Universidad de Wesleyan, en Estados Unidos, la escritora colombiana reflexiona sobre feminismos y estereotipos en plena sociedad contemporánea.
Por Eva Débia
María Ospina Pizano es bogotana de alma y vida. La profesora de la Universidad de Wesleyan, en Estados Unidos es una reconocida estudiosa de la cultura latinoamericana contemporánea, y escritora de ficción. Su trabajo académico gira en torno al papel central que desempeñan los artefactos culturales de las últimas tres décadas en el contexto de las discusiones públicas sobre los legados de la violencia, así como en los procesos colectivos para dar sentido a las crisis contemporáneas tanto en Colombia como en América Latina.
En textos de estudio publicó durante 2019 “El rompecabezas de la memoria. Literatura, cine y testimonio de comienzos del siglo en Colombia”, donde analiza cómo las novelas, las películas y las prácticas testimoniales contribuyen a la comprensión pública de la historia y a las reflexiones éticas críticas sobre la violencia y la supervivencia que superan a las que surgen del debate político convencional y de discursos y prácticas judiciales. Desde la ficción, su libro de cuentos “Azares del cuerpo” (2017) fue incluido en la lista larga para el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2018. Esta colección fue publicada en inglés por Coffee House Press y en italiano por Edicola, editorial que tuvo la consideración de traerla en español a Chile.
La autora nos comenta que actualmente “ando tratando de escribir una novela breve, también hecha de relatos que se desbordan y contaminan a los demás. Estoy pensando también en meterme a escribir para cine”, accedió a conversar con nosotros sobre sus motivaciones, en torno a las delicadas historias que se enhebran de modo inteligente y altamente feminista en su colección de cuentos.
En tu obra se plasma la violencia de lo cotidiano; ¿cuál es el énfasis que le das a este tópico, en Azares del cuerpo?
Todos estos cuentos suceden en Bogotá, la ciudad donde crecí y de la que nunca me he ido del todo, porque a cada rato vuelvo. Por mucho tiempo me ha interesado la pregunta de cómo se vive – psíquicamente, corporalmente – en medio de la guerra (que es sin duda algo que han querido investigar muchos otros escritores y artistas colombianos). Una de las maneras en que pienso esto en el libro es a través del tema de la hospitalidad en su sentido filosófico más amplio, es decir en cómo y a quién acogemos. En un contexto como el colombiano este tema tiene que ver con las guerras (contra las drogas, entre el Estado y grupos armados) y todas sus violencias. Bogotá es una ciudad de migrantes, habitada por personas que han sido marcadas por la guerra pues allí han llegado cientos de miles personas desplazadas por el conflicto armado en las últimas décadas, así como ex-combatientes de diferentes grupos, entre muchos otros. Al mismo tiempo, también ha sido un lugar donde mucha gente ha querido ignorar las guerras que se libran en el campo. Es una ciudad profundamente desigual donde la pregunta de la acogida – de cómo abrimos las puertas y a quién, de cómo hospedamos al otro, de quién es huésped y quién es anfitrión – es una dimensión fundamental que se hace urgente todos los días. Las protagonistas de estos cuentos, de diferentes clases y orígenes, y algunas marcadas directamente por la violencia de la guerra y el narcotráfico, son viajeras que llegaron o se están yendo de Bogotá y que, de una u otra manera, tienen que enfrentarse a esta dimensión de la acogida y de la posibilidad o dificultad de participar en una comunidad. Fuera de esto, en estos cuentos también me interesa explorar la manera en que la exclusión (por cuestiones de género y sexualidad, de clase, de origen) y las jerarquías sociales producen violencias cotidianas sobre los cuerpos de las mujeres.
Es un libro muy femenino y sumamente feminista; ¿Cuál crees que es el rol de la mujer hoy, en los movimientos sociales?
En estos cuentos me interesa pensar en la pregunta de la solidaridad y sus límites, de cómo se construye y cómo se cultiva. Por eso el libro explora cómo se forman ciertas comunidades femeninas de apoyo y cuidado, aunque lo hace a un nivel más íntimo y personal porque no aborda el tema de las movilizaciones sociales. Pero creo que de cualquier manera la solidaridad entre mujeres, la manera en que nos cuidamos y acompañamos, y también las tensiones que emergen de estos procesos, es un tema central para pensar en la historia y la vitalidad actual de los movimientos sociales. Los colectivos de mujeres que vemos hoy saliendo a la calle han hecho el arduo trabajo de reflexionar sobre las posibilidades de una ética del cuidado y del acompañamiento, de armar coaliciones y de organizarse para generar comunidad, y de las tensiones y negociaciones que emergen de esto. Hay ejemplos maravillosos en toda la región, como hemos visto en el caso de Chile, o ahora en Colombia con las manifestaciones públicas multitudinarias (inspiradas en parte por las chilenas) donde irrumpe con fuerza la lucha de las mujeres por denunciar las violencias de género y la desigualdad. De ahí emerge una noción del vínculo y de la posibilidad de trabajar desde y a través de lo colectivo que es muy urgente y relevante. Considero que el activismo de las mujeres dentro de los movimientos sociales en muchos momentos de la historia reciente han sido fundamentales para indicar el papel central que juegan los discursos y prácticas sobre feminidad, masculinidad y sexualidad en la manera en que está constituida la desigualidad, la injusticia, la destrucción de la naturaleza, las lógicas económicas de poder. Interrogar al poder desde ahí ha sido un aporte revolucionario.
Existe una cierta transversalidad que hace que cada cuento conecte de algún modo con los demás; ¿qué buscabas al enhebrar las historias entre sí?
Por un lado todos estos cuentos se pueden leer como relatos autónomos, como casas a las que somos invitados a fisgonear, como diría la gran Alice Munro cuando habla sobre lo que significa adentrarse en un cuento. Pero como estos son cuentos sobre la hospitalidad y la migración, y también sobre nuestras luchas (a veces infructuosas) por salvar a otros, es decir sobre gente que busca o implora que otra gente le abra la puerta o la cuide, me interesaba que a nivel formal este libro rompiera la noción de autonomía. Quise que cada cuento interrumpiera a los otros. Ninguna vida está circunscrita a las propias fronteras que desea trazar, ni puede operar bajo el individualismo fantasioso que pregonan los discursos oficiales. Y esto sí que lo saben muchas mujeres. Entonces quise enlazar sutilmente todos los relatos para que este libro fuera más híbrido y se pudiera leer casi como una constelación donde al final muchas dimensiones y personajes se conectan. Quería animar a quien lee a pensar en unos cuentos desde otros cuentos, a conectar historias y personajes. Porque cualquier relato, y no me refiero solo a lo escrito, sino a todo lo que nos pasa y nos contamos, siempre se desborda hacia otras vidas y las contamina.
La importancia de la escritura, sobre todo de las cartas, la ortografía y la edición en sí, es una constante en los relatos; ¿a qué se debe esta permanencia?
Creo que esa constante alusión al acto de escribir y de depurar la escritura, y en general al acto de mandar mensajes a otros (por teléfono, por carta, por email) es una forma de investigar el hecho de que somos siempre para otros, como nos sugiere el filósofo Emmanuel Levinas. En retrospectiva, ahora entiendo que esta alusión constante a la escritura también tiene que ver con cómo habitamos el mundo a partir del deseo, en busca de que otros nos atiendan y nos esperen, que nos miren y a veces que nos salven. Además siempre me han interesado las intersecciones entre lenguaje y clase social, entre lenguaje y diversos tipos de jerarquías de poder, incluida la de género. Pensemos en Sor Juana Inés de la Cruz y cómo le prohibieron escribir en el siglo XVII. Pensemos en la ansiedad que aún produce en tantos lugares que las mujeres accedan a la educación formal. Pensemos en cómo muchos todavía pregonan la ideología de que las mujeres no son aptas para el trabajo intelectual, y cómo a tantas mujeres escritoras no se las han tomado en serio por siglos. Pensemos en cómo las personas son catalogadas socialmente dependiendo de cómo hablan o cómo escriben (o si hablan y no escriben). Yo quería investigar cómo el acto de depurar, editar, corregir el lenguaje que usamos está íntimamente ligado a las formas en que las relaciones de poder nos determinan y nos marcan.
La narración de estas mujeres es una apología a la resiliencia; ¿qué otras características crees que posee la mujer latinoamericana?
La categoría de “la mujer latinoamericana” me parece demasiado general, y no siento que sea de mucha utilidad el ejercicio especulativo de definir esa idea de mujer, pues existen muchos modos de ocupar esa construcción de género, así como dinámicas locales, sociales, raciales e históricas distintas que marcan a las mujeres en diferentes contextos en una región tan diversa. No estoy diciendo que las mujeres de esta región no compartan cosas (la violencia de la colonialidad del poder, modos en que a nivel cultural, político, económico y legal habitamos un territorio marcado por la desigualdad), y entiendo que tenemos que pensar más allá de lo nacional, y que muchas luchas actuales son informadas por dinámicas regionales. Pero me parece un problema definir a todo un grupo heterogéneo de personas, cuando, de hecho, como nos recuerdan muchas feministas indígenas, afrolatinas, etc., no todos los lugares de enunciación son iguales. Creo que sería más pertinente, quizás, hablar de activismos latinoamericanos para mencionar los diálogos profundos y complejos que se han dado en las últimas décadas entre diversas colectividades de la región, y podríamos llamarlos persistentes, valientes, creativos, urgentes. O de activismos hemisféricos si hablamos, por ejemplo, de las mujeres indígenas o afrodescendientes de todo el continente y sus modos de articular su situación y de denunciar las injusticias históricas a las que están sometidas.
Es evidente que hay muchas mujeres latinoamericanas que están hablando entre ellas (y también con otras colectividades como los grupos LGBTQI) y articulando estrategias para movilizarse, denunciar, transformar las relaciones de poder. Así que más allá de encontrar una definición homogénea, vale más la pena hablar de procesos: de la construcción de solidaridades, comunidades y espacios de resistencia y acción.