Por Mauricio Ergas
Que puede hacer un pequeño humano como yo para ayudar en la difícil transición de un sistema que se cae a pedazos. “Una persona nacida en Alemania, a principios del siglo XX vivió bajo 5 regímenes distintos. Nace bajo el mando de los zares, sufre la primera guerra mundial, el nacimiento del fascismo, otra guerra, vive el experimento totalitario de la URSS, y gozó sus últimos años la tranquilidad que reinó su territorio terminada la guerra fría y la llegada de la democracia”. Debe ser muy raro el mundo para nuestros abuelos, es que han cambiado tantas esferas dimensionales de su vida desde que tenían mi edad. Sin experiencia, pero gracias a la información siempre disponible podemos responder nuestras pequeñas y grandes preguntas, y tener una mayor comprensión de lo que ha pasado, del sistema y sociedad que nos rige ahora, y de lo que puede devenir a futuro en este siglo XXI. Recuerdo a mi hermano, me da mucha risa. Cuando sale una interesante pregunta en una conversa, y nadie sabe, no tarda en sacar su celular, googlear un poco la respuesta y dar una solución pertinente para dejar satisfechos a todos, y seguir al siguiente tema. Aprendemos todo el tiempo, nada pasa desapercibido, y hay tanto que mucho no se puede procesar.
Divago un poco, solo que intentar hacer mi primer escrito sobre el estallido, 101 días después de aquella extraña noche de octubre. Donde nuestro presidente dictador salía en la televisión nacional, contándonos que mañana no podríamos estar fuera de casa después de las 21h. Había un estado de emergencia y los militares saldrían a la calle como pasó 46 años atrás. Y al día siguiente en la pequeña ciudad de Valdivia reinó el Caos. Se liberó la rabia acumulada tras muchos años. Leí en redes sociales el llamado y entendía que era lo que tenía que hacer. Todos entendíamos.
El llamado del 18 de octubre fue espectacular. Todos comprendíamos, Chile despertó. Entre 8 barricadas me sentía verdaderamente seguro, verdaderamente a gusto. Era como el éxtasis de un carnaval, pero con rabia e indignación, con empatía y comprensión. Porque todos estamos luchando. Necesito dar unos ejemplos para esto. Los pueblos que han sido desplazados y aniquilados, pese a no haber hecho daño a nadie. Las mujeres, que ya están hartas de que las maten, abusen y acosen, y con fuerza, con sensibilidad, con entendimiento y valentía derrumban a paso de gigante estructuras patriarcales en todos los ámbitos de la vida. Quienes defendemos a una naturaleza viva, que sin abogados es arrasada, devastada y extraída por el interés de pocos. Quien trabaja 45 horas semanales, y no puede ver crecer a sus hijos, ya que llegan a las 8 del trabajo y los niños deben estar a las 8 en punto en el centro de adoctrinamiento más cercano, así que no hay tiempo. Mucho menos propósito y sentido. Los estudiantes que se endeudan por seguir sus sueños y los abuelos que eligen no comer para tener luz. Daban las 21h y nadie se iba a ir. Gozamos del dulce sabor de la unión y la esperanza, que pronto fue amargado por el dolor colectivo más grande, la sangre del compañere que había vivido sus propias luchas, podían ser distintas, pero tenían un horizonte en común a la mía. Han sido 3 meses de esta intermitencia, llegas al punto de encuentro, te sientes en esta armonía de la unión, del entendimiento, y de querer algo distinto, donde humanos y otros seres vivos coexistamos en un mundo totalmente distinto al que vivimos ahora. Cómo quizás lo pensaron nuestros abuelos a mitad de siglo. Porque la verdadera violencia siempre ha sido impuesta por unos pocos. Y guerras se armaron, pensamientos se restringieron y leyes se impusieron en honor a salvaguardar lo que ellos fueron acumulando. Y no hay que culparlos a ellos. También son víctimas de algo mayor. Los grandes destructores de esta humanidad fueron criados y adoctrinados para hacer lo que están haciendo. El plan del sistema poco a poco ha dado sus frutos y ha creado máquinas perfectas y descerebradas para perpetuar su ambición, apoderarse de todos y de todo.
Y llevamos 3 meses ya de esta unión contra este ser indescriptible que es la sociedad humana bajo el escudo del dinero. Y nos ha ido demasiado mal. Pero hemos generado reacción. El estallido social fue algo que marcó profundamente mi realidad. Ya que me recordó que la transformación es posible, pero nunca de forma individual. Sí, he debido recorrerme, conocerme y crecer en constante metamorfosis para estar a la par de tantas caídas de estructuras de las cuales nosotros también fuimos diseñados para perpetuar. Esto solo ha sido posible gracias a un cambio en la visión que tenemos nosotros entre seres humanos y con el mundo. Hemos pasado en poco tiempo de relacionarlos de nivel local a nivel global. Las redes neuronales humanas globales están funcionando a toda velocidad, como si fuéramos un solo cerebro. Y así como el impulso nervioso, el crecimiento de una epidemia de coronavirus y la evolución de nuestro material genético, las ideas de este gran cerebro se generan en un sitio, o en varios sitios simultáneamente, recorren localmente, muchas veces se extinguen después de unas palpitaciones. Pero algunas excepcionales, llegan a resonar más allá de los mares y llegan a transformar individualmente a quienes conectan con estas. Antes era más difícil, en general tenía que ser forzada, a través de conquistas, leyes e imposiciones. Pienso que lo que ocurrió a finales de noviembre con “Un violador en tu camino” es el ejemplo perfecto para ver como las nuevas tecnologías permiten esta resonancia mundial. Mujeres en Turquía se pararon y gritaron el himno frente a un parlamento lleno de hombres que no podían llegar a comprender que pasaba, y asustados las persiguieron e intentaron llevarlas a cárcel.
Las cosas se están yendo un poco al carajo en todos lados del mundo, y estos pulsos de acciones esperanzadoras recorren las venas de la sociedad, apareciendo cada vez con mayor frecuencia e intensidad, por más que intenten reprimirlos y apagarlos. Cuando se logran días como la “Marcha del millón de personas” de Santiago, se llega a un nuevo estado, experiencias colectivas como esa marcan un antes y un después en la forma de funcionar en el mundo local, la normalidad ya no es ley. Y sí, nos quieren vender que el mundo se está yendo a las pailas, y que no hay forma de solucionar las cosas tal cual cómo están. ¿Pero si un día decidimos que las cosas ya no irán así? Yo doy fé a que se darán varias oportunidades así en este siglo. Empecé con la pregunta de qué puede hacer un pequeño humano como uno para ayudar en esta dolorosa transición. Llego a la conclusión de que soy como mi querida Mireya. Cada vez que nacía uno de nosotros, nietos de su amiga, mi abuela, ella plantaba un manzano en su patio. Y esos manzanos demorarían años en crecer y convertirse en árboles que puedan dar frutos. Ella murió hace poco y el terreno fue vendido hace unos años para hacer departamentos. No sienten que se parece un poco a la historia de tantos jóvenes con una semilla de nueva sensibilidad que plantar y que visualizan un mundo nuevo y armónico no para ellos sino para quienes vivirán después. Siempre recordando que estamos plantando en un suelo tóxico y descuidado. Y aunque creamos que la semilla no va a crecer, regamos esta tierra todos los días. Pienso que lo que pasó en Chile fue un buen brote. Incluso si el manzano crece puede que llegue el cambio climático y una ola de calor lo seque. Esta generación vino a salvar este mundo. Somos superhéroes de nuestra propia historia, y cada quien hará lo que esté a su alcance, en la propia expresión de su ser y de la forma que más le haga sentido. Y nos encontraremos en eso, y nuestras semillas florecerán como bosque nativo.