Editorial de la Revista D’Cimarrón – Lima, Perú
América Latina entró al siglo XXI como la región de las alternativas. Desde Hugo Chávez (1999) hasta Andrés Manuel López Obrador (2018) y Alberto Fernández (2019), completaremos dos décadas de gobiernos antineoliberales. Decimos antineoliberales porque es la única característica que invoca a proyectos tan diversos como el populismo peronista, el socialismo bolivariano y la cuarta transformación mexicana. Respetando la heterogeneidad de la región y la singularidad de cada uno de los países, nos quedaremos con aquello que nos vincula, en tanto que tendencia, a todos por igual.
Derechos sociales y partidos políticos
Si algo se había planteado Fukuyama con la tesis del fin de la historia, es que la democracia liberal se había impuesto para el siglo XXI como paradigma único en Occidente. Por ende, la preponderancia indiscutible de los derechos civiles (libertad de expresión, alternabilidad en el poder, equilibrio de poderes y derecho a la propiedad, etc.) los posicionaba por encima de los derechos sociales (educación pública, salud pública, derechos laborales, etc.). Al mismo tiempo, estos derechos civiles y la República en general, debían ser gestionados por técnicos universitarios (tecnócratas) que reemplazarían los partidos políticos y sus formas clásicas de liderazgo.
En América Latina sucedió todo lo contrario. A partir de 1999 se crearon nuevas leyes (incluso constituciones) que otorgaban amplios derechos sociales a las grandes mayorías. Frente a la crisis de los partidos, auspiciada por la imposición fallida de la tecnocracia, surgieron caudillos carismáticos (Hugo Chávez, Cristina Fernández, Rafael Correa, Andrés Manuel López Obrador, etc.) que repolitizaron las sociedades y evocaron el significante pueblo como sustitución del ciudadano liberal.
Caudillismo y dependencia
A pesar de esos avances, profundas contradicciones se fueron engendrando al interior de estos procesos. Por un lado, la dependencia de las materias primas (commodities) que financiaron el aumento del gasto público, generando aspiraciones y expectativas en la sociedad que a largo plazo son insostenibles. La historia nos ha evidenciado la inviabilidad del modelo socioeconómico dependiente del petróleo, gas, soja o cobre. Primero, porque como ya lo decían los teóricos de la dependencia, hay una tendencia al deterioro en los términos de intercambio y segundo, porque los precios dependen de la buena salud de las grandes potencias económicas. Al mismo tiempo, hay una fragilidad estructural de estos procesos a nivel político. La dependencia del liderazgo personalista y carismático. Con respecto a esta falencia, la realidad ha sido categórica y nadie puede negar que la sucesión ha sido tenebrosa para los proyectos políticos: tanto Dilma, como Maduro o Lenin, por razones diferentes, han desviado los rumbos del proyecto de Lula, Chávez y Correa. Quizás el proyecto de Alberto Fernández con Cristina Kirchner en un rol menos protagónico, resulte una alternativa, considerando que ha quedado demostrado con Evo Morales, que eternizarse en el poder, no lo es.
Blanquitud, patriarcado y movimientos sociales
A partir del año 2015, comenzó a circular en los medios académicos la idea del fin de ciclo. El arribo al poder de Macri, Bolsonaro, Duque y Piñera, parecía hablar de una restauración neoliberal. Sin embargo, no solo el triunfo de AMLO en México, sino también el de Alberto Fernández en Argentina, parecen reiniciar un nuevo ciclo, que está al mismo tiempo acompañado por un profundo malestar en las calles de Ecuador, Chile, Colombia, Venezuela y Bolivia (por diversas razones). Es decir, más allá de la historia de los gobiernos, la energía social está siendo canalizada con la toma del espacio público. Sin embargo, no se percibe una agenda programática en estas manifestaciones. Lo que sí queda claro, es que son los cuerpos no blancos (racializados como indígenas y negros) los que ocupan mayoritariamente las calles. La única agenda que se vislumbra claramente, es la agenda feminista, en pro del aborto, contra el feminicidio y crítica a un Estado que no protege sus vidas. Estamos a la espera de la agenda afrodescendiente, que pudiera circunscribirse a la agenda feminista y articularse a ella. La única certeza es que ni el neoliberalismo, ni el populismo de principios de este siglo, son proyectos que generen a largo plazo la estabilidad que necesitamos aquellos que habitamos el Sur.
Centro de Desarrollo Étnico – CEDET