Dos potencias europeas, una americana y una magrebí se rifan el control del estrecho de Gibraltar, una de las zonas con mayor valor geopolítico del planeta, dejando a su paso una gran huella medioambiental

Griegos, romanos, fenicios, musulmanes, otomanos… decenas de pueblos e imperios utilizaron históricamente este estrecho dado su potencial valor al unir el océano Atlántico y el mar Mediterráneo. Factor que actualmente lo hace ser uno de los pasos con más tráfico marítimo del mundo. Unión de civilizaciones y continentes, actualmente países como España, Reino Unido, Estados Unidos y Marruecos juegan sus cartas en la partida por la geopolítica mediterránea ya que el Estrecho es la última barrera que se interpone entre la parte continental y el océano.

Pero dejando a un lado el tema comercial y político, la zona es de las más ricas en el campo de la fauna y flora marina e inevitablemente, en los tiempos que corren, va ligado con un alto grado de contaminación. El parque natural marítimo-terrestre del Estrecho alberga más de 1900 especies de flora y fauna marina, siendo las más frecuentes el águila imperial, la tortuga boba, el delfín, la marsopa y amplias praderas de algas, indicadores de la calidad ambiental del agua en algunas zonas, destacando por su porte espectacular las laminarias. El Estrecho también es usado por cetáceos para realizar sus rutas migratorias, los cuales ocasionalmente, colisionan o quedan desorientados con los buques que surcan las aguas, otro actor en este juego.

 

El 80% del gas y petróleo que se exporta desde Oriente Medio y el Norte de África hacia América y Europa pasa por el estrecho de Gibraltar

Para ponernos en contexto de cómo nació un complejo industrial en una zona de tan rico valor ecológico debemos remontarnos al año 1954. Una visita de la Reina de Inglaterra a Gibraltar provocó la inmediata reacción del dictador Francisco Franco ordenando restricciones paulatinas en la frontera con el territorio británico. Para levantar la economía y el empleo, ya que decayó un 25%, y demostrarle el potencial industrial a Reino Unido el Gobierno español decidió declarar el Campo de Gibraltar como «zona preferente de localización industrial». Cepsa en 1964 y en años posteriores empresas como Petresa, Lubrisur, Acerinox y la central termoeléctrica Bahía de Algeciras se instalaron en la zona.

En medio de este paisaje, vive una población de más de 200.000 personas.

En general España ocupa una situación de privilegio geoestratégico respecto a la extensión de su terreno y enclaves a lo largo del Estrecho, desde Ceuta, Melilla y algunos peñones, así como varios aeropuertos y bases militares salpicadas por toda la línea costera. En clave marítima el gobierno español tiene un gran potencial comercial y militar en la región. El puerto de Algeciras, que este año movió en el periodo enero-octubre más de 92 millones de toneladas de mercancías (+3% respecto al año pasado), dato que lo pone a la cabeza como la primera dársena en actividad del Mediterráneo, las rutas de pasajeros que conectan Algeciras y Tarifa con Ceuta y Tánger y los barcos que realizan rutas comerciales a lo largo del Mediterráneo supone que circulen más de 300 buques diarios por el Estrecho, llegando a la cifra de 190.000 al año. Todo esto convive en la bahía de Algeciras, uno de los mayores polos industriales de Andalucía.

Organizaciones ecologistas como Greenpeace denuncian que la bahía sufre uno de los problemas de contaminación más graves del continente. Ya se han perdido importantes ecosistemas, como por ejemplo las praderas de posidonia oceánica y diferentes lugares de nidificación de aves como los flamencos, que ya no son visibles en la zona. En su lugar aparecen instalaciones industriales; un creciente tráfico marítimo y operaciones portuarias irregulares que contaminan enormemente degradando el litoral. También preocupa los niveles de sustancias contaminantes que las industrias de la comarcan liberan a la atmósfera. Según Ecologistas en Acción, algunas tan peligrosas como el benceno, los compuestos orgánicos volátiles o las partículas finas.

En el capítulo de vertidos varias organizaciones subrayan la peligrosidad de las actividades como el “bunkering” (traspasar combustible de un barco a otro) o el uso de monoboyas y las actividades de la refinería de CEPSA, la de Acerinox y la de Interquisa que vierten al agua más de 4.450 toneladas de sustancias tóxicas y peligrosas. Para agravar la zona también cuenta con la problemática de la falta de plantas de depuración, lo que obliga a diferentes ciudades a verter las aguas, sin ningún tipo de control sanitario, al mar provocando grandes riesgos para la salud. Pese a los esfuerzos del Gobierno y de cuerpos como el SEPRONA o Salvamento Marítimo son inevitables los problemas dado el número de barcos que transcurren por las aguas y que contribuyen a que el Mediterráneo sea el mar con más microplásticos del mundo.

Gran Bretaña y el peñón de Gibraltar

Todo este problema medioambiental se engloba dentro de los históricos enfrentamientos políticos entre los gobiernos de España y Reino Unido. Desde las disputas por las aguas hasta la demostración industrial que evitó el desarrollo turístico de la región.

Y es que el Peñón de Gibraltar, con sus más de 300 metros de altura, supone un excelente observatorio marítimo y aéreo en las puertas del mediterráneo, algo que desde 1713 Reino Unido tiene en sus manos.

Dado el potencial militar británico, a Gran Bretaña Gibraltar le sirve de almacén armamentístico y hace de guardián del Estrecho. El peñón británico cuenta con importantes instalaciones militares, portuarias y base aeronaval, pero carece de “hinterland”. Dado su clave geoestratégico actúa como barrera del Mediterráneo y a Reino Unido le conviene enormemente contar con este pedazo de soberanía enfrente del Magreb y a la vuelta de la esquina del África septentrional y occidental.

Es frecuente encontrar en Gibraltar submarinos nucleares atracados en sus puertos, aparte del destacamento que allí tiene destinado.

Es común también observar el mismo tipo de naves de países como Estados Unidos y en ocasiones Rusia por la zona. Sus unidades militares realizan entrenamientos a lo largo del año dada la posición privilegiada que poseen, en primer lugar a causa del enclave geográfico y después porque no existe regulación respecto al uso de naves de propulsión nuclear, al contrario que en el Canal de la Mancha.

Mientras que el gobierno gibraltareño sí tiene un plan de actuación frente a una catástrofe nuclear, pero el español no cuenta con ello. En el supuesto de un accidente nuclear 900.000 personas en toda la provincia de Cádiz no sabrían actuar debido a que no hay un protocolo específico. Porque con las bases navales de Rota y Gibraltar es común ver a submarinos nucleares de miembros de la OTAN navegando estas aguas. Y es que la base militar española y americana de Rota, construida en el marco del Plan Marshall y los Pactos de Madrid, es el tercer actor de la región.

 

 El gobierno norteamericano destaca la importancia geoestratégica del estrecho de Gibraltar como una de las más importantes del mundo

En el interior de la base el ejército de Estados Unidos guarda un gran potencial militar: aeronaves, barcos y submarinos nucleares. La estrategia de expansión de los Estados Unidos no pudo rechazar la presencia en esta zona tan rica geoestratégicamente y tener en la palma de la mano su pedazo de pastel del Estrecho, algo muy goloso para Washington. Desde Rota el ejército americano controla África, zona de especial interés después de los movimientos geopolíticos que llevan a cabo Rusia y China, y el sur de Europa a una distancia mínima.

Siguiendo con Gibraltar y volviendo al tema que nos ocupa, el medio ambiente, en el año 2016, el submarino HMS Ambush de la Royal Navy británica colisionó con un mercante en aguas del Estrecho. El sumergible tuvo que repararse inmediatamente en Gibraltar. La Armada Española desplegó a su equipo GOVRA, responsable de medir los niveles radioactivos en los puertos donde atracan estas naves, para medir la radioactividad, que no experimentó mayores cambios por el accidente según informaciones oficiales. La problemática de estas naves es que al realizar sus maniobras usan métodos de camuflaje e invisibilidad motivo que hacen pasar desapercibido para los sónares y radares de los demás buques.

 

Marruecos, el cuarto actor.

El país africano pretende competir contra su mayor rival en la región, Argelia. Para ello quiere volver a imponer su poder y liderar esta zona del Magreb y de paso del Mediterráneo. Para lograr sus objetivos ya construyó la terminal portuaria de Tánger Med y así competir frente a España y su puerto de Algeciras. Estudia también la posibilidad de construir una central nuclear en la región, lo cual, si se consuma, convertiría la zona en un territorio altamente nuclearizado con el posterior peligro que conlleva. En clave militar es innegable el fortalecimiento de su ejército debido a todos los frentes que tiene abiertos en África y el avance de grupos yihadistas armados en la región.

Por otro lado, con la construcción de la base militar de Ksar Sghir, a 14 kilómetros de Tarifa, busca potenciar su poder marítimo y aumentar su presencia en la zona menguada por las bases españolas, americanas y británicas. Aunque el reino alauita ha incrementado sus políticas medioambientales, como la reducción de bolsas de plástico, de cara a mejorar aún más las relaciones con la Unión Europea y ser un referente contra el cambio climático en la región, está muy lejos de lograr cambios notables, tanto a nivel social como industrial. Siguen siendo insalubres los niveles de polución en algunas ciudades del país, la contaminación de sus aguas es preocupante, la gestión de los residuos urbanos e industriales es nefasta y la importación de residuos altamente contaminantes de otros países es una realidad: comercio muy extendido por todo el mundo.

Como vemos en la zona actúan tres actores principales y uno secundario pero no menos importante.

Es innegable el potencial geopolítico del Estrecho, pero la preservación del medio natural tiene que ser una misión desarrollada por todos los actores presentes con la misma ambición con la que se desarrollan los objetivos geopolíticos en la zona.