El resultado de las elecciones en el Reino Unido fue un golpe para mí por varias razones. Tal vez ingenuamente, a pesar de los pronósticos y las encuestas negativas, seguí esperando hasta el final una victoria favorable a Jeremy Corbyn , entre otras cosas porque tendría un efecto perturbador no sólo en el país, sino también a nivel internacional, marcando un cambio radical en cuestiones como el desarme, el medio ambiente y la migración y poniendo fin a décadas de austeridad.
Quizás por eso la derecha y los medios de comunicación han hecho todo lo posible para evitarlo, llevando a niveles aún más feroces la campaña de degradación, mentiras y calumnias contra el líder laborista. Pero sobre todo Boris Johnson supo apoyarse en la tendencia actual de votar (cuando se vota) con el estómago, sin razonamientos ni reflexiones lógicas, sino buscando soluciones fáciles y generalmente relacionadas a la búsqueda de un chivo expiatorio. De esta manera todo se resuelve con una catarsis irracional, culpando a los que están peor y esperando de este modo poder mejorar.
De hecho, lo que más me llamó la atención de las elecciones británicas fueron los pobres que se quejan del estado desastroso en el que está el servicio nacional de salud y luego votan por los que lo destruyeron y no por los que proponen como primer punto del programa gravar a los ricos para financiarlo. Caen en la trampa de culpar de todos los males a Europa y a los inmigrantes y reaccionan como un niño exasperado por la urticaria y dispuesto a hacer cualquier cosa para eliminar la picazón. Johnson y los medios de comunicación sólo hablaron obsesivamente del Brexit y luego presentaron el voto de los conservadores como la forma de eliminar el problema. «¡Hazte Brexit! – Acabemos con el Brexit», como si salir de Europa resolviera mágicamente todos los males del país.
El programa Laborista contiene propuestas sobre salud, educación, vivienda y medio ambiente, que si se toman una por una gozaban de gran popularidad, involucrando y entusiasmando a miles de activistas, especialmente jóvenes. Corbyn trató por todos los medios trasladar el debate sobre el Brexit a las cuestiones sociales y, especialmente en los últimos días, identificó el voto por los laboristas con la defensa del Servicio Nacional de Salud, un tema que afecta la vida de todos (excepto quizás la de los ricos que pueden permitirse clínicas privadas caras). Incluso este mensaje aparentemente sencillo no consiguió llegar a un electorado que prefería la ilusión de que si abandonaba Europa y expulsaba a los inmigrantes, las cosas irán mejor. Los laboristas tendrán que reflexionar seriamente sobre las razones de esta derrota después de años de gobierno conservador, pero sin caer en la trampa que conocemos muy bien en Italia: la de atribuir la derrota a un programa demasiado radical, y luego indicar como salvación opciones más moderadas que en realidad son sólo una versión dulzona de la brutalidad neoliberal de extrema derecha.
También debemos recordar que el voto en el Reino Unido refleja una tendencia general a votar por hombres «fuertes» como Trump, Bolsonaro y Salvini, hombres privilegiados que se presentan como salvadores del pueblo y dirigen su ira por las condiciones de vida cada vez peores hacia los más débiles y discriminados.
Entonces, ¿cómo salimos de esto? Buscando una luz de esperanza en este momento oscuro, he tratado de identificar un elemento común en los fenómenos más positivos y alentadores que se están dando en los últimos tiempos y lo encontré en una palabra que resume un sentimiento aparentemente elemental, pero en realidad profundo: ¡Basta!
Dijeron basta los estudiantes estadounidenses que están hartos de las masacres en las escuelas y que el año pasado dieron lugar a marchas e iniciativas contra el lobby de las armas. Greta, los activistas de Fridays for Future y los de Extinction Rebellion, que rechazan un futuro marcado por la catástrofe climática, dicen que basta. Dicen basta los chilenos que reclaman dignidad y justicia después de años de desastrosas políticas neoliberales. También dicen basta las feministas de My Too, las de Ni Una Menos y las que reclaman con la performance contra la violencia opresora del estado patriarcal y violador que ha recorrido el mundo. Los individuos, las organizaciones y las ONG que defienden los derechos de los migrantes y salvan vidas en el mar y en tierra, rechazando la falsa retórica de la invasión, ya están diciendo basta. Las «sardinas» italianas, que salieron a las calles para rechazar los discursos de odio, el racismo y el fascismo que proliferan en la política, dijeron que basta. Y muchos más….
Todos estos movimientos, sin embargo, no sólo representan una denuncia, sino que también aportan un canal de expresión a una necesidad y a un sentimiento de unión, amor, esperanza, solidaridad y comunidad. Son formas creativas, espontáneas y horizontales y corresponden a una nueva sensibilidad que se multiplica sobre todo entre los jóvenes, pero que también sabe recuperar y realzar los momentos más inspiradores del pasado. Los muchachos chilenos que aún no habían nacido cuando fue el golpe de Estado de Pinochet que ahora cantan con entusiasmo «El pueblo unido jamás será vencido», son una clara demostración de este puente generacional.
Entonces quizá esta es la vía que explorar y profundizar: la de un sentimiento que resuene en el corazón de tanta gente, incluyendo y valorizando la diversidad, dando esperanza y abriendo el futuro más allá de los fracasos e inevitables derrotas en estos momentos en los que un nuevo mundo todavía frágil y fragmentado trata de abrirse paso en un sistema violento que recurre a cualquier medio con tal de conservar su poder.