Cuando concurrimos a la conformación del Frente Amplio, lo hicimos con la convicción de que en nuestro país era necesario construir una opción distinta al llamado “duopolio”, aquellos dos sectores responsables de una transición insípida, aguachenta, totalmente alejada de las necesidades de la gente y en una relación impúdica con los grandes grupos empresariales.
Fue al calor de las luchas estudiantiles del 2011 que comenzó a germinar una nueva generación de dirigentes políticos y sociales, rostros jóvenes, con mucha crítica a la transición y que mostraban estilos y valores propios de una nueva camada mucho más diversa y horizontal, bastante más progresista en su agenda valórica, que incluía ya no solo la tolerancia sino la aceptación de la diversidad sexual, el feminismo en todas sus expresiones, la despenalización del aborto y sobre todo, una gran crítica a los privilegios de unos pocos por sobre las mayorías.
En definitiva, el despertar de una nueva generación dispuesta a mover la rueda que se había estancado entre una generación diezmada por la dictadura en los años ochenta y la generación pasmada de la transición, cuya principal rebeldía fue decir, con desgano y flojera, “no estoy ni ahí”.
Entonces, por cierto que la irrupción de esta colorida e irreverente generación, capaz de desafiar con soberbia al Chile gris y monótono de la transición, gatilló grandes esperanzas de cambios y muchos pensaron que era el atisbo de una nueva sensibilidad que inauguraría una nueva era. Pero, bastaba mirar con detención su accionar político en las luchas universitarias, para darse cuenta de que esta generación también poseía algunos vicios, con prácticas similares a la de la “vieja política”, imposición de acuerdos de unos pocos por sobre otros, procesos electorales universitarios muy cuestionables y una beligerancia – sino belicosidad- en sus relaciones políticas bastantes sorprendentes.
Pese a todo eso, era posible observar que esta generación traía una velocidad y una densidad que no se había visto antes, irrumpiendo justo cuando todas las instituciones de la transición comenzaron a caer, una tras otras. Por tanto, se hacía muy necesario ayudar y empujar para que la energía que traía esta generación se expresara en toda su magnitud, pero sin olvidar que tenía un ADN político heredado de la generación anterior. Y esto es importante, pues desde el comienzo varios nos preguntábamos si esta nueva camada ¿acaso no sería el PPD del siglo XXI?, es decir, una generación que encabezaría un proyecto feminista, cletero y animalista, pero finalmente socialdemócrata, que apunta llegar al poder para corregir el modelo pero no para transformarlo.
Pero cuando irrumpe esa otra generación, la del torniquete, que sintoniza sinfónicamente con el hastío social, con el “No + abusos” y la necesidad de Dignidad con mayúsculas, en una nueva vuelta de la rueda generacional, entonces se produce un desplazamiento tectónico y lo que hasta muy poco aparecía como novedoso y atractivo, en tan solo 50 días quedó tan desfasado, que se observa apolillado y con olor a naftalina. Por cierto que en estos 50 días, la generación política que irrumpió el 2011 pudo haber sintonizado con este nuevo Chile, pero su formato es anterior, es un formato socialdemócrata que se preocupa genuinamente al ver a miles o millones de personas que llevan 50 días ocupando la calle y cuestionando la “institucionalidad” establecida, aquella institucionalidad que se quiere corregir pero no superar, entonces las respuestas que se dan son otras, diferentes de las respuestas que deben darse cuando se desea superar tal institucionalidad.
¿Qué quiero decir con todo esto?, que en definitiva el llamado estallido social, aceleró los tiempos y decantó los verdaderos proyectos que coexistían en el Frente Amplio, por un lado, aquellos que pensamos que es necesario producir grandes y profundas transformaciones pues el actual modelo neoliberal no tiene arreglo alguno y, por el otro lado, aquellos que están por un proyecto que busca llegar al gobierno para corregir las grandes imperfecciones del modelo. Ambas miradas son muy legítimas y si alguien cree que hay “traidores” o “amarillos”, es que nunca entendió lo que realmente era el Frente Amplio.
Por otro lado, la renuncia del Alcalde Sharp, la salida de los libertarios y Nueva Democracia del proyecto de Convergencia Social, hacen que la viabilidad de un polo de transformaciones al interior del Frente Amplio se torne realmente inviable. Por todo lo anterior, lamentablemente creo que el Frente Amplio ya cumplió su ciclo, bastante antes de lo que pensábamos y se hace necesario que nuestro partido reflexione nuestro rol en este nuevo ciclo que comenzó con el estallido social. Un estallido, que aún no termina y que no alcanzamos a dimensionar en todas sus consecuencias, que pueden ser muy posibilitarías pero que también puede terminar en una dolorosa y terrible involución.
Hoy más que nunca, hay todo un mundo por humanizar!