Desde el año 2015 he tenido y sigo teniendo el honor y el placer de poder aprender de la cultura Tzeltal, en la que en artículos anteriores (Redescubrimiento la Cultura Tzeltal Maya) se ha destacado la parte socio-cultural. Parte de la población indígena de Altamirano y algunas comunidades de pueblos rurales me permitieron acompañarla. El grito de sufrimiento de este pueblo chiapateco original reverbera en el cosmos, según el sistema de creencias tzeltal, descendiendo hasta nosotros, en parte responsables del cambio climático debido a nuestras acciones inconscientes diarias.
En la aldea de Altamirano vive Don Leonardo, un anciano Tzeltal que ha pasado parte de su vida plantando árboles en sus campos y hablando con nativos de otras comunidades sobre las consecuencias cancerígenas de los pesticidas y fertilizantes, como el glifosato, utilizados en sus tierras. «A lo largo de los años hemos notado que el sol quema nuestra piel mientras trabajamos en los campos y hemos reducido el tiempo que pasamos en nuestra tierra. Este año empezó a llover a mediados de octubre; nunca antes habíamos experimentado una temporada tan calurosa y seca», dice el viejo agricultor y curandero del pueblo.
Iluminado por las llamas del hogar de su humilde casa de madera y lámina, Don Mario comenzó a observar las brasas ardientes tomando una dura expresión. Su esposa deja de pelar los pocos frijoles frescos de la cosecha, coloca la canasta en el piso de tierra batida y sale de la casa para llamar a las gallinas de vuelta al gallinero. «Los maizales han producido mucho menos que en años anteriores, una plaga ha caído sobre nuestros frijoles y ha secado toda la planta. Las cosechas de nuestra comunidad son muy pobres, ya no tenemos suficiente para vivir todo el año», se queja Don Mario, representante de su pequeña comunidad de siete familias a pocos kilómetros de la aldea.
Altamirano es un pueblo de montaña de unos 12.000 habitantes a una altitud de 1.240 metros, en la frontera entre la Selva Lacandona y Los Altos de Chiapas, en México. La mayoría de los habitantes son indígenas Tzeltales, seguidos por algunas familias Tzotziles y Tojolabales. En una comunidad Tojolabal (que traducido al italiano significa «hombre de verdad»), perdida en la montaña, conocí a Don Alberto y a su familia con nueve hijos. «Este año nuestros ríos se secaron; sufrimos mucho antes de que empezara a llover de nuevo. Desde marzo hasta finales de octubre experimentamos un período de sequía sin precedentes. Bebemos principalmente Coca-Cola cuando no hay agua para hervir nuestro café», dice Don Alberto. La diabetes ha afectado a la comunidad indígena local. Coca-Cola consume tres litros de agua para producir un litro de la bebida endulzada, agua que viene casi gratis especialmente de Chiapas, causando una gran escasez para la población local.
«No tenemos suficiente dinero para comprar el maíz y los frijoles que faltan en Altamirano. ¿Qué vamos a comer? El maíz es el principal alimento de nuestros animales. Los precios de nuestros alimentos sagrados han subido en el tianguis (el mercado de origen prehispánico presente en la Mesomérica (la región del continente americano que incluye la mitad sur de México, los territorios de Guatemala, El Salvador y Belice, la parte occidental de Honduras, Nicaragua y Costa Rica), donde los campesinos de las comunidades se reúnen para vender sus productos); cuando pedimos dinero prestado a nuestros vecinos tenemos que pagar intereses que a menudo llegan al 20%», continúa Guadalupe, la esposa de Don Alberto.
Después de los rituales de cuidado de Doña Cristina, curandera de un suburbio de Altamirano, la mesa siempre está puesta con tamales (rollos de maíz usualmente rellenos de carne y vegetales) para compartir con la familia y los participantes del ritual. Desechando la hoja de plátano que envuelve el tamal, le pido a la curandera noticias de sus hijos, que pronto volverán a casa desde la zona costera. «No sólo mis hijos, sino también muchos otros han previsto regresar a casa desde la costa; cada año emigran en busca de trabajo, pero este año muchos no han resistido el calor», responde. «En agosto del año pasado el presidente municipal cambió. El poder es manejado por la dinastía Pinto Kanter, yendo de hermano en hermano y de padre a hijo y comprando las conciencias de los habitantes de Altamirano y de las comunidades rurales a cambio de dinero (600 pesos por voto) y falsas promesas. Con el nuevo presidente municipal, Roberto Pinto Kanter, el número de bodegas clandestinas ha aumentado, el alcoholismo se incrementa, así como la venta y el consumo de cocaína y la prostitución de niñas menores de edad dentro de las propias bodegas. Muchos de los jóvenes que regresaron de las zonas costeras junto con varios muchachos de las comunidades han sido contratados por los narcotraficantes gracias a la colaboración de un hermano del presidente municipal. Se acercó a un joven estudiante mostrándole una bolsa de cocaína y prometiendo ayudarle a salir de la pobreza a cambio de su colaboración para entrar en las escuelas», dice un campesino que quiere permanecer en el anonimato.
A partir de los 14 años muchos jóvenes emigran al norte del país y a las zonas costeras; la mayoría de los que regresan después de meses o años a sus comunidades de origen tienen problemas de adicción al alcohol, la cocaína y a la metanfetamina en cristal. Algunos empiezan a trabajar para los traficantes de drogas que venden drogas y cultivan plantas de marihuana para venderlas a sus jóvenes vecinos. Los tala montes, los madereros ilegales asociados con grupos mafiosos, han estado deforestando áreas naturales enteras durante décadas para revender la madera a precios asequibles. Según los pobladores locales, la tala silvestre ha contribuido al cambio climático en Altamirano y sus alrededores como una de las causas del aumento de las temperaturas; los agricultores dicen que hace sólo 20 años las lluvias eran constantes y abundantes y el frío punzante era característico de esta zona, mientras que ahora sólo durante dos meses al año las temperaturas bajan significativamente. La flora silvestre, típica de la selva tropical chiapaneca, dio vida a Altamirano junto con la fauna que habita en estas zonas; con el paso de los años esta parte de la Selva Lacandona ha cambiado de aspecto, llegando al escenario apocalíptico que vivimos hoy en día. Animales como jaguares, monos aulladores y muchos otros han escapado de un ambiente hostil; parte del reino animal ha sido testigo de la progresiva destrucción de sus guaridas por los leñadores.
«¿Qué nos espera en los próximos años? La culpa es sólo nuestra y la forma en que tratamos a la Madre Tierra. Los sacrificios que le ofrecemos no son suficientes para restablecer el equilibrio perdido», comenta Don Leonardo con amargura. «Sabemos que estos sufrimientos son duras pruebas causadas por nuestras acciones, no un castigo divino como algunos de nosotros pensamos. Muchos de nosotros soñamos con el regreso de Cristo, el fin de esta humanidad inconsciente y el comienzo de una nueva», concluyó el anciano curandero.
Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide