«Los pájaros cantan para pedirle al cielo que llueva. Cantan para que el maíz, alimento vital de la creación, crezca. Nuestros ancianos conocían bien las necesidades de los animales; les permitían comer parte de la cosecha, porque los frutos de la Madre Tierra tienen que ser compartidos. Las ardillas bailan cuando nace un niño, saben que trabajará en los campos de maíz, saben que contribuirá a la vida universal», dice don Flavio, huesero de una comunidad remota. «Nuestros abuelos nos dicen que los primeros hombres nacieron de granos de maíz; un día los Dioses se reunieron y decidieron crear a la humanidad. Eligieron el maíz por su resistencia a los elementos y sembraron varios granos, de los cuales las plantas comenzaron a crecer poco a poco. De las mazorcas aparecieron los primeros hombres y comenzaron a rezar al Cielo y a alimentarse con el mismo maíz en forma de pozol (pasta de maíz fermentada».
Un relato similar al descrito por el Popol Vuh sobre la creación del ser humano por los Progenitores, Creadores y Entrenadores. «El pozol es nuestra comida diaria», continúa don Flavio. «Cuando vamos al campo a trabajar, nuestras mujeres se levantan todas las mañanas antes del amanecer para moler granos hervidos; una parte se usa para tortillas y otra para pozol. Cuando nos rebelamos contra los terratenientes, el pozol era nuestro único alimento junto con las plantas silvestres. Pasamos días escondidos en cuevas y en las montañas y con el paso del tiempo nuestro pozol comenzó a pudrirse. Los que comieron el pozol podrido fueron los que realmente lucharon en esos días». Los zapatistas se llaman a sí mismos «maíz rebelde» cuando pintan murales o dibujan en sus cuadernos.
Un día doña Dominga, una tzeltalera perteneciente al grupo de conciencia femenina que reúne a mujeres de diferentes comunidades tzeltales, al ver a su hija arrojando maíz a patos y gallinas, se acercó rápidamente y comenzó a gritarle, instándola a que mostrara respeto al dios del maíz. «Somos hombres y mujeres de maíz», me dice después de besar una mazorca de maíz recién traída de la milpa, es decir, del maizal de su marido. «Mira esta mazorca de maíz, es maíz original. En mi milpa no usamos pesticidas y nunca hemos usado las semillas ofrecidas por varios gobiernos. Este maíz se está perdiendo, sabemos que las multinacionales y los gobiernos del pasado y del presente intentan enfermarnos, intentan matarnos de diferentes maneras. Nos dan fertilizantes y pesticidas, por ejemplo, y el resultado es un aumento de las muertes por cáncer, una enfermedad que nuestros abuelos no conocían. Intentan cambiar nuestro maíz por maíz transgénico. Tenemos la culpa de ceder a los regalos del gobierno».
Cuando doña Dominga dice «mi milpa» está usando el término tzeltal «k’altik», una palabra plural que significa «nuestra milpa». Por lo tanto, es interesante cómo esta palabra tiene un significado dirigido a involucrar a toda la comunidad en torno al elemento maíz. Según doña Dominga y el sistema de creencias tzeltal, la comunidad tzeltal indígena es una y el maíz es el elemento que identifica y reúne cultural y espiritualmente a toda la gente, una entidad viviente, un dios. «Nuestros huesos están hechos de maíz», dice su marido. «Por eso comemos pozol y tortillas para vivir; el maíz es nuestra fuerza. Sin ella no hay vida, no hay comunidad. Somos el pueblo del maíz. Cuando el gobierno la ataca, nos ataca a todos».
Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide