Por Fatine Oliveira /Traducción de Pressenza
La noche era deliciosa. Un encuentro de amigas virtuales lleno de bromas, curiosidades e historias imprevistas. Entre una cosa y otra, reflexiones sobre nuestras experiencias como mujeres con discapacidad, aunque una de nosotras no compartiera esa condición. Ella estaba allí con los ojos y los oídos atentos como una buena amiga feminista suele quedarse, cuando se ve frente a otra mujer.
En cierto momento de la charla, entre una cita de Foucault y otra (chicas académicas, después de todo), mi querida amiga Patrícia Guedes comienza a compartir una de sus historias afectivas. «Estuve con un chico, que me pidió que no se lo dijera a nadie. No quería que los demás lo supieran”.
Por supuesto me identifiqué con esa historia, pero lo que me descolocó fue lo que siguió. «Pero es lo que ya sabemos, ¿no es cierto? Nosotras somos las clandestinas. Las que nadie quiere asumir».
¿Has observado cómo las cosas se fortalecen cuando las nombramos? Es como si ciertos sentimientos nos dieran vueltas en la cabeza, y cuando los nombramos se desenrrollaran como un ovillo de lana. Miramos ese hilo largo, vemos su origen y la mejor manera de encararlo.
Cuando Paty nos llama «clandestinas» no sólo ayuda a entender ese lugar que ocupamos, sino que también nos ayuda a reconocer otros sentimientos conflictivos que surgen de esta posición.
Cuántas y cuántas veces recibí mensajes de hombres casados/comprometidos con flirteos, elogios exagerados, invitaciones y más invitaciones a encuentros casuales.
Cuántas veces hubo hombres que se dijeron interesados, pero nunca salieron conmigo.
“No querían una relación seria”, pero a la semana siguiente aparecían de novio con una chica sin discapacidad.
Desean mi cuerpo en las redes sociales, pero en el mundo real sólo soy una «buena amiga», «una mujer increíble», «alguien para guardar en el corazón».
Lo peor de estas historias es recordar que la ausencia de un afecto verdadero me hizo aceptar esas promesas, y cada una de esas veces me sentí una basura.
Pensar que quizás esa sería (o es) la única manera de tener alguna experiencia sexual posible, porque no habrá otras posibilidades. Porque para muchas mujeres con discapacidad este es uno de los fantasmas cuando se trata de relaciones. No es saber cuándo tendremos otra historia, es recordar que posiblemente vas a vivir una larga soledad hasta encontrar a alguien nuevamente.
Ser clandestina es no ser elegido para nada, al mismo tiempo en que estás disponible para todo. Es anhelar una posición, una bienvenida. Es ser reconocida como alguien que merece atención, que está ahí no sólo para ser deseada sexualmente, sino también emocionalmente.
Ser clandestina es disfrutar de una extraña libertad. Es ser capaz de hacer cualquier cosa menos lo que realmente quieres.
Confieso que descubrirme clandestina me dolió. De hecho, todavía duele. La verdad nos hace eso, ¿no? Nos inquieta, confunde todo aquí dentro.
Trato de no juzgarme por las elecciones que hice, incluso porque todavía no sé si salí por completo del lugar de la clandestinidad. Me quedo pensando cuánto de este proceso de amor propio que tanto predicamos, realmente reconoce las realidades más duras que experimentamos.
¿Cómo podemos esperar que alguien clandestino se ame a sí mismo y rechace historias que tal vez nunca tendrá en otro momento? Hablamos tanto de esperar el momento adecuado, la persona adecuada, y hacemos caso omiso de lo corta que es la vida. A veces lo que nos queda es sólo el ahora.
Tenemos que hablar más sobre las relaciones de las personas con discapacidad teniendo en cuenta el problema de este tipo de experiencias. No se trata sólo de culpar a la mujer por ser la otra, o por no tener autoestima. Esto no tiene nada que ver con no valorarse, porque se trata más bien de un rechazo social a ver el cuerpo con deficiencia como espacio de relaciones afectivo-sexuales-humanas.
Me quedé pensando hasta qué punto eso se refiere a elegir tener libertad sexual, porque sólo puedes elegir si tienes opciones, de lo contrario tu «elección» no es más que una imposición. Conversando con Patricia, ella me regaló todavía otra reflexión:
«Creo que estamos privadas de las dos cosas, ¿sabes? De la libertad sexual y del afecto. No podemos ejercer libremente ni el deseo, ni el afecto”.
Me siento muy molesta cuando veo planteos que no entienden esta posición. ¿Debemos cuidarnos? Por supuesto. Pero primero, ¿vamos a discutir aquella y esta otra situación de opresión? Porque sólo así conseguiremos apropiarnos de este empoderamiento.
Hasta entonces seguiremos en la clandestinidad, escondiéndonos y siendo motivo de broma en la mesa del bar: «Fulano de Tal es tan ganador, que hasta salió con esa chica en silla de ruedas».
Bueno… La de la silla de ruedas soy yo.