Por Lilian Morinigo
Esta nota es producto de la entrevista con una sobreviviente del etnocidio aché en la década del ’60. Un relato de trágicas vivencias pero de claras convicciones para recuperar la herencia de su pueblo.
Margarita pertenece al pueblo aché, cuyas tierras ancestrales se encuentran en el departamento del Amambay y Canindeyú, a 600 kilómetros al norte de Asunción, Paraguay. Nació en 1962 en la selva subtropical del Departamento de Canindeyú, en la comunidad Chupa Pou, en el noreste de la Región Oriental.
Infancia y contacto inicial con los blancos
Su nombre real es Mbywangi, cuyo significado refiere a una especie de roedor en aché y Margarita es el nombre que le impusieron luego sus amos. Es la séptima entre ocho hermanos. Sus padres eran cazadores-recolectores. En esa época las personas de su comunidad vivían desnudas y solo dormían en una choza si llovía. Cuando ella tenía tres años, su padre falleció como consecuencia de una mordedura de serpiente. Su madre estaba embarazada de su octavo hijo.
Un año después fueron víctimas de la persecución. Margarita tenía apenas cuatro años de edad cuando fue secuestrada por cazadores. Y fue vendida varias veces como «criada» (personal doméstico), a diversas familias de hacendados. Estaba jugando con todos los niños de la comunidad, cuando vio llegar a “los paraguayos” a caballo y con armas. Se escondió detrás de un matorral, pero la encontraron y fue capturada. Sólo recuerda que lloró mucho.
Vivió un tiempo con la gente que la secuestró antes de ser vendida por cinco mil guaraníes. Finalmente fue a parar con una familia de ganaderos. A la pareja los llamó “mamá-papá” y a sus diez hijos, “hermanos”. En la casa nadie trabajaba pero todos estudiaban, salvo ella. Aun siendo una niña la obligaban a hacer trabajos, era la sirvienta de la casa. No la dejaban salir. Nunca le demostraron ningún afecto. La despreciaban en todos los sentidos posibles, excepto su padre adoptivo, quien la defendía siempre.
Margarita es una persona muy serena y llena de luz. De los peores momentos siempre rescata lo bueno, y afirma que lo mejor que le pudo haber ocurrido en ese período tan infeliz fue el asistir a una escuela, donde aprendió a leer, escribir y hablar en español.
A medida que iba creciendo se daba cuenta que era diferente, pero no entendía por qué, y se sentía incompleta. Tenía un sueño recurrente donde una misteriosa mujer le hablaba de su pueblo, de sus raíces, de su cultura y de una misión que ella tenía que cumplir.
Un día sus apropiadores (padres adoptivos) decidieron revelarle su verdadero origen indígena. En ese entonces ella no conocía el significado de la palabra “indígena”, pero leyendo libros y periódicos se enteró del significado y entonces pudo entender que era hija de la Tierra, de la Selva, del Universo. A partir de ese momento su sueño empezó a tener sentido. Comprendió que la mujer que le hablaba en sus sueños estaba relacionada con su origen. Ella se sentía acompañada, y eso le dio fuerzas para seguir luchando por su libertad. Después de algunos años, se mudaron cerca de Ciudad del Este, pero ella seguía sin tener amigos.
Buscar las raíces
A los 20 años logró escapar definitivamente de su destino de esclava, y recuperó su libertad para comenzar a buscar a su pueblo. Llegó a Ciudad del Este, donde trabajó como empleada doméstica y continuó averiguando sobre su origen. Le pidió a un sacerdote que la ayudara a encontrar su comunidad y, después de dos años de búsqueda, pudo hallar a su gente en la comunidad de Chupa Pou, en el departamento de Canindeyú.
Así fue como regresó a su origen. Pudo reencontrarse con sus hermanos de sangre. Ni bien llegó a la comunidad, uno de sus verdaderos hermanos la reconoció, pero no pudieron conversar porque ella ya no hablaba en aché. Al mismo tiempo se enteró de la triste noticia: su madre había sido asesinada el día que a ella la secuestraron.
No fue fácil readaptarse a su cultura. Si bien en esa época los aché ya usaban ropas, continuaban viviendo en chozas y dormían alrededor del fuego, para protegerse del frío. Margarita había olvidado que para su pueblo, la naturaleza constituye no solo su medio de vida sino que integra su cosmogonía de manera fundamental a través de diferentes símbolos, mitos y personajes que poseen diversas funciones y poder: nómade, agraria y cazadora de acuerdo a su rol en cada contexto.
Le costó mucho ser aceptada en la comunidad. Al haber sido criada en una familia paraguaya había adoptado sus usos y sus costumbres, muy diferentes a la de los aché. Por eso la veían diferente, pero ellos no sabían que debajo de ese atuendo pulcro, ella seguía siendo pura semilla.
Volver a soñar
Los primeros tiempos fueron muy difíciles para ella pues no podía comunicarse con la gente de la comunidad, ya que solo hablaba guaraní y español. Para ser aceptada tuvo que aprender su lengua ancestral. Gracias al amor, al acompañamiento y a las sabidurías de sus hermanos y de las ancianas pudo superar su adicción. En ese entonces decidió seguir aprendiendo y se decidió por un curso de enfermería.
Pasó el tiempo y Margarita, como toda joven de su edad, anhelaba casarse y tener una familia grande. Conoció a un hombre en la comunidad, se enamoraron, se casaron, y al poco tiempo nació su primer hijo. Ésa misma noche volvió a soñar con la extraña mujer que siempre le hablaba pero, esta vez, ella venía a despedirse. Antes de irse le dijo que ya estaba donde tenía que estar: en su pueblo, con su gente. Y le manifestó que ya no estaría sola, que tenía a su hijo y que ya estaba preparada para cumplir su misión. Le dio un beso en la frente y le dijo: “ahora ya no me necesitas, me voy para siempre, ya puedo descansar en paz”. En ese mismo instante Margarita se despertó, sintió una suave brisa en la cara, y una paz y felicidad que no puede explicar. Al fin se había dado cuenta que la enigmática mujer de su sueño no era otra que su verdadera madre. Comprendió que siempre había estado cerca, que la había estado cuidando, protegiendo y guiando para que pudiera retornar a su origen, con su pueblo.
A los 30 años se convirtió en la primera mujer cacique de la comunidad, desde entonces sigue su lucha por la recuperación de las tierras ancestrales.
El compromiso con su gente
En 2008, tras asumir el ex obispo Fernando Lugo la presidencia de Paraguay, Margarita fue nombrada ministra del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INDI) convirtiéndose en la primera mujer indígena en lograr un cargo público de rango ministerial en la historia del país.
Su designación fue un gran paso para la reivindicación de los pueblos indígenas, de recuperar sus derechos sobre sus tierras ancestrales y la dignidad. Como jefa del INDI siempre buscó el consenso, ya que algunos líderes al principio no estaban de acuerdo en que una mujer los dirigiese.
Luchó por la recuperación de la dignidad de su pueblo y demostró a todos los referentes indígenas que solamente unidos y con convicciones podrían lograr los que sus antepasados siempre quisieron: recuperar sus tierras ancestrales y proteger los bosques. Durante su gestión convirtió al INDI en la llave de acceso a la educación de las comunidades. Consiguió apoyo y becas para que los jóvenes puedan llegar a la universidad y tener así más oportunidades.
Hace unos años completó sus estudios en la escuela secundaria. Su gran sueño es llegar a ser médica obstetra pero, además, sueña publicar algún día su autobiografía y sus poesías que tanto le gusta escribir, donde en cada frase, cada párrafo rescata su cultura, sus raíces, su historia de vida y la de su gente.
Presidenta de la Asociación de las seis comunidades de los aché del Paraguay: Puerto Barra, Ypetimi, Chupa Pou, Cerro Morotî, Arroyo Bandera y Kuetuvy. Hoy en día, su mayor esfuerzo y preocupación se enfocan en frenar el avance de la soja (que los está echando del monte) y sus consecuencias: enfermedades respiratorias de los niños y la falta de medicamentos. Asimismo, hace hincapié en la deforestación, la necesidad de capacitación agrícola, la falta de semillas y la apertura de mercados para vender sus productos.
Lamentablemente, a los aché ya les robaron una vez todos sus territorios ancestrales y ahora que por fin tienen la propiedad titulada, los sojeros y madereros “brasiguayos” (brasileros–paraguayos) lucran con los últimos recursos forestales. La impunidad de estos delitos es asombrosa y aterradora. Ya no les queda confianza en la justicia ni en las fuerzas públicas. La entrevista terminó con la frase de la lideresa: “¿Hasta cuándo tanta injusticia?”