Por María Luisa Rodríguez Peñaranda
Primer paso, los días previos al 21N, la convocatoria y los intentos de judicializar-criminalizar la protesta cívica
El pasado jueves [21 de noviembre. NdR] el movimiento estudiantil y profesoral de las universidades públicas y privadas, centrales obreras de trabajadores, artistas, amas de casa, servidores públicos, pequeños empresarios, indígenas, afrodescendientes, y en general la población hastiada del mal gobierno salieron a protestar en una nutrida –las cifras oficiales hablan de 200.000 en Bogotá pero no resultan confiables[1]-, colorida y creativa manifestación ciudadana de descontento a lo largo y ancho del país.
Los diversos motivos inicialmente expuestos fueron poco a poco tomando forma con reclamos más concretos como el incumplimiento a los acuerdos de paz; lo que se denominó “el paquetazo” de medidas económicas que empobrecen a la clase trabajadora; el asesinato de más de 250 líderes y lideresas principalmente mujeres defensoras de sus territorios y de la naturaleza; la falta de transparencia del gobierno al tratar de ocultar el bombardeo de un supuesto campamento de las disidencias de la guerrilla desmovilizada FARC, pero que en realidad se trató del asesinato de unos 18 niños, niñas (que estaban siendo abusadas sexualmente) y adolescentes reclutados forzosamente por un exguerrillero (lo que generó la renuncia del Ministro de Defensa Guillermo Botero un par de semanas atrás).
En suma, un conjunto de hechos, déficits de protección, graves omisiones gubernamentales de protección de los DD.HH. que con la falta de liderazgo presidencial y deseos de criminalizar-judicializar las protestas, logró mágicamente articular con un poderoso y fuerte mensaje común a todas las voces: tenemos el derecho social, así como político de protestar pacífica y libremente.
El descontento generalizado en la sociedad colombiana fue creciendo en los días previos justamente por los inocultables esfuerzos del gobierno nacional y local de Bogotá por judicializar la protesta con estrategias como nada menos que 53 allanamientos a las casas de los convocantes, ensañándose con el liderazgo estudiantil y con algunos medios independientes que divulgaron estrategias para actuar en caso de desmanes de los Escuadrones Móviles Antidisturbios –ESMAD- . Los esfuerzos de criminalización mostraron su falta de creatividad volviendo al trillado pánico “castro-chavista”. Que por desgastado y viejo no funcionó.
Segundo Paso. La fiesta democrática, la riqueza creativa y los lazos de unión construidos en las marchas. Y el inesperado cacerolazo
Las marchas fueron lúdicas, creativas, con mensajes certeros “se metieron con las generaciones que no tiene nada que perder, ni casa, ni trabajo, ni jubilaciones. No tenemos nada ¿qué miedo va a haber”?”; “No podría mirar a mis hijos a los ojos y decirles que ellos viven así porque yo no me animé a luchar”; “si mi mamá se queja de que no hago nada, imagínese la mamá de Duque”, “que el privilegio no te nuble la empatía”.
En la jornada del 21N se lograron movilizar a sectores históricamente apáticos por primera vez interesados en hacerse sentir, lamentablemente las rutas no fueron articuladas en Bogotá, lo que impidió dejar la imagen histórica que constatara la verdadera magnitud del acontecimiento. Pero ni Duque, ni las intimidaciones y ni siquiera un gran aguacero nacional desactivó el deseo de expresarse de lxs manifestantes.
Si bien las marchas fueron pacíficas en forma generalizada, eventualmente se presentaron disturbios y actos de vandalismo. Muchos de los cuales fueron contenidos por los mismos manifestantes al impedir los desmanes por unos pocos. Lo actos de abuso policial particularmente sobre las mujeres, quienes fueron golpeadas, pateadas, apaleadas, puso de presente la impronta misógina que arrastran las fuerzas del orden en el país.
En la noche algo inesperado sucedió. El sonido de las cacerolas –ese gran legado que Caracas nos regalaría a Latinoamérica-empezó a inundar nuestras calles y barrios. Las cacerolas y cucharones, esas piezas de cocina que nos ayudan a preparar los alimentos, que todos tenemos en nuestros hogares, que nos conecta con el cuidado, el abrigo, la familia, la subsistencia, comenzó a crear una música colectiva de manifestación pacífica, de invitación a resistir y continuar protestando desde nuestras casas, calles, barrios, incluso en los de clases medias y altas de las ciudades, que tal vez han logrado entender que estamos en el mismo barco hacia la reconciliación y la convivencia pacífica.
Tercer paso. La estrategia del pánico recurriendo al clasismo
El viernes, tras el cacerolazo nocturno no estaba claro si habría nuevas marchas. No obstante por redes circulaban sitios de encuentro por toda Bogotá para realizar cacerolazos a lo largo de la jornada. Varios hechos empezaron a suceder: i) transmilenio, el único sistema de transporte articulado con el que cuenta la ciudad, no estaba funcionando particularmente en los municipios periféricos vecinos a Bogotá de donde proviene la fuerza laboral más importante en la prestación de servicios de cuidado, seguridad, ventas, obreros, así como en los barrios pobres de la ciudad; ii) sin poderse transportar se iniciaron protestas algunas pacíficas, otras violentas; iii) se dieron saqueos de supermercados, casas, edificaciones en las mismas zonas; iv) el alcalde decretó el toque de queda a partir de las 20.00 en los barrios pobres y una hora después en el resto de Bogotá- siendo la última vez hace 40 años-; v) en redes circulan imágenes de delincuentes intentando ingresar a urbanizaciones y familias armadas con palos, machetes –y algunas con armas de fuego- para supuestamente defenderse de los vándalos, que a la mayoría de los barrios nunca llegaron; vi) también hay videos ciudadanos que prueban una doble cara de la policía, rompedora de vidrios y viviendas en los barrios pobres; conciliadora y tranquilizadora en los privilegiados; vi) se finaliza con un aclamado despliegue militar fuertemente represivo supuestamente para garantizar la seguridad ciudadana.
En contraste, al frente de la residencia privada de Duque y en los barrios privilegiados las personas siguen manifestándose pacíficamente con los cacerolazos, de modo que mientras el pánico se irradia en los más vulnerables, estereotipándolos como irracionales y violentos; las clases medias y altas disfrutan de la máxima tranquilidad para expresarse. Así la estigmatización histórica a la pobreza y el recurso al clasismo para volver enemigo a los desamparados fue la vergonzosa arma utilizada por el gobierno local y nacional para dividir a la movilización. Hoy, dos días después del 21N Bogotá amanece soleada y tranquila, pero aún no sabemos el siguiente paso.
En conclusión preliminar se puede decir que el menú dispuesto sigue abierto. El gobierno sigue probando recetas y platos para desintegrar la protesta pacífica, pero esta sigue en pie, no se ha dejado manipular porque este pueblo diverso y siempre obligado a dividirse ha madurado. En efecto, el acuerdo de paz ha logrado cimentar un nuevo pacto social en donde las injusticias históricas son intolerables. Nosotros lo sabemos, y Duque con su gobierno también.
(Agradezco a la Red de Profesoras Universitarias por mantenerme informada en forma objetiva, instantánea y crítica).
[1] https://www.elespectador.com/noticias/judicial/tres-muertos-en-valle-y-1…