Hemos quedado atónitos con la manifestación de una nueva generación que avisó de su existencia estos últimos meses en Chile. Expresaron, subvirtiendo el orden económico y público, que no les gusta el sistema social en que viven. Se manifestaron y fue creciendo entre ellos un sentimiento de afecto, solidaridad, un reconocimiento mutuo, que sintonizó a toda su generación y arrastró también a las restantes de sus hermanos mayores, padres y abuelos. De pronto, como en un cuento de Saramago, todos nos dimos cuenta que el sistema político, económico y financiero era absurdo, que la democracia formal de los políticos era una hipocresía, que el gobierno protegía una élite.
Un mundo que hasta el día anterior era una verdad total se desplomó. Ya no queremos competir, ya no nos interesa el consumo, ni el año escolar, no queremos ganarle al vecino, no le creemos a la tv, ni al presidente, ni al parlamento. El dios dinero comenzó su agonía y así ya no puede dictar las normas de convivencia. Por el contrario, mancha todo lo que toca.
El grito que unió las marchas multitudinarias canta: Chile despertó, despertó, despertó.
¿Pero qué significa exactamente ese despertar?
La opinión más común es que los abusos del sistema financiero neoliberal fueron los causantes. De ahí se desprende que la angustia económica de las clases medias y las más desposeídas son el disparador de un fenómeno revolucionario. Revolución en esta ocasión sin partidos ni caudillos que la dirijan. El sistema habría llegado a un nivel de impunidad que agotó la sociedad, que ahora no cejará la presión hasta que una asamblea constituyente vuelva a definir la relación entre capital y trabajo, las reglas democráticas, la propiedad de los recursos naturales, el estándar del bien común de la salud y la educación, el estado federativo y plurinacional.
Esta es una hipótesis más o menos aceptada, propia de las filosofías economicistas del siglo XX. Algunos incluso leen en esto el principio del fin del neoliberalismo ya que en el mismo país donde se probaron sus teorías ahora serán barridas por el pueblo que alguna vez se ilusionó con ellas.
Es interesante, pero creo que hay otras aristas que me gustaría explorar.
Es probable que el fenómeno generacional no sea exclusivo de este país, sino que tenga características planetarias; el caso de Hong-Kong es llamativo por su similitud.
Pudiera una generación estar despertando mundialmente y estar abriendo los ojos hacia el horizonte del futuro. Es por “despertar” que ya no quieren este sistema de antivalores, ahogado por el capital financiero que pretende disciplinar la libertad por medio de palancas económicas y bursátiles. No importa si se trata de luchar contra el partido comunista chino o contra el rey de España o contra el poder corporativo financiero o el estado nacional: algo cambió en la sensibilidad de las nuevas generaciones que despertaron y descubrieron que se trata de ellos, de su mundo, y que tienen el deber y el derecho de transformarlo. No importa cuál símbolo sintetice aquel sistema individualista y tramposo del que se quieren despojar, no importa cuál sea el símbolo de lo que restringe la libertad y la diversidad, no importa con qué métodos nos exacerben esos deseos inútiles y sinsentido de querer más, la generación joven se está alzando en distintas latitudes, y parece que en una interesante dirección. De pronto descubrieron que los síntomas de la depresión, pánico, suicidio, incluso la ludopatía que padecían, era por la asfixia de valores individualistas, discriminatorios y competitivos y no por enfermedad mental como se les hacía creer. Inician así una revolución que transgrede las costumbres del sistema económico financiero uniforme y comprenden que son ellos los protagonistas.
Estas generaciones nacieron ya sin las referencias típicas del sistema, que ya estaban en decadencia: la iglesia, la democracia, los políticos; un sistema capaz de matar y de destruir el planeta entero por dinero. Al menos esa es la representación que se tiene de una institucionalidad incapaz de evitar el colapso nuclear, ambiental, económico y moral.
Los pueblos se están sintonizando en este paisaje mundial con una generación sin los referentes tradicionales del sistema. Ya no son sólo las nuevas generaciones, sino todas ellas se sincronizan en un espíritu hasta ahora desconocido. Sospecho que sobrepasará cualquier molde con que se las quiera contener, moldes que irán cayendo uno tras otro ante el caudal de la energía joven de una generación crítica que inaugura un nuevo momento histórico y probablemente anuncia una nueva era.
El análisis tradicional de lucha de clases y considerar que el ser humano es un ser económico, y que ese es el factor de cambio (o sea todos nos movemos por pesos, o sea nuestra alma es esencialmente corrupta), pudiera no ser válido. Al dejarnos llevar por ese tipo de pensamiento no tenemos todos los elementos para saber cómo actuar en esta revolución que queremos fomentar.
Reducir el motor humano a los factores productivos y considerar que la violencia de masas es una violencia revolucionaria y puede ser “utilizada” para una “causa mayor”, podría no alcanzar para analizar la complejidad de lo que se viene.
Intento entonces encontrar un ángulo existencial y humanista para comprender el momento que vivimos, y evaluar la acción para acompañar este cambio en la mejor dirección.
Entre las causas de las pérdidas de referencias sociales, morales y religiosas está el desgaste de las creencias culturales que chocaron con un nuevo paisaje tecnológico y mundializado. Pudiera ser que esa desestabilización de las referencias identitarias y del propio “yo” estuviera impactando a la conciencia desde sus necesidades espirituales más profundas. Una suerte de vacío mental provocado por la caída de las creencias y modelos que hasta hace poco nos orientaban está permitiendo a la conciencia personal y social acceder a la experiencia de su motivación más profunda y esencial. La mente liberada de los viejos moldes que la contenía (creencias religiosas, ideológicas, legales y económicas) revitaliza una búsqueda esencial en la que no se encuentra aislada, sino junto a otros en que se reconocen como humanidad.
Si de esto se tratara, el espíritu del ser, el sentido, aquello que trasciende el propio yo, está despertando en estas generaciones y conmoviendo al ser humano en la Tierra. El sistema está temblando, está muriendo su último dios, el dinero, y ajusta sus métodos para detener un nuevo fenómeno psicosocial que irrumpió justo cuando se sentía victorioso.
Aunque nos alegremos porque el espíritu está renaciendo en el corazón de cada uno y de todos, hay que reconocer que esta revolución es de los jóvenes. En el paisaje existencial de la juventud no están las iglesias, ni las ideologías, ni los políticos, ni los jerarcas, ni los gobiernos. Sí están la tecnología y la comunicación instantánea. Son ellos la chispa que enciende los nuevos tiempos.
Son ellos los protagonistas de este momento histórico. Así que si la historia alguna vez “contó con los pobres del mundo”, hoy le abre paso a una juventud para la que ya no existen los esquemas de la modernidad ni la postmodernidad.
Pareciera que asistimos al fin de un mundo y eso hace temblar los cimientos de nuestra psiquis.
Pero también podríamos estar asistiendo al nacimiento del ser humano del futuro, a la creación de un tipo de sociedad universal inédita hasta ahora. Somos quizás los afortunados observadores de la creación histórica e intencional del ser humano.
Sea que la historia y nuestra propia vida es movida por factores de la economía de producción o de mercado, sea que estamos ante un sistema de creencias y valores que murió y produce un vacío mental que permite el contacto con un nuevo significado espiritual y un sentido trascendente de la vida, serán consideraciones importantes para definir nuestra acción en este momento que nos toca vivir.
Si se trata de un espiral evolutivo, la crisis global probablemente terminará por derrumbar los últimos pilares de las civilizaciones modernas para dar paso a una civilización planetaria imprevisible. Sea cual sea el contexto que consideremos en que nos encontramos tenemos que reflexionar cómo vamos a colaborar como personas y como comunidades en la construcción de la humanidad futura. Somos la condición de origen de los nuevos tiempos y podemos esforzarnos para comprender qué nos pasa y poner lo mejor que tengamos para la construcción humana común.
Hemos sido testigos en las calles de la poesía expresada en letreros de cartón que cada cual confecciona, todos ellos traduciendo una dignidad que sintoniza con el compañero o la compañera de marcha: “No dejamos la calle hasta que valga la pena vivir”; “No era depresión, era capitalismo”; “Una violación no se borra, un rayado sí; una vida no se recupera, lo material sí”; entre muchos otros que muestran algo muy grande que burbujea en cada cartel. Pareciera que una fuerza muy importante hubiera despertado de la profundidad del alma, una fuerza vital que se experimenta junto a los otros y tiñe a la vida de sentido, una fuerza que nos comunica los unos a
los otros, que nos hace amar nuestras diferencias y reconocernos como iguales, un sentimiento hermoso de querer lo mejor no sólo para los míos también para los tuyos, un sentimiento de humanidad que está acariciando la razón para encontrar nuevos significados. Ya no es soportable la injusticia, el abuso, la violencia y la discriminación. Ya no es soportable una sociedad que tolera la violencia económica concentrando la riqueza. Ya no se admite dominar a las multitudes por la fuerza o por la manipulación psicológica o química. Ya nadie acepta el desarrollo destruyendo el sistema ecológico. Intolerables también son la violencia sexual, el fanatismo religioso o ideológico.
Parece que un nuevo espíritu está manifestándose en medio del derrumbe de los modelos y esquemas actuales.
¿Cuál es la acción vital para este momento que nos toca vivir? ¿Cómo nos emplazamos personalmente y junto a nuestra comunidad para aportar a la construcción de lo que viene? ¿Qué virtud personal pongo al servicio de lo conjunto para avanzar hacia un progreso de todos y para todos? La generación crítica, la de la inflexión entre un mundo que muere y otro que nace finalmente amaneció. ¿Cómo empujamos en nuestra situación personal y comunitaria, en nuestra situación vital, para que la fuerza que nos está animando siga creciendo, contagiando e inspirando la sociedad planetaria, del bien común, de liberación personal, sin muros ni fronteras físicas o
mentales?