Por Francisco Ruiz Tagle y José Gabriel Feres*

Esto es lo que han logrado con la imposición de un sistema que para favorecer su dominio y hegemonía ha cosificado al ser humano, buscando instrumentalizarlo como objeto de sus mezquinos intereses.
Nos corresponde recuperar una imagen querida que refleje nuestros mejores sentimientos y volver a «abrir el futuro» para nosotros y las próximas generaciones.
Esto nos incluye a cada uno, buscando restablecer los vínculos afectivos con ese medio inmediato al que abandonamos para perseguir quimeras. También hemos de ponernos a la tarea de colaborar en la regeneración del tejido social, hoy destruido por la competencia y el individualismo esquizofrénico.

El tiempo de conciencia más importante para los seres humanos es el futuro. En ese “espacio mental” se concentran las expectativas y aspiraciones que movilizan nuestra acción presente. De allí provienen las imágenes que orientan nuestro quehacer día tras día. La mayoría de esos proyectos, que hemos delineado cuidadosamente puesto que estaban dirigidos a transformar nuestras vidas y las de nuestro entorno inmediato, tienen su origen en el cúmulo de promesas difundidas por los líderes políticos y económicos a través de los medios de comunicación. Y esas posibilidades de progreso que supuestamente se nos abrían las hemos hecho nuestras ingenuamente, sin demasiados cuestionamientos.

Pero cuando caímos en cuenta de que esa sentida esperanza en una vida mejor ha fracasado y que aquellas luminosas imágenes que construimos comienzan a disolverse en el vacío, la frustración del futuro se ha transformado en rabia. Entonces empezamos a buscar culpables a quienes destruir porque nos hemos sentido engañados, y esa furia irreprimible tiende entonces a descargarse mecánicamente por la violencia destructiva o también como un profundo desaliento.

Si a nivel social las cosas tomaran ese curso catártico, los problemas se agudizaran. Como vivimos en un sistema globalizado, seguramente esas explosiones tenderán a multiplicarse en todas las latitudes, como manifestación del profundo descontento de la gente. Esta furia social sin dirección -que puede adquirir muchas formas, desde la simple asonada callejera hasta la barbarie tecnificada- no contribuirá en nada a mejorar las cosas y tan solo aumentará el desorden general, con el consecuente incremento de la reacción represiva desde los poderes fácticos para tratar de controlar el caos creciente. Las élites se verán completamente sobrepasadas por el desborde psicosocial generalizado y el sistema se desintegrará aceleradamente, con altas cuotas de dolor y sufrimiento para todos. ¿Qué vendrá después? Lo mismo que ha sucedido en otros momentos de la historia: una larga y oscura Edad Media, solo que ahora será global.

A estas alturas, parece estar quedando claro que este sistema nos utilizó para sus propios fines, al asegurarnos que la única forma de alcanzar el bienestar material al que aspirábamos genuinamente era convertirnos en vulgares bestias rapaces que debían competir despiadadamente por esos bienes escasos. Es decir, para acceder a la riqueza anhelada debíamos deshumanizarnos. Tal vez lo creímos, tal vez no, pero todos fuimos igualmente arrastrados por la corriente deshumanizadora y violenta que el sistema propiciaba como conducta ejemplar. Por cierto, las élites han sido cómplices activas de esta lógica perversa y cuando ahora comprendemos que esas deslumbrantes promesas no se han cumplido ni se cumplirán jamás, nos sentimos invadidos por la desazón y una ciega furia hacia esas dirigencias nubla nuestro juicio.

Sin duda que este sistema inhumano puede y debe ser transformado radicalmente y con urgencia y el Nuevo Humanismo nos propone un camino distinto al caos destructivo. Primero, deberíamos cambiar la dirección de nuestra mirada. Ha llegado el momento de dejar de mirar hacia las alturas, ya sea con veneración o con odio, y comenzar a conectarnos con nuestro entorno cercano. Necesitamos restablecer sin demora los vínculos afectivos con ese medio inmediato al que abandonamos para perseguir quimeras.

“A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación. Los que quieren realmente a la gente no desprecian esta tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social”. (Silo, 1993).

Después, hemos de ponernos de cabeza a la tarea de colaborar en la regeneración del tejido social, hoy destruido por la competencia y el individualismo esquizofrénico. En este nuevo espíritu, las conductas competitivas y de apropiamiento bases del capitalismo deberían ser reemplazadas por aquellas de colaboración y reciprocidad que responden a una actitud humanista. En la medida en que esa red de intenciones se vaya ampliando y las personas aprendan (o re-aprendan) a deliberar en conjunto, comenzarán a ponerse de acuerdo en las prioridades para abordar la acción y darle un propósito compartido, una dirección común, al tiempo que se asumen formas de lucha basadas en la no violencia activa.

“Una vez que ese proceso se ponga en marcha, se repetirá espontáneamente en el surgimiento de múltiples organizaciones de base que formarán los trabajadores ya independizados de la tutela de las cúpulas sindicales. Aparecerán numerosos nucleamientos políticos, sin organización central, en lucha con las organizaciones políticas cupulares. Comenzará la discusión en cada fábrica, en cada oficina, en cada empresa. El fermento social comenzará a activarse nuevamente y se desatará la lucha clara y franca entre el capital especulativo, en su neto carácter de fuerza abstracta e inhumana, y las fuerzas del trabajo, verdadera palanca de la transformación del mundo. La democracia real, plebiscitaria y directa será una necesidad si se quiere salir de la agonía de la no participación y de la amenaza constante del desborde social”. (Silo, 1994).

Todo este protagonismo inédito de la base social en el proceso de cambios que habremos ayudado a poner en marcha, estará animado por un nuevo sentido que seguramente impulsará formas de organización flexibles y descentralizadas, las cuales tenderán a reemplazar las relaciones verticales de subordinación tradicionales por una red de vínculos de coordinación entre funciones diversas.

Para el Nuevo Humanismo, en este momento histórico la época nos está demandando una misión bien precisa, cual es la de colaborar en la rearticulación de la base social y generar los ámbitos propicios para deliberar y pensar en conjunto el mañana. Nada más y nada menos. La verdad es que en medio del fragor y la pesadumbre de un caos incipiente no podría haberse encontrado otro destino más deslumbrante.

 

*Humanistas