Por Roberto Mayorga Lorca*
Advertencias científicas. Existen temas tabúes de carácter chocante ante los cuales preferimos evadirnos, como las teorías de científicos de los centros académicos más prestigiosos, en el sentido de que los fenómenos de crisis climática, calentamiento global, escasez de agua, sequías, desertificación, derretimiento de los polos, inundaciones, incendios, contaminación de los océanos y todo tipo de desastres ambientales, no constituirían eventos aislados, sino que formarían parte de una sexta extinción masiva de la vida que habría comenzado a afectar a la tierra. Barry Sinervo, profesor de la Universidad de California, señala que existe cada vez más consenso científico que esta sexta extinción está actualmente en marcha; opinión similar fue expresada recientemente por Gilles Boeuf, profesor de la Universidad La Sorbona, en el último Congreso Futuro celebrado en Santiago de Chile.
Sabemos que diferentes investigaciones y estudios han identificado al menos cinco extinciones de la vida en nuestro planeta desde sus orígenes, 4.500 millones de años atrás. También sabemos que éstas han sido causadas por eventos de la naturaleza, grandes erupciones volcánicas, choques de aerolitos, explosión de supernovas, congelamiento de la tierra, etc. Lo que no tenemos claro es cuánto ha durado cada una de esas extinciones y cuántos miles o millones de años ha tardado la vida en volver a resurgir. Es conocido que el quinto de esos episodios habría acaecido hace 65 millones de años exterminando a toda la fauna de dinosaurios. La diferencia de todas esas extinciones con la actual sexta en curso es que ésta última estaría siendo causada por la forma como el hombre ha explotado la tierra y que, como boomerang, está provocando una catastrófica reacción en contra de la humanidad y la integridad de todos los seres vivos.
Como apunta Jens Ormö, investigador del Centro de Astrobiología y colaborador del Instituto de Geofísica de la Universidad de Texas, “el ser humano es la especie que ha iniciado la sexta extinción masiva; tal vez estemos a tiempo -aduce-, de aprender algo del pasado”. Lo expresado no significa desconocer que una extinción podría tener también otras causas, como una confrontación nuclear o fenómenos imprevisibles del universo independientes de la acción humana.
Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) han pronosticado que el incremento de las emisiones de dióxido de carbono desde el siglo XX puede provocar un exterminio de las especies de los seres vivos en todo el planeta. El evento fatal dependería de que una cantidad crítica de carbono, unas 310 giga toneladas -es decir, 310.000 millones de toneladas-, se introduzca en los océanos, lo que estiman podría ocurrir de aquí al año 2100. Esto no significa que la extinción se produzca de un día para otro, sino que por entonces la Tierra entraría en lo que llaman «territorio desconocido», a partir del cual se generaría una catástrofe ecológica global en un tiempo indeterminado.
Según un estudio de World Wildlife Fund (WWF) la mitad de las especies que habitan bosques y selvas ha desaparecido en los últimos 40 años. El informe ha hecho un seguimiento de 268 especies de aves, mamíferos, anfibios y reptiles de todo el mundo entre 1970 y 2014 mostrando que la población de animales forestales ha disminuido en un 53%.
Según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, prácticamente todas las especies en el planeta están amenazadas de extinción, actualmente, el 40% de los anfibios, el 25% de los mamíferos, el 14% de las aves y el 33% de los arrecifes de coral. La actividad humana, específicamente la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero, son las responsables. En general, las tasas de extinción son 1.000 veces más altas de lo que serían si los humanos no estuviéramos presentes y, como sostiene David Ehrenfeld, profesor de la Universidad de Rutgers, cada extinción es de índole irreversible.
La trascendencia de COP 25. La Conferencia Internacional de las Partes para el Medio Ambiente, conocida bajo la sigla COP, ha venido reuniéndose durante 24 años sin lograr un acuerdo universal que posibilite detener este proceso de destrucción global. En el último tiempo, por catástrofes que empiezan afectar dramáticamente la supervivencia, ha comenzado a propagarse en la opinión pública un “Efecto Greta“, gracias, entre otros factores, a las súplicas de esta noble adolescente sueca, generando por medio de su épica “Friday´s for Future” una conciencia y preocupación colectiva, -más allá de científicos y especialistas-, acerca del inminente riesgo en que está sumida la humanidad.
Frente al serio riesgo de esta eventual o inminente sexta extinción global, ¿existe real conciencia de que si el mundo no modifica drásticamente sus modelos de negocios y su sistema cultural, peligra la subsistencia de la especie humana y gran parte de la vida en la tierra?
En dicho contexto se realizará en diciembre de este año 2019 la COP 25 en Madrid. Es previsible que dada la creciente gravedad que ha adquirido este proceso se insista en la urgencia de detener el calentamiento global, disminuir drásticamente las emisiones contaminantes de carbono, eliminar la producción de plásticos y, especialmente, según se ha informado, acordar medidas para cautelar los océanos. Lamentablemente, se anuncian para el año 2050, lo que puede ser ya demasiado tarde.
Por otra parte, los acuerdos en cada una de las anteriores 24 COP -y que probablemente se tomen en la número 25- dirigidos a los Estados miembros, al carecer de poder vinculante, no han logrado implementarse, especialmente por la falta de una decidida cooperación de las potencias más contaminantes, especialmente los EEUU y China, cuyas respectivas autoridades no han buscado o no han encontrado la manera de compatibilizar sus modelos de negocios con una efectiva protección al medio ambiente.
Una campaña mundial de concientización. Postulamos que ante dichas frustraciones, COP 25, amén de todas las resoluciones dirigidas a los Estados, incluya el despliegue de una campaña mundial permanente orientada a las personas, a fin de crear y/o fortalecer un sentimiento universal de responsabilidad individual y comunitaria ante esta crisis humanitaria, un desafío que, a partir de cada persona, se internalice en sus diversas actividades, públicas o privadas, sociales, políticas, educacionales, familiares, empresariales, laborales o meramente particulares. Dicho sentimiento de responsabilidad se refiere a un comportamiento constante por privilegiar a la humanidad y a la naturaleza por encima de la obsesión ilimitada de mercaderías a costa de un desorden ecológico colosal, lo cual, sin beneficiar a los sectores más necesitados de la población, alimenta una banal ostentación de riquezas en medio de un planeta en destrucción.
Hacia un modelo de desarrollo sustentable. Es evidente así que el mundo debiese girar drásticamente de sus actuales modelos económicos -capitalistas, socialistas o de cualquier índole-, hacia el logro de los 17 Objetivos del Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas delineados para ser materializados el 2030. Este nuevo paradigma debería adecuar la producción hacia bienes esenciales -antes que los tiempos se vengan encima-, so perjuicio de encontrarnos más adelante bajo emergencias prácticamente incontrolables. Tal giro será utópico o un sueño romántico frustrado si sucumbe ante la tenaz resistencia y negacionismo de sectores de las más variadas posiciones sociales, económicas e ideológicas que por ignorancia, inconsciencia o mera conveniencia disfrutan o se aferran al actual statu quo sin importarles las generaciones de hoy y del mañana.
La necesidad de una nueva geopolítica. Por otra parte, no basta con esfuerzos aislados pues, como señala Agustín Squella, premio nacional de humanidades y ciencias sociales, “los países tendrán que aceptar que hay bienes que son comunes del mundo”, por consiguiente, deberes universales, lo que conduce a repensar el contenido de conceptos tradicionales como los de soberanía nacional, -o de democracia-, según agrega Cristóbal Bellolio, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, visionando lo impopular que pueden ser medidas restrictivas a los actuales modelos de negocios. En la misma línea, la investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia de la Universidad de Chile, Pilar Moraga, llama a reformular la geopolítica de los Estados y la relación entre las diferentes naciones del orbe. Estamos así ante un imperativo global, internacional, dirigido a descubrir formas de avanzar conjuntamente en la implementación de modelos de desarrollo sustentable, so perjuicio de que de no hacerlo la humanidad se precipitará inevitablemente a un abismo sin retorno, no sólo a una “crisis de civilización”, en palabras del filósofo del Instituto de Estudios de la Sociedad Pablo Ortúzar, sino que sencillamente a su exterminio. No actuar en consecuencia, equivaldría para Pilar Moraga, a un “ecocidio”, esto es, una especie de genocidio resultado de una devastación ecológica total.
El pre-requisito de la calidad humana. Ahora bien, un giro universal de la envergadura requerida es ilusorio sin una actitud colectiva que privilegie al ser humano sobre las cosas y que podemos analizar bajo el concepto de “calidad humana”, esto es, una conducta profundamente solidaria, franca, fraterna y comprometida hacia el prójimo y la naturaleza, que engendre confianzas y armonía, tanto a nivel individual como social, y sin la cual es prácticamente imposible poseer conciencia de la importancia de cuidar nuestro hábitat en beneficio tanto de las actuales como de las futuras generaciones. Es innegable que la creciente descomposición de la calidad humana -la mala leche usando un chilenismo-, ha sido el germen que está destruyendo a la humanidad en sus diversos ámbitos, en lo personal, en lo familiar, en lo social, en lo político, en lo económico y obviamente en sus relaciones con la naturaleza.
En suma, y volviendo a nuestra interrogante: No habrá real conciencia de que el mundo debe modificar drásticamente sus actuales modelos de crecimiento a fin de evitar o morigerar una extinción total, si previa o simultáneamente no se logra una reconversión cultural, de la actitud y comportamiento humano frente a sí, frente a los otros y frente a la naturaleza. En términos del Profesor Squella, un desafío que “tiene que ver con un cambio de ideas y cambios culturales profundos”. Es innegable, siguiendo a Humberto Maturana, que cuando “los otros y lo otro”, esto es, la humanidad, animales y naturaleza no son entendidos como legítimos e imprescindibles, la vida se torna precaria y es ilusoria la materialización de cualquier iniciativa o acuerdos nacionales o internacionales dirigidos a la protección del ser humano y de nuestra madre tierra.
Sin embargo, es de destacar cómo algunas naciones han desplegado proyectos dirigidos a cautelar la actitud y comportamiento de su gente, como la campaña bajo la impronta “Calidad Humana Sharing the Filipino Spirit” en Filipinas, liderada por una coalición de universidades y el sector privado con apoyo gubernamental, de carácter transversal, ciudadano, y en la que se incluye en la formación de los jóvenes la conciencia de una disposición activa pro persona, pro humanidad, pro comunidad y pro naturaleza y que podría servir de ejemplo a ser emulado. Iniciativas como ésta permitirían salir al paso de los “angustiantes efectos emocionales” que la crisis climática estaría generando en parte de la sociedad, según los describe el psiquiatra Alberto Larraín, director ejecutivo de la Fundación Pro Cultura, en la medida, sostiene, que “la forma de mantenerse en pie es sintiéndose parte de una red que esté trabajando por lo mismo”.
En resumen, una gesta colectiva en contra de una cultura indolente que se ha entronizado en todos los niveles de la sociedad desequilibrando la armónica convivencia entre las personas y en sus relaciones con el medio ambiente, la naturaleza y nuestros amigos animales. Insistimos, un desafío de carácter cultural, incluso de “legitimación espiritual” como lo califica Pablo Ortúzar-, que debiese estar comandado no sólo por las autoridades ambientales sino que especialmente culturales y educacionales. Al respecto, es de celebrar la reciente incorporación de la Universidad de Chile a un acuerdo internacional que declara la necesidad de un cambio social drástico para enfrentar la emergencia climática y que integran más de 150 instituciones de educación superior, como la Universidad de Berkeley, el King´s College de Londres, la Universidad de Pompeu Fabra y redes universitarias como Higher Education Sustainability Initiative, China Green University Network ó Health Agency de la Universidad de Kioto.
En fin, no se trata de meras retóricas ni de ser apocalípticos o de estar inspirados por motivaciones ideológicas, -como algunos insensatos sostienen-, sino que simplemente realistas y no evasivos para anticipar que el fracaso ante las contingencias descritas habrá significado para siempre o durante millones de años, la desaparición de gran parte de la vida sobre la tierra e irremediablemente de la especie humana. Un desafío a partir de hoy. Mañana será demasiado tarde.
*Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg, Prof. Titular Derecho U. de Chile – USACH – Ex Embajador en Filipinas