El reventón que está experimentando el país se ha prolongado hasta la fecha, sin visualizarse su fin ni en qué términos. Si bien los escenarios que se abren permanecen en el misterio, a la luz de los comportamientos que han tenido los distintos actores, ya se puede especular en torno a ellos.
Entre los actores podemos distinguir al movimiento social, caracterizado por no tener una única cabeza visible (multifacético) ni una única causa (multicausal), donde cada protagonista tiene su propia razón para adherir, abarcando a personas de todas las edades (multietáreo), que incluye desde estudiantes hasta jubilados, y su persistencia en el tiempo (multitemporal).
Otro actor relevante es el gobierno, responsable de la conducción del país y del orden público, que ha tenido un comportamiento errático, signo de que no se esperaba el reventón. Mal que mal poco antes de iniciarse la rebelión, el propio presidente de la república afirmó que el país era un oasis dentro del contexto latinoamericano, para pocos días después, denunciar que el país estaba en guerra. La reacción del movimiento social no se hizo esperar al afirmar que no estamos en guerra.
Por último, podría mencionarse a la oposición política institucional representada por los partidos políticos en el parlamento, pero su peso ha sido casi nulo en el trance actual, tan sorprendido como el propio gobierno, como por su intrascendencia en la actual coyuntura. Otros actores que están brillando por su ausencia son las iglesias católica y evangélica, que en este minuto no tienen nada que hacer ni decir dadas las crisis existenciales que están viviendo, así como las élites, particularmente la empresarial, que de la noche a la mañana se ha encontrado con un país que desconocía.
Dentro de cada uno de estos actores hay fisuras, distintas reacciones y miradas respecto de lo que está ocurriendo. Unos ponen énfasis en la violencia de los saqueos físicos, la destrucción de bienes públicos y privados; otros ponen el acento en la violencia que encierra el saqueo económico representado por las colusiones de las grandes empresas, los fraudes, los abusos y la corrupción de poderosos grupos de interés.
Estamos ante un choque de trenes, donde están quienes quieren mantener el modelo económico vigente así como el modelo político representado por la actual constitución, y en la otra acera, quienes se oponen. Dos mundos cuyos intentos de acercamiento han sido en vano, al menos hasta la fecha. La rebelión de octubre es la expresión de esta grieta.
Los escenarios que se abren son una incógnita, pero en los extremos se observan dos. Uno, el de que esto termine en una masacre donde que dentro de cada uno de los actores se impongan las cabezas calientes, los partidarios de la solución militar. Dos, el del entendimiento, en el que las partes se sienten a reflexionar, a mirarse a los ojos, a reconocerse para acordar acciones de corto, mediano y largo plazo que aborden las causas, las raíces de los problemas que nos aquejan. Asumo que la inmensa mayoría aspira este último camino, el de la cordura, la no violencia activa. Los cabildos que espontáneamente están teniendo lugar apuntan en esta dirección.
Se desconoce el nuevo Chile que emergerá de la crisis actual, pero de lo que pocos dudan es que será otro Chile. Desde esta perspectiva, estamos en una suerte de punto de inflexión, de estar ante un problema de marca mayor que nos dota de una preciosa oportunidad para dar un gran paso adelante. Cuán pacífico o violento sea dependerá de nuestra capacidad para reconocernos cara a cara.