Por Antonio Martins / Traducción de Pressenza
Hay una brecha para que continúe la admirable experiencia de autonomía política y feminismo en el Kurdistán. La invasión turca tramada con los Estados Unidos, se estanca frente a la reacción siria. Los turcos temen el aislamiento y la posible confrontación con Rusia.
Las guerrillas autonomistas de Oriente Medio, cuya ideología combina marxismo y anarquismo y que, traicionadas por Estados Unidos, parecían a punto de sucumbir hasta hace unos días, pueden tener una oportunidad. Lo dice, en un artículo publicado hoy en Counterpunch, el veterano periodista irlandés Patrick Cockburn, sin duda el corresponsal y analista occidental mejor informado sobre Siria e Irak.
Cockburn, autor de El origen del Estado islámico, informa que las tropas turcas avanzaron rápidamente sobre el Kurdistán sirio (en el norte de este país), a partir del pasado martes 9 de octubre. El ataque se desencadenó inmediatamente después de la ya conocida llamada telefónica en la que Donald Trump dio luz verde al presidente turco Recipp Erdogan, para la invasión. Los soldados y tanques de Ankara entraron rápidamente en la región autónoma de Rojava, acompañados de soldados. El plan era claro: promover la limpieza étnica en la región; alejar a los kurdos (a quienes Turquía llama «terroristas»); instalar a miles de refugiados sirios, que migraron temporalmente a Turquía en los últimos años, huyendo de la guerra civil en su país. Pero Erdogan no contaba con un hecho nuevo.
La sorpresa, continúa Cockburn, fue la rápida reacción del presidente sirio Bashar Assad. El domingo 13 de octubre Assad anunció que su ejército se dirigiría al norte del país para impedir la invasión turca. Puede hacerlo por algo aún más inesperado: un acuerdo con los kurdos, perseguidos por Siria durante muchos años, pero súbitamente aliados ante la amenaza común que representa Turquía. El periodista explica que el ejército sirio también entró en Rojava, ocupando ciudades como Manbij y Kobani, cercanas al río Éufrates, y Qamishli y Hasakah, en la frontera con Irak.
Turquía tiene el segundo mayor ejército de la OTAN, mientras que las fuerzas armadas de Siria mal pudieron ganar una guerra interna. Pero Cockburn explica que dos factores impiden que Ankara siga adelante. El primero es el enorme repudio internacional al ataque contra los kurdos. Todos los que siguen los acontecimientos en Medio Oriente –destaca el periodista–, conocen la valentía y la importancia de la lucha de las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG) en la lucha contra los terroristas del Estado Islámico (ISIS). Y la invasión del Kurdistán por Ankara fue tan descuidada que permitió, entre otras cosas, la fuga de cientos de esos terroristas ultra-fundamentalistas que habían sido encarcelados por los kurdos. El rechazo fue tan fuerte, que el lunes –en un desconcertante zigzag– el propio Donald Trump pidió a Erdogan que detuviera el ataque.
El segundo factor que disuade a la ofensiva turca, es la retaguardia militar que Rusia brinda a Damasco. Fue la entrada de Moscú en la guerra civil siria –a partir de septiembre de 2015– lo que impidió la victoria del Estado islámico, salvó al país de la desintegración completa y protegió al régimen de Bashar Assad. La alianza ruso-siria es, por lo tanto, firme y contra el poder de Moscú, Erdogan no parece atreverse. Lo más probable, dice Cockburn, es que encuentre alguna forma de cantar victoria, para el público interno… y se retire.
Los kurdos pueden tener algo de alivio. El acuerdo con Assad, claro, siempre será frágil y peligroso. Pero vale la pena prestar atención a este pueblo peculiar y a sus notables recursos políticos. Son cerca de 30 millones de personas que nunca tuvieron un Estado en la era moderna, pero que mantuvieron el idioma y la cultura durante más de dos milenios. Se distribuyen por un territorio que abarca partes de Irak, Irán, Siria y Turquía. Su organización política es heterogénea. Particularmente en el norte de Siria, constituyeron la región autónoma de Rojava. Allí la influencia política predominante es la del antiguo Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), una organización marxista perseguida por Turquía.
Sin embargo, este partido sufrió una notable metamorfosis bajo la dirección de su principal referencia, Abdullah Öcalan. Condenado a cadena perpetua desde 1999 (su sentencia inicial conmutada fue la pena de muerte), estudia y escribe extensamente (más de 40 libros) en prisión. Sin perder sus vínculos con el marxismo, también se acercó a las ideas anarquistas, feministas y federalistas. Bajo su inspiración, Rojava conformó una federación de comunidades autónomas, gobernadas por consejos y con una fuerte presencia política de las mujeres. La experiencia se describe en varios textos publicados por Outras Palavras (1 2 3 4) y en el libro La revolución ignorada.
El acuerdo con Siria demuestra que los kurdos de la Rojava también han sido capaces de desarrollar una inteligencia táctica muy importante. En un mundo en crisis de civilización y en un Oriente Medio convulsionado, es alentador saber que existen y resisten.