Queridas amigas y amigos,
Me encuentro en el Parque de Estudio y Reflexión de Punta de Vacas, en la Cordillera de los Andes, mientras mi familia está batiendo cacerolas en algún vecindario de Santiago.
Simón me envía su relato de la protesta y me parece comprender allí la necesidad de encontrarnos, de reconocer un malestar común y manifestarse desde un sentimiento muy alejado al que nos transmiten las noticias angustiosas de la tv, y de las redes virtuales. Mi hijo Mauricio amanece en una barricada cerca del río Calle-Calle, no lejos del asalto a una farmacia para obtener productos químicos para alimentar una gran fogata.
Estoy sorprendido de no estar tan sorprendido, de este brote del descontento en mi país. Admiré a los peruanos cuando metieron preso a todos sus presidentes corruptos y no permitieron que los parlamentarios manipularan al poder judicial con leyes de impunidad. También vi hace pocos días el levantamiento de los pueblos indígenas en Ecuador que culminó con la marcha de las mujeres haciendo retroceder las medidas impuestas por Fondo Monetario Internacional. Me preguntaba si finalmente Xi Jinping en China reprimiría las manifestaciones de millones de jóvenes en Hong-Kong, para evitar el contagio de la protesta en otras provincias de su colosal dictadura. Los chalecos amarillos están todavía en la memoria reciente. Miles de catalanes se toman el aeropuerto ofendidos por el encarcelamiento de sus lideres; en fin, parece que una onda psicosocial de indignación recorre el planeta y los poderosos ya no pueden hacerse los vivos. No hay sociología que resista este momento; le echan la culpa a fantasmas que sólo están en su cabeza, los comunistas, los anarquistas, los encapuchados, los chavistas, los maduristas. No es así; tendrán que reconocer que la gente existe y que el dinero viene y va; más bien parece que se les va, a juzgar por la apresurada ocupación militar de la ciudad, mientras el Presidente se distiende en una pizzería de Vitacura.
Una élite es dueña de todo, de la tierra, el agua, las riquezas, la salud, la jubilación y tienen todo amarrado por leyes que amparan la violencia económica. Ellos pueden esquilmar al conjunto social y acallar la voz de los perjudicados. El reclamo se manifestó, se sincronizó y con provocadores o sin ellos, pronto algunos grupos desbordaron en saqueos, incendios y enfrentamientos, creciendo el descontrol.
Tenemos que asumir que creció la violencia, la represión aumentará porque los poderosos se asustaron y volvieron a cruzar un umbral sombrío: llamaron a los militares, impusieron toque de queda y estados de excepción. Los poderosos al servicio del capital financiero mundial, intentan recuperar el control y utilizan a las fuerzas armadas; pero ¿podrían las fuerzas armadas reflexionar sobre la experiencia pasada y no prestarse para ello?
Pienso que no se puede “volver atrás” al momento anterior a este estallido social; se creyó que teníamos el mejor modelo económico y lo apoyaron los gobiernos post dictadura de izquierda y derecha con excepción de los humanistas. Y salió como salió: todos endeudados hasta el cuello, estafados por deudas con intereses compuestos legalizados, el bien común privatizado y entregado a individuos que buscan lucro, ganancias, eficiencias, y nunca, nunca el bienestar de todos, el progreso de todos, la armonía, la paz, lo común. No se puede volver atrás, como no se puede, en Hong-Kong, Siria, Quito o Cataluña. Tendremos que dar una respuesta superadora que nos haga crecer como personas y como sociedad.
Nuestras cabezas están angustiadas y no por los últimos acontecimientos; estos aumentan la alteración ya que se arriesgan vidas, nos enfrenta entre nosotros, descalificándonos y respondiendo a la violencia con violencia. Esta alteración viene de antes, viene de la presión de la deuda, de la competencia, de la falta de solidaridad y de la ruptura de los lazos de amistad; viene de creer que podemos salir cada uno por su lado, sin considerar a los más desfavorecidos. No sólo los poderosos son los responsables; ellos se fortalecen cuando aceptamos un sistema de anti-valores que nos aleja del afecto y de la comunidad.
Ahora parece despertar una conciencia colectiva que me hace parte, pero en las calles encontramos los oídos sordos del poder y la represión cobarde y desproporcionada.
Qué puedo hacer. No hay recetas ni salidas fáciles. Para los privilegiados tampoco, porque la violencia la envían contra sus propios hijos, contra su propio pueblo y también a ellos se les romperá el alma.
Lo primero que pienso es comprender el sentido de la protesta y actuar en consecuencia. Se trata de poner fin a un sistema de violencia económica que se expresa principalmente en la deuda financiera, de todo tipo, pero la que proviene de la educación o de la salud, de las pensiones, o de la locomoción es simplemente indignante. El conflicto está ahí. Es cierto que adquirí deudas, pero los intereses que me cobran son abusadores e incorrectos. Pagar la deuda original, ok, pero sin el abultamiento de intereses sobre intereses. Reunirse para el no pago de los intereses de las deudas es una prioridad; también el no pago a los servicios del agua hasta que sea reconocida como bien común administrado por la comunidad. Organizarse para frenar cualquier cobro que implique deuda e intereses, es la tarea principal. Si las grandes corporaciones deben irse porque pierden dinero aquí, perfecto. Habrá que organizarse para reemplazarlas en múltiples empresas a escala humana.
Pero no se enfrenta la violencia con violencia, porque eso provoca contradicción y debilitamiento personal. Además de ser totalmente ineficaz. No son los desmanes los que producen el cambio, sino la gente unida, desobediente, con el futuro abierto, cuyas acciones ponen en vergüenza a los abusadores.
Aprender a resistir la violencia que genera en uno la displicencia con que tratan los privilegiados a los castigados por este sistema económico; tampoco se trata de resignarse. Es en nuestra situación de vida concreta, donde tenemos que crear formas de resistir la violencia del poder financiero.
La primera forma de resistencia es hacer crecer el afecto, la amistad y la confianza entre nosotros, en nuestra comunidad educativa, laboral, familiar o vecinal.
Estamos en una desestructuración institucional, y esto va en aumento y no creo que se pueda frenar. Pero puedo comprender y orientarme hacia un modo de vida distinto; es decir construir un entorno afectivo, de comunicación directa (la tecnología nos sirve para coordinar, pero no reemplaza el cara a cara y corazón a corazón), y dar respuestas creativas que pongan al descubierto la violencia financiera, la violencia familiar, la violencia sexual, la violencia racial, la discriminación que sufrimos y la que ejercemos.
Nuestra actividad cotidiana, nuestros talentos y virtudes podemos reorientarlos hacia la ayuda a otros que están complicados en este colapso del sistema. Acciones para unirnos, para animarnos, para responder a las necesidades básicas y para dejar en vergüenza a los poderosos por su lucro desmedido.
Conviene tener en cuenta las 4 recomendaciones para la acción coherente:
– La proporción de las acciones, teniendo en cuenta que lo más importante es la vida y la libertad de las personas y por supuesto la propia.
– La oportunidad de las acciones aprendiendo a retroceder ante una gran fuerza y avanzar cuando ella se debilita.
– La adaptación creciente a este sistema de violencia, sin resignarse a él, pero aceptando algunos códigos menores para sobrevivir, mientras nos unimos para transformar los primarios: el sistema financiero, las deudas y la administración conjunta del bien común.
– La solidaridad en las acciones, sabiendo que todos somos uno, y lo que le hago a otro, me lo hago a mí mismo.
Algo tenemos que hacer. Todos podemos hacer algo, humilde, pero que orienta nuestra vida hacia la unidad con uno mismo y hacia la unidad con mis seres cercanos. A partir de aquí comenzamos una construcción sincera que puede ir creciendo y llenándonos de sentido.
Quiero recordar el ejercicio espiritual que nos recomendó Silo para épocas de crisis aceleradas. En esta época en que nos alienamos y perdemos de nosotros mismos, quiero conectar con el clamor que hay en mi corazón. Se trata de un pedido profundo por la unidad de nuestra vida y del alejamiento de la violencia interna y de la contradicción.
Detente un momento, detente en este bullir de noticias, de celulares, de agitación. Lleva una bocanada de aire a tu corazón, y al mismo tiempo pide con fuerza por tu paz interior; pide desde la necesidad, por tu unidad, por recuperar el afecto y la confianza de tus seres queridos; pide por alejarte de todo pensamiento que te lleva a la violencia y a la contradicción.
Detente, respira, pide por ti y por tus seres queridos.
Estemos atentos y seamos cuidadosos del trato que nos damos a nosotros y a otros.