¡Ey, chiques! La región está en llamas. No me refiero solamente a los incendios del Amazonas y la Chiquitania boliviana. Me refiero a la democracia que pretendía darle tintes de legalidad a la injusticia social, exclusión y violencia que padecemos cada día en casi toda nuestra región.
Del abandono público que se vive en Chile, a la caza de disidentes de Colombia y Honduras. Del hambre creciente argentino a las agresiones contra homosexuales y trans en Brasil. La trata de personas y el narcotráfico gobernando estados completos en México y la exposición vergonzante de la corrupción a cielo abierto peruana. La traición encarnada en Lenin Moreno, las fantasmagorías de la sedición made in USA en Nicaragua, Bolivia y Venezuela.
Haití asaltado por sus propios oligarcas, Costa Rica y Puerto Rico descendiendo por la pendiente neoliberal, El Salvador sumándose al club y Paraguay reviviendo los años del stroessnerismo.
Todas estas cuestiones podemos analizarlas separadamente, aislarlas y presentarlas como idiosincrasia de estos países o podemos intentar esbozar algunas ideas que nos ayuden a comprender un signo de los tiempos, un patrón, una planificación. Incluso, podemos pensarlo como parte de la decadencia inevitable del modelo capitalista extractivista que se ha puesto tan de moda atacar tibiamente o, incluso, justificar como inexorable.
El mundo que no se termina de morir, todavía no parió su sucesor. Todavía no se ven con la suficiente claridad los paradigmas, los mitos que lograrán succionar hacia el futuro a las nuevas generaciones latinoamericanas. Pero sí parece incuestionable, que ese modelo deberá ser colectivo y patriagrandista. No digo que esto vaya a ocurrir en los próximos meses, ¡ojalá!, pero sí debe ser una dirección para los próximos años y lustros. Hemos de recuperar la agenda nuestramericana y pensar en la fortaleza regional, pensar en cómo ampliar la base de sustentación de la democracia en nuestros países. Organización, organización y organización. Sin vedetismos egoístas, ni cortoplacismos maniqueos. La gestión debe tener ese horizonte de futuro común, el pragmatismo de hoy debe ser sustentable y garantizar mayor equidad en la distribución de la riqueza, de la tierra, de los compromisos y obligaciones.
Solo la capacidad popular organizada puede contrarrestar la cooptación de intereses mezquinos de las instituciones y de las subjetividades de las mayorías. No renunciemos a seguir escribiendo una historia de liberación antiimperialista.