Por Susana Lucero
Toda lucha, toda aspiración es la superación de condiciones opresoras. En todas las épocas hay tendencias positivas y negativas: no solo es querer ciertas cosas, sino también es no querer otras.
Se suele llamar revolución a todo movimiento colectivo en que se emplea la lucha y la violencia contra un poder establecido, pero ese es un ejemplo muy impreciso, se necesita más definición. No todo proceso de violencia contra el poder público es revolución, ni es violento. Lo definiríamos como un cambio súbito y profundo que implica la ruptura del modelo anterior y el surgimiento de uno nuevo. En el que una parte de una sociedad se rebela contra lo establecido, contra sus gobernantes y los sustituye violentamente por otros, le llamaríamos en los pueblos americanos “convulsiones”; en cambio sí llamaríamos “revolución” al proceso inglés del siglo XVI, a las cuatro francesas del XVII y XIX, y en general al periodo comprendido entre 1750 y 1900 en Europa, al que Auguste Compte llamó etapa “revolucionaria”.
La revolución no es la barricada, sino un estado del espíritu, y no se produce en cualquier tiempo sino que tiene su momento. Si estudiáramos los grandes ciclos históricos como el del ámbito heleno, romano o europeo, veríamos que en un momento se inicia toda una era “revolucionaria” que dura siglos y se acaba definitivamente, produciendo la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos, en que los hombres inventaron la escritura, la ciudad y el Estado.
Al revisar sus resultados a la larga, no fue el triunfo del hombre, de la libertad e igualdad, sino fue el triunfo del “capital”, de la clase media, o la sociedad “burguesa”, no de una economía moderna, sino de una parte del mundo (Europa y una parte de Norteamérica). Así como el hombre medieval se rebeló contra los abusos de los señores, el revolucionario se rebela contra los usos. Después de Danton se dijo que la revolución estaba hecha en las cabezas antes que comenzara en las calles.
Todas las revoluciones pasan por tres estados, surgen desde un espíritu tradicional, pasan a un espíritu racionalista y de éste al alma desilusionada. Según Ortega, la Edad Medía entraría en Edad tradicionalista, la Moderna en la Edad Racionalista y la edad que arranca en el Siglo XX en adelante es la del Alma Desilusionada, y ésta tiene un aire de desencanto místico y supersticioso, ha olvidado el imperativo de libertad, pero cuando descubre el registro de pérdida es cuando se despierta a un nuevo tipo de lucha, donde la violencia no es el tópico común, la lucha se abre y es contestataria, y no- violenta, es ahí donde surgen las nuevas generaciones, con un nuevo modelo de revolución profundo que implica la ruptura de los modelos anteriores y el surgimiento de algo nuevo.
Las “nuevas” revoluciones sociales conducen a transformaciones profundas de toda la estructura social, económica y política. También de las creencias profundas que se van modificando y proclaman “Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo del otro”. Esta mirada humanista que pone el tema de la no- violencia en todos los campos, es el paso de la prehistoria a una plena historia humana. Parte del ser humano y de sus necesidades inmediatas, y en su lucha por un mundo mejor cree descubrir una intención que mueve a la Historia en dirección progresista, pone esa fe o ese descubrimiento al servicio del ser humano.
Los humanistas plantean el problema de fondo: saber si se quiere vivir y decidir en qué condiciones hacerlo.
Todas las formas de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual e ideológica, repugnan a los humanistas, no son violentos, pero por sobre todo no son cobardes ni temen enfrentar a la violencia porque su acción tiene sentido.
Estas “revoluciones de la no- violencia” corresponden al espíritu de los nuevos tiempos, en el que se está gestando una nueva etapa histórica, y si se mantiene esa tendencia será mundial, tal vez la primera desde los comienzos de la humanidad.
En síntesis y contra todo lo que pudiera parecer, el siglo XX mostró que se puede gobernar contra el pueblo por algún tiempo, y contra una parte del pueblo todo el tiempo, pero no contra todo el pueblo todo el tiempo, aunque esto no sirve de consuelo a las minorías oprimidas permanentemente y universalmente.
Si la humanidad puede resolver o no los problemas que se enfrenta, será en base a una nueva mirada y gracias a su intencionalidad.