Elise Boyle Espinosa, Universidad de Aberdeen para The Conversation
Kobanî, en la región autónoma de facto del norte de Siria, conocida como Rojava, estaba al frente de la batalla contra el Estado Islámico (EI) en 2014. Con la ayuda de los ataques aéreos estadounidenses y de los soldados entrenados por los iraquíes, las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG) repelieron con éxito al EI de la ciudad a principios de 2015.
Esto marcó un punto de inflexión en la batalla contra el EI, ya que varios grupos kurdos se unieron junto con unidades árabes como las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) y se convirtieron en el principal aliado de la coalición occidental. También fue un momento clave para los kurdos en Siria que participaron en lo que ellos llaman la «Revolución de la Rojava», ya que consiguieron asegurar el norte del país.
Detrás del escenario, según los kurdos de Rojava, en las aulas hubo una batalla ideológica más tranquila y más importante: la que ellos llaman la «guerra de la educación».
Pero después de que el presidente estadounidense Donald Trump diera luz verde al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, Turquía lanzó una ofensiva terrestre y aérea contra los kurdos en el norte de Siria. Y los avances en las aulas están ahora amenazados.
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Un nuevo sistema educativo
Precedida y rodeada de regímenes autoritarios que han oprimido históricamente a los kurdos y a otras minorías, la Revolución Rojava propuso un sistema basado en la diversidad y la inclusión de todas las etnias y religiones, el feminismo y la ecología.
Junto con mi compañero de investigación, Adam Ronan, pasé cinco meses en Siria, Turquía e Irak entre marzo y julio de 2018 investigando el sistema educativo nacido de esta revolución. En nuestra investigación, que estoy ampliando en mi tesis doctoral en curso, encontramos una fuente de esperanza entre los jóvenes.
Muchos profesores y estudiantes con los que hablamos para nuestra investigación vieron la educación como fundamental para esta nueva sociedad, lograda a través de la «lucha con bolígrafos», tal como lo describe el Instituto de Ciencias de la Educación de Rojava, responsable del diseño del plan de estudios. El sistema educativo del régimen sirio hace hincapié en «un solo idioma, un solo partido, una sola política», y prohíbe a las minorías hablar su idioma y celebrar sus culturas e historias únicas. Por el contrario, el nuevo sistema educativo de Rojava pretende fomentar el respeto entre los diferentes grupos de Siria. Las clases se imparten en varios idiomas: kurmancî, el dialecto kurdo local, árabe y sirio.
Los estudiantes reciben educación acerca de su propias cultura e historia, así como de las de otros, lo que reafirma sus propias identidades reprimidas y construye la tolerancia hacia los demás. En lugar del estilo de educación autoritario que caracterizó al régimen sirio, también se alienta a los estudiantes a participar activamente, con oportunidades de retroalimentación y debate, en todos los niveles del sistema educativo.
Todo esto se sustenta en lo que se denomina una «nueva mentalidad», basada en los valores de una «nación democrática». Éstas están incluidas en las discusiones de clase con temas que incluyen «cómo diferentes naciones pueden vivir juntas» y «cómo podemos llevar la paz a nuestra sociedad y a todas las naciones de nuestra área».
Desde sus humildes comienzos en las clases clandestinas de idioma kurmancî antes de la revolución en el norte de Siria, el nuevo sistema educativo se ha expandido a más de 3.000 escuelas con más de 300.000 estudiantes sólo en el cantón de Cizîrê, uno de los tres cantones de la Rojava.
Encontramos que los estudiantes que entrevistamos que se encontraban dentro del sistema educativo de Rojava eran uniformemente positivos acerca de estos cambios, y ha pasado a dar forma a la visión de la Siria que los estudiantes quieren en un futuro. Un estudiante de secundaria nos lo explicó:
Queremos tener éxito porque nos vemos a nosotros mismos en ella, vemos nuestra sociedad y nuestra cultura dentro de ella.
Si bien el sistema educativo no es perfecto ni está exento de contradicciones, resulta alentador que hayamos encontrado partidarios de la revolución dispuestos a criticarla. Su potencial único para unir a una nación fragmentada, unida a través de la tolerancia de la diversidad, hace que valga la pena defenderla.
Soñando con una alternativa
Es precisamente esta esperanza de una vida alternativa lo que aterroriza a la Turquía nacionalista. Visibles desde Rojava, separadas por una delgada franja de minas terrestres, se encuentran las comunidades kurdas en Turquía que viven con miedo. La bandera, el idioma y las celebraciones culturales kurdas como Newroz (Año Nuevo kurdo) están prohibidas. Tanques blindados patrullan ciudades que en 2016 fueron escenario de conflictos entre grupos separatistas kurdos y el Estado turco en el sureste del país.
Como nos explicó un representante del Instituto de Ciencias de la Educación de Rojava, los estados que los rodean «quieren que nuestro sistema sea como su sistema». Quieren destruirlo». Mientras que Turquía afirma que su invasión de la Rojava es para proteger a los civiles de lo que llama terroristas, esto ignora que el sistema ha surgido de los mismos civiles que se proponen liberar.
La invasión turca no sólo amenaza con desestabilizar una región que, gracias a los kurdos, ha sido una de las más seguras de Siria durante toda la guerra, sino que también amenaza la esperanza de paz futura que ofrece el potencial democrático de la revolución.
Elise Boyle Espinosa, candidata a PhD en la Universidad de Aberdeen.
Este artículo ha sido reeditado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.
Traducción del inglés por Armando Yánez