Por Eva Débia Oyarzún*

Hoy no solo se manifiestan los hijos de la dictadura. Quienes dijeron basta fueron los hijos del neoliberalismo, nacidos en un contexto en el que se normalizó el doble discurso de bonanza económica para otros, versus la perpetración de carencias estructurales para la gran mayoría de nosotros. Entonces, han juntado frustración de a gotitas, desde que nacieron.

La masa que cacerolea corresponde principalmente a una mezcla de millennials y centennials; este grupo acusó recibo de falencias educativas de fondo que arrastra la generación anterior, porque la calidad de su enseñanza fue precaria. Pero no solo eso: fueron criados inmersos en una sociedad de consumo, que potencia el individualismo, la competencia y el signo peso ante todo. Se les trató de inculcar que el sinónimo de éxito personal es la bonanza económica, y debido a todo lo vivido por los baby boomers han visto cómo sus padres (y ellos mismos) viven en base a un dinero plástico, sin sentido ni posibilidad concreta de ahorro o de proyección. La masa que cacerolea ha vivido de carencias mientras observa cómo existe un Chile radicalmente distinto; incluso hay algunos pocos que, como acto de rebeldía, ostentan caros celulares y zapatillas de marca porque es lo que la estructura les ha inculcado como primera necesidad: “como te ven, te tratan”, dice el refrán.

En contrapartida a esta realidad, los supuestos líderes (aquellos que manejan la estructura) han adaptado las reglas del juego social para permitirles con holgura una acumulación voraz y avara, sin tener conciencia de beneficio colectivo ni sentido de colaboración conjunta. La justicia y el marco legal están hechos a medida para propiciar esta desigualdad, pavimentando la brecha social y perpetuando la balanza a favor –nuevamente- de quienes han establecido qué piezas mover, y cómo. No es lo mismo entender que justificar: es imposible justificar a las hordas de saqueadores al ver cómo arrancan cargados de ostentosos plasmas, aunque dado el agresivo y desigual contraste que enfrentan a diario, adquiere algo de sentido; muchos moralistas podrían decir que estas generaciones tienen los valores cambiados y se horrorizan con la violencia manifestada, mirando la violencia explícita y no la dinámica pasivo agresiva de la estructura que violenta a diario a la gran masa. Lo que hay que preguntarse es a qué se debe este fenómeno: “la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho”. Esa masa violenta y desbordada no quiere ser ni víctima ni victimario: quiere soluciones.

Anoche, el presidente Piñera planteó soluciones asociadas a “grandes esfuerzos”, y el ministro de economía indicó que el costo de este paquete de medidas costará mil doscientos millones de dólares que debieran salir del gasto público. Pero ¿qué hay detrás de este sacrificio magnánimo por parte del Ejecutivo?

El incremento del 20 % de la Pensión Básica Solidaria (para 590 mil personas) y de otro 20 % en el Aporte Previsional Solidario (para 945 mil pensionados) trae como letra chica más dinero para las AFP; la urgencia del proyecto de ley para la creación del Seguro de Enfermedades Catastróficas tiene como letra chica más dinero para las isapres; también en materia de salud, el seguro para cubrir parte del gasto en medicamentos de las familias chilenas y la ampliación del convenio de FONASA con las farmacias para reducir el precio de los medicamentos beneficia a las empresas farmacéuticas; el ingreso mínimo garantizado complementa el salario desde el Estado, a través de una bonificación, por lo tanto es (ya se imaginará usted) más dinero para los empresarios; la creación del mecanismo de estabilización de tarifas eléctricas, otra vez a través de fondos públicos, terminará beneficiando a la misma industria.

Quisiera creer que hay intenciones de cambio, pero nos quedamos con este dejo gatopardiano en que se nos indica que todo cambia y todo sigue exactamente igual. ¡Los chilenos no queremos más bonos, necesitamos soluciones de fondo! Aun no se enfoca el eje como debiese. El gobierno está queriendo cambiar las reglas dentro de la estructura, pero es precisamente la estructura la que adolece de enfermedad terminal. Tal vez el aumento de un 5% en los impuestos de quienes reciben ingresos superiores a los ocho millones de pesos es la medida más osada, pero no nos engañemos: quienes caceroleamos hoy (baby boomers, millennials y centennials) necesitamos modificaciones mucho, muchísimo más profundas. Como muy asertivamente señaló la primera dama en el audio a su amiga… Estamos esperando que reduzcan sus privilegios y que aprendan a compartir con los demás.

*Periodista, escritora, docente, Mg. Comunicación y Educación