Por Claudia Aranda
Cuando se dice que el pueblo de Chile despertó y salió a la calle en este movimiento social masivo e inorgánico, es porque literalmente se trata del pueblo chileno, el que es por esencia solidario, el mismo que se ayuda y levanta una y otra vez ante cada catástrofe, terremotos, maremotos, erupciones, etc., o como sucedió en la dictadura, cuando nos organizábamos con ollas comunes para poder comer, donde todos colaboraban como podían para llenar el caldero, o para cocinar, o asistirse mutuamente. Hay un dicho clásico de mi pueblo para cuando se abre la casa para recibir al amigo o al necesitado y con lo poco que haya se le ofrece un plato de comida, y es que “aquí se le echa más agua a la olla”, para aumentar la sopa, cazuela, el guiso. Pero de que se comparte, se comparte. O el otro dicho para “apañar” (apoyar) al que no tiene techo, y es que “donde caben tres, caben cuatro”.
Entonces ese es el Chile que salió a la calle luego de despertar. Porque es este carácter precisamente el que despertó, el que estuvo durmiendo entre cada catástrofe, porque “en tiempo normal” los códigos sociales del neoliberalismo extremo del cual hemos sido el mayor laboratorio en Latinoamérica y arquetipo que ostenta el primer lugar, eran los que marcaban en general nuestra dinámica de relaciones humanas.
Sin embargo, hay zonas de Santiago que fueron fundadas sobre el carácter solidario y cooperativo del pueblo. Las poblaciones, llamadas simplemente “poblas” fueron surgieron y sus casas se construyeron más tarde sobre terrenos tomados por pobladores organizados.
Es el caso de la pobla Cañada Norte en la comuna de Lo Prado, Santiago Poniente, que nació de una toma de terreno y cuyas casas se construyeron a inicios de los setentas gracias al Presidente Salvador Allende.
Aquí hoy, el grupo de familias y vecinos puede definirse como mayoritariamente popular, humilde, con mucha gente mayor herederos de la toma, y personas solidarias, muy organizadas. “Se vive una vida de pobla, comunitariamente” dice Juan, de cincuenta años, y subraya que “es gente de trabajo, de esfuerzo. Es una bonita pobla, un bonito barrio”.
La palabra solidaridad es la piedra fundacional de este lugar. Juan es un compañero que vive aquí desde los años setentas cuando era un niño, y relata que se vive una bonita vida. “Uno se saluda, se visita, se encuentra, colabora, se acompaña, eso. Se vive en un cuidado y fraternidad muy impropia de este tiempo”.
Me cuenta que el toque de queda no ha sido respetado en general, y han ocurrido fenómenos y contrastes bien especiales, como que “en la esquina los pacos (policía) pasan y les lanzan lacrimógenas a la gente en la barricada y un poco más allá los mismos pacos les colaboran para cuidar la escuela y el policlínico (centro de salud comunitaria)”.
Y su gente, como la gente a todo lo largo de Chile, espontáneamente se unió al estallido social, y ahí fue, con el pasar de los días, que se reencontró con su espíritu fundacional, con ese espíritu que nos identifica y en el cual nos identificamos como chilenos, como vecinos, como pueblo. “Cuando partió la revuelta social todo el mundo estaba en la calle”, cuenta Juan, “todo el mundo compartiendo”, agrega, explicando que hay “una palpable sensación colectiva de alegría en el marco de que Chile despertó. La gente anda más esperanzada, más alegre, es un sentir colectivo”, concluye.
Y es que en este país, que es uno de los más desiguales y con mayor inequidad en la distribución de la riqueza, no todo chileno es “pueblo”. Pero sin duda el pueblo verdaderamente pueblo, es la gran mayoría. Y es éste el que hoy despertó con todo el carácter que lo define e identifica, y el que está ahora mismo, en pleno toque de queda, en las calles haciendo sonar sus cacerolas al abrigo de la fogata de una barricada.