No sin sorpresa, Ecuador está dando que hablar con ocasión de multitudinarias protestas callejeras, la ocupación del parlamento y un presidente, Lenin Moreno, que se refugia en Guayaquil. Como las notas de un acordeón, los titulares de los medios de comunicación se suceden de país en país. No hay país que se libre de estar en el candelero. Lo fue recientemente Perú a raíz de la disolución de su parlamento por parte del poder ejecutivo, tal como antes lo fue Argentina. Y así sucesivamente.
De la noche a la mañana Ecuador parece haberse sumido en una crisis político-económica. No nos engañemos, es una crisis de larga data, que se arrastra desde hace tiempo. Si bien la chispa que gatilló las protestas fue el fin de los bajos precios de los combustibles como consecuencia de la eliminación de los subsidios, el conflicto es más profundo.
El tema es altamente ilustrativo del desencuentro entre el mundo de los expertos, los técnicos y el mundo real, el de la sociedad en que vivimos, el del pan nuestro de cada día. Un desencuentro que se expresa en la toma de decisiones supuestamente científicas, que desde las más altas esferas se estiman imprescindibles, sin considerar sus consecuencias en la población, asumiendo que ésta entenderá, aceptará y/o aguantará. De lo contrario, deberá apelarse al imperio del orden y la autoridad, a como dé lugar, mediante estados de emergencia, toques de queda y/o la militarización de las calles. Así de simple.
Decisiones que suelen ampararse en el realismo, en la necesidad de sincerar los precios, pero que no toma en cuenta una realidad social cuya capacidad de aguante no es infinita. Lo vimos en Argentina, donde a Macri el gobierno se le está escapando de las manos por lo mismo.
Los planes de ajuste económico o los paquetazos, normalmente originados en las asépticas oficinas del FMI (Fondo Monetario Internacional) por economistas graduados en universidades de clase mundial, se formulan en absoluta desconexión de los afectados. Sacan cuentas alegres, suman y restan, calculan déficits, descubren forados que hay que eliminar o cubrir, y listo. Parecen tuertos, ya que por una extraña casualidad recomiendan recortes en el ámbito social –educación, salud, vivienda y otros-, pero no en el ámbito de defensa donde los gastos en armamentos y personal armado no son menores. También sería interesante revisar también los gastos en el ámbito político, de nuestros representantes en el poder ejecutivo, legislativo y judicial. Resulta chocante la capacidad que tienen los de arriba para asignarse remuneraciones, dietas y/o gastos reservados indecentes en relación a los ingresos de los de abajo.
La paciencia tiene un límite, en unos más altos que en otros, pero ese límite existe. Sería bueno que quienes nos gobiernen alguna vez sienten cabeza, dejen de oír los cantos de sirena del FMI, y tomen el toro por las astas de una vez por todas.