A partir de la caída de la Unión Soviética y del fracaso de las economías centralizadas, el capitalismo en su versión neoliberal avanzó casi sin oposición, acelerándose la concentración de la riqueza y financiándose el crecimiento con el vertiginoso endeudamiento de familias, empresas y países. Cíclicamente las burbujas estallan y entonces llegan los ajustes y las recesiones. Mientras tanto, quienes continuaron buscando alternativas a ese capitalismo depredador, ante la imposibilidad de encontrar un modelo integral (rol que antes desempeñaba el comunismo), optaron por políticas eclécticas de intervención estatal, con diferentes resultados. Trataremos aquí de sugerir posibles caminos para lograr que a través de una Economía Mixta, la Banca Pública logre financiar un crecimiento con desarrollo y generación de empleo.
En el mundo capitalista se han confrontado dos visiones opuestas sobre la política monetaria: la concepción neoliberal liderada por Milton Friedman y la escuela de Chicago, y la concepción keynesiana de expansión monetaria e inversión pública. En el primer caso se le da prioridad a la estabilidad de la moneda en un marco de libertad absoluta de los mercados, y en el segundo caso se le da mayor relevancia al pleno empleo. Si bien consideramos que es factible mantener cierta estabilidad en el valor de la moneda y lograr a la vez el pleno empleo, es menester aclarar que ante la disyuntiva, siempre será mejor dar prioridad al empleo, aunque haya algo de inflación, que mantener una moneda estable con un ejército de desocupados. No obstante debemos decir que las políticas keynesianas debieran enfocarse de un modo muy diferente desde la perspectiva actual de un mundo globalizado. Una adecuada Economía Mixta, como opción superadora de las economías centralmente planificadas y de las totalmente liberalizadas, también debería ir más allá del concepto de Estado Interventor, pasando a generar espacios de integración y coordinación en donde lo público y lo privado se complementen sinérgicamente. En lo que respecta a la función del Estado vinculada a la circulación de la moneda, la prioridad siempre debiera ser asegurar el flujo suficiente de dinero para se logre financiar la inversión y la producción, el empleo y el consumo, evitando que queden bolsones de capacidad ociosa, desocupación involuntaria y potencialidades desaprovechadas, por falta de recursos financieros. Pero esta política monetaria activa, no debiera convertirse en un gasto público lanzado a ciegas con impacto incierto, sino en inversiones dirigidas con precisión casi quirúrgica. Porque si bien el impulso al consumo en los países industrializados del siglo pasado, tenía un importante efecto dinamizador sobre el empleo nacional, ya que buena parte de lo que la gente consumía se fabricaba en el propio país, con mano de obra intensiva; en estos tiempos, en muchos países una gran parte de ese incremento del consumo, termina impactando en la demanda de importaciones, o en la demanda de productos en cuyo precio la mano de obra es un porcentaje muy bajo. O impacta en la demanda de bienes y servicios con dificultades para incrementar la oferta y por lo tanto lo que aumentan son los precios.
El propio Keynes reconocía que siempre habría un impacto en los precios al aumentar la demanda por expansión del gasto, y que siempre habría “cuellos de botella” en el aparato productivo que no responderían al incremento de demanda con mayor oferta de bienes sino con aumento de precios. En la situación actual habrá que considerar qué características debe tener el gasto estatal para mejorar el nivel de empleo sin generar una inflación importante. A eso nos referimos cuando decimos que no se pueden aplicar automáticamente recetas que funcionaban bien en las economías de mediados del siglo pasado, en un contexto como el actual.
En el sistema capitalista existe una tendencia a la concentración del ingreso, y como explica Piketty la acumulación de Capital aumenta más velozmente que el Producto. Este es un círculo vicioso por el cual quien más gana más acumula, y quien más acumula más posibilidades tiene de aumentar sus ganancias imponiendo condiciones en los mercados y en la política para mejorar aún más su rentabilidad. Pues bien, esta tendencia, además de los problemas sociales que acarrea por la inequitativa distribución del ingreso, también dificulta las políticas monetarias expansivas. Porque precisamente, si tal como afirmaba Keynes, a mayor ingreso mayor propensión al ahorro, entonces el efecto multiplicador del gasto del Estado se esteriliza rápidamente; porque si bien en un primer momento el dinero del Estado puede ir a los bolsillos de los trabajadores (con menor propensión al ahorro y mayor propensión al consumo), cuando éstos consumen bienes y servicios, el precio que pagan por los mismos tiene un componente de mano de obra muy bajo, y un alto componente de ganancia empresarial (que en lugar de reciclarse en el gasto va hacia el ahorro). Hoy el precio que se paga por la mayoría de los bienes, tiene un componente relativamente bajo de mano de obra, y una gran proporción de gastos publicitarios, derechos de marcas y patentes, y altos porcentajes de ganancia de las cadenas de comercialización, todos sectores con alta propensión al ahorro. En definitiva, el efecto multiplicador es mucho más bajo que en el siglo pasado. Pero hay otro factor más, y es que esa mayor propensión al ahorro en la economía, fruto del aumento de los ingresos en los sectores concentrados, no se destina en su mayor parte a la inversión productiva, sino que alimenta la especulación financiera, las burbujas especulativas, o financia los grandes negocios y transferencias patrimoniales que no aportan al crecimiento económico y mucho menos al empleo. Por lo tanto, cuando un gobierno vuelca recursos hacia la población intentando reactivar la economía, una porción importante de tales recursos termina rápidamente en las arcas de los que más tienen, y de allí una porción importante no se invierte productivamente sino que va a la especulación financiera.
Por otra parte, sabemos que cuando hay capacidad ociosa y mano de obra desocupada, la reacción productiva ante la mayor demanda impulsada por el gasto público puede ser muy rápida. Pero muy diferente es la reacción de los empresarios cuando sus fábricas están trabajando a plena capacidad, porque para poder responder a una demanda incremental deberían realizar nuevas inversiones en instalaciones y maquinarias, capacitar nuevo personal, y frente a esto no todos reaccionan igual, algunos prefieren en lugar de arriesgar, optimizar su rentabilidad aumentando el nivel de precios. En otras palabras, en ocasiones las políticas expansivas indiscriminadas pueden servir para recuperar empleos perdidos en una recesión, pero no siempre son útiles para generar nuevos empleos en una economía con desempleo o subempleo estructural.
Ya no son suficientes las políticas macroeconómicas que se limitan a administrar la tasa de interés y la cantidad de moneda circulante, es necesario avanzar hacia nuevos instrumentos que resulten idóneos en el espacio integrador entre la macroeconomía y la microeconomía, lo que algunos han dado en llamar la Mesoeconomía. El Estado, entre otras cosas, debería apoyar con financiamiento actividades productivas, pero no solamente desde la oferta sino también desde la demanda, para lograr el circuito integrado creciente del desarrollo. Un buen ejemplo de esto son los planes de viviendas; existe una necesidad, una demanda insatisfecha que es la vivienda por parte de familias que pueden ser sujetos de crédito; existen empresas constructoras y proveedores de materiales que también pueden ser sujetos de crédito. La expansión monetaria de parte de una banca estatal que otorgue préstamos sin interés real, tendrá su contrapartida con el retorno del dinero mediante el pago de las cuotas de los créditos. Se habrá generado mayor cantidad de empleos, y habrá crecido la producción de bienes durables. Todo en un circuito integrado que no debiera generar mayor inflación ya que el aumento de la Moneda (M) se compensa con un equivalente aumento de la cantidad de productos (Q). Este mecanismo que funciona para la construcción de viviendas, también podría funcionar para múltiples bienes y servicios en los que el Estado podría involucrarse para financiar simultáneamente demanda e inversión para el aumento de la oferta. Pero para ello hay que analizar muy bien la matriz insumo-producto de la economía, estudiar las demandas insatisfechas y las potencialidades productivas, articularlas y financiarlas. Y todo esto hacerlo a nivel nacional, provincial y municipal. No estamos hablando de subsidios (que podrían resultar necesarios en otros casos), estamos hablando de financiamiento, dinero que se recupera y se recicla, precisamente porque se debe administrar con precisión quirúrgica, asegurando que se trate de proyectos sustentables, que haya un impacto productivo y generador de empleo. Estamos hablando en todo caso de una suerte de keynesianismo de precisión, no de una expansión monetaria indiscriminada. Y es precisamente con una política descentralizada de desarrollo local que se puede lograr el seguimiento de cada nuevo proyecto productivo, para asegurar que la inyección financiera en cada lugar genere la equivalencia entre oferta y demanda.
Desde luego que para una adecuada articulación entre lo público y lo privado, se deben superar ciertos prejuicios maniqueos que los confrontan; pero eso será cada vez más probable en la medida que se vaya comprendiendo que las viejas antinomias, tales como “Trabajador vs. Empresario”, o “Estado vs. Iniciativa privada”, dejan de tener sentido cuando nos damos cuenta que todos somos víctimas del gran capital financiero especulador que se concentra cada vez más.