Por Andrés Figueroa Cornejo
Cuando corre la jornada treceava del alzamiento popular en Chile, no existe agrupación ni partido político capaz de liderar la movilización. Sólo existen convocatorias anónimamente viralizadas o firmadas con publicidad. Pero se trata sólo de convocatorias, de anuncios de puntos de encuentro. Esto es, resulta imposible en términos reales, que alguna fuerza en particular o grupo de interés, por bienintencionado que sea, pueda arrogarse el acaudillamiento de una pueblada cuya fortaleza se sostiene principalmente en la juventud, en estudiantes, trabajadores menores de 30 años, en escolares feministas que enarbolan la bandera mapuche, en quinceañeros animalistas y veinteañeros eco-luchadores. Por supuesto que participan diversas generaciones de pueblo empobrecido y profesionales precariados. En esta nota sólo se releva al sujeto social predominante. Que de jubilados en la miseria también se aplanan las calles del país.
Este 30 de octubre, el aún presidente Sebastián Piñera informó que los encuentros internacionales APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y COP25 (Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU) ya no tendrán por sede a Chile. Algunos gobiernos habían anunciado días antes que no asistirían a las cumbres multinacionales debido a las protestas populares.
Del mismo modo, el peso se deprecia verticalmente respecto del dólar y las acciones de las empresas que cotizan en los casinos bursátiles se desploman a diario. El disruptivo retorno de Chile a Latinoamérica, en todos los sentidos, pero sobre todo financiera y económicamente, adelanta el despliegue de la crisis mundial en curso, y cuyo pico se pronosticaba para el año venidero. La imagen país y su atractivo para la inversión capitalista desaparecieron en menos de dos semanas. La paz social que requiere el gran empresariado para su reproducción y ganancia comienza a extinguirse. Piñera y su administración se vuelve un escollo para los grandes grupos económicos. Pero los ricos no tienen amigos sino intereses. Por tanto, si Piñera, aun siendo de los mismos, pone en riesgo sus utilidades, pues se cambia.
Las causas de la crisis social y la exposición nítida de la lucha de clases, se han situado genéricamente en la desigualdad social y la ausencia de derechos sociales y humanos garantizados. Al respecto, el académico marxista argentino Rolando Astarita, en un artículo reciente señala que, “el crecimiento capitalista en Chile genera riqueza, y en relación a esa riqueza, la pobreza aumentó. Es que la pobreza se define en relación con la riqueza general de la sociedad. Y en particular, en relación a la riqueza concentrada en la clase dominante”.
En el mismo texto, Astarita cita a Marx cuando el filósofo habla de períodos en los cuales aumenta el capital productivo: “Una casa puede ser grande o pequeña, y en tanto las casas circundantes sean igualmente pequeñas, la misma satisface todos los requisitos sociales que se plantea una vivienda. Pero si se levanta un palacio junto a la casita, esta se reduce hasta convertirse en una choza”.
La explicación aplica en algunos segmentos medios de la sociedad chilena que, ciertamente, no remuneran el salario mínimo, ni el promedio nacional de los sueldos que es apenas un poco superior al mínimo. Al respecto, debido al liberalismo ortodoxo impuesto desde la segunda parte de los 70’ del siglo XX, en Chile las mercancías en forma de bienes y servicios saturan todas las relaciones sociales existentes. Todo tiene valor de cambio o debe comprarse o venderse. En consecuencia, es el propio pueblo en su automovimiento quien debe conquistar esos derechos sociales, sin que tengan que ser costeados por los salarios o ingresos (la relación entre trabajo en relación de dependencia y el trabajo informal es prácticamente mitad y mitad), los cuales ya están deprimidos sustantivamente por la deuda doméstica.
Siempre en el campo de las causas del alzamiento popular y la hegemonía de la juventud en ella, al menos cabe dejar planteado que el régimen capitalista específico del país, al sostenerse, tanto por efecto como premeditadamente, sobre una alienación y disciplinamiento social altamente sofisticado y represivo, produce su propia negación. La juventud se observa a sí misma carente de porvenir, distópica, muy lejos de la épica que alimentó a la generación de jóvenes que lucharon contra la dictadura. Esta vez se trata de menores de 30 años que nacieron a la consciencia en medio de una crisis civilizatoria y de horizonte de sentido. Amanecieron existencialmente secuestrados por el calentamiento global, la guerra armamentista atómica y la más feroz incertidumbre; su tratamiento como segmento de mercado; su condición de súper explotado.
Por otra parte, y más allá de considerar que las asambleas constituyentes son procesos que se implementan luego de resolver el problema del poder (como lo ilustra la historia, tanto en América Latina, como en el mundo), cualquier transformación estructural para conquistar parcialmente el bienestar de las grandes mayorías, tiene como condición la caída del régimen de Piñera.
En tanto, la humanidad desarmada de los pueblos de Chile está llamada a procurarse su más pronta auto organización y autodefensa racional básica.
Es insoportable el olor de la sangre de tanto pobre asesinado, torturado, violado, desaparecido, baleado, tuerto y malherido por las municiones del monopolio de las armas del Estado.
La resistencia continúa y el final es abierto.