Por Daniel Raventós
La tradición de la libertad republicana tiene más de 2.300 años. Tiene dos grandes variantes: la oligárquica y la democrática. Pero para ambas, a diferencia del liberalismo, la libertad no puede entenderse separada de las condiciones materiales de existencia. Para la variante democrática del republicanismo, en la que hay que incluir desde Ephialtes y Pericles hasta Robespierre y Marx, la libertad política y el ejercicio de la ciudadanía no son compatibles bajo relaciones de dominación. ¿Y qué es la dominación para el republicanismo? La dominación –el dominium, en la literatura republicana histórica– es, por supuesto, proteica, pero la forma de regular la propiedad ha sido la cuestión más relevante que ha prevalecido y ha conformado los distintos diseños institucionales que hemos conocido. Y no se trata de una concepción de la propiedad ambigua porque la forma que el liberalismo hizo posteriormente suya (hasta hoy) fue la de William Blackstone: “el dominio exclusivo y despótico que un hombre exige y ejerce sobre las cosas externas del mundo, con exclusión total de cualquier otro individuo en el universo”. Por supuesto, muy diferente de otras concepciones de la propiedad que ya contemplaba el derecho civil romano, por no decir la que tenían republicanos contemporáneos de Blackstone.
Dominación y propiedad
La “distinción principal”, dirá Aristóteles para entender cualquier sociedad, es la que se establece entre ricos y pobres. Y lo que separa a unos y otros en esta distinción fundamental es la propiedad, la cuestión relevante. La dominación la ejercen los ricos propietarios sobre todas aquellas personas que no tienen la existencia material garantizada porque no disponen de propiedad. Esto equivale a decir que en una relación de dominación como la que vive la mayor parte de las personas no ricas, estas no pueden ser libres.
Los grandes ricos, debido a una configuración política de los mercados pro domo sua que este dominio les posibilita, inciden directamente en el imperium, incidencia sobre la degeneración despótica de las instituciones que podrían, en otras circunstancias, ser una contención del dominium. No es escasa precisamente la literatura proveniente de los más diversos campos académicos sobre la capacidad de los grandes ricos propietarios para poner a su servicio las instituciones públicas. Lo de las puertas giratorias sería solamente una manifestación de las más visibles, pero tan solo una más.
Que la crisis ha ido mal a todo el mundo es una broma malintencionada. Solamente un dato entre muchos referido al Reino de España: en los años 2012 y 2013, calificados como los más duros de la crisis económica, la diferencia entre los que ganaban más y los que ganaban menos aumentó. Las grandes diferencias entre las fortunas de pocos y la total carencia de las mismas para la inmensa mayoría crea algo bien reconocido hasta por las mentes más proclives a justificarlo todo: desigualdades. Pero para el republicanismo democrático hay si cabe algo políticamente más importante: el peligro para la libertad de la mayoría no rica que estas grandes desigualdades suponen.
La propuesta de la renta básica, una asignación monetaria incondicional a toda la población, podría significar una gran medida republicana. Cierto. Porque la gran mayoría dispondría de las bases mínimas para la existencia material, condición para ejercer la libertad. Y eso es mucho. Pero, quizás a diferencia de otras interpretaciones, lo que podría esperarse de la renta básica en un mundo como el actual tampoco sea demasiado.
Que la renta básica es una propuesta que formaría parte de un conjunto de otras medidas de política económica y social, incluso de la política sin calificativos, se ha repetido muchas veces. Es algo elemental puesto que nadie informado sobre el funcionamiento del mundo actual sugerirá que la renta básica puede hacer frente a todas las realidades que, al menos para las personas de izquierda, son muy importantes y decisivas en la configuración de nuestras vidas y existencia. Como ejemplos: el mencionado enorme poder de las grandes fortunas y de las transnacionales que atentan contra las condiciones de existencia material de toda la población no rica, la acelerada degradación ambiental de nuestro planeta, la política monetaria que hoy impide embridar al sistema financiero, las condiciones de trabajo asalariado cada vez más literalmente semejantes al “esclavismo a tiempo parcial” de Aristóteles y recuperado por Marx, las condiciones de muchas mujeres en el ámbito público y privado (es decir, no solamente en la vida familiar, sino en la empresa privada que, según la perspectiva republicana, nunca ha sido un ámbito público) y, para terminar en algún sitio, una realidad política en muchos lugares, como el Reino de España, en la que existen grotescas monarquías aún legales.
Tope a la acumulación
Para concretar mucho más: una renta máxima. Es decir, a partir de determinada cantidad no se puede acumular más, o sea, el 100% de tasa impositiva. Liberales, sedicentes izquierdistas respetuosos del orden existente, técnicos de lo viejo conocido, peritos en legitimación… reaccionan contrariamente ante esta propuesta porque aducen problemas de todo tipo: la ingeniería fiscal permitirá eludir la medida, se producirá fuga de capitales, no incentivará la iniciativa, etc. Republicanamente, las grandes fortunas que por la lógica de las cosas a su dominium agregan el imperium a su conveniencia, son incompatibles con la libertad de la gran mayoría. De ahí precisamente que la neutralidad republicana, a diferencia de la liberal, que se conforma con que el Estado no tome partido por una concepción determinada de la buena vida en detrimento de las otras que puedan existir, exige acabar con los grandes poderes privados que tienen la capacidad (y la ejercen) de imponer su concepción privada de la buena vida y de disputarle al Estado esta prerrogativa. Cierto que lo más frecuente no es que disputen al Estado esta imposición del bien privado como público, sino que le dicten lo que debe hacer, una muestra de imperium que cualquiera con ojos de ver puede constatar.
Garantizar la existencia material de toda la población, condición para ejercer la libertad, impedir que los grandes poderes privados sean capaces de imponer a su arbitrio los destinos públicos, condición también para ejercer la libertad, y dos medidas para ello: la renta básica incondicional y la renta máxima. No son las únicas medidas que una política republicana defendería para combatir el dominium y el imperium. Aún quedarían otros ámbitos para intervenir debido a su importancia para la libertad republicana, pero se convendrá que una renta básica y una renta máxima conformarían una sociedad que, para la inmensa mayoría de la población, sería más libre.