Desde una mirada humanista, entendemos por “buen vivir” un estilo de vida personal y social donde el ser humano encuentre las mejores condiciones para desarrollar su existencia plena en el mundo.
El término “buen vivir”, tomado de la cultura andina, designa un tipo de vida en comunidad en armónica relación con su entorno natural, y donde la identidad del individuo integrada al medio natural y también social, es regida por una cosmovisión que lo integra al universo.
Sin embargo, este paisaje, se encuentra a mucha distancia del paisaje urbano de las grandes ciudades donde crecientes grupos humanos viven concentrados y hacinados, y donde la polución del medio y la inseguridad representan una amenaza permanente para la la vida.
A partir de los procesos de industrialización y consecuente migración a las ciudades de las poblaciones campesinas, que tuvieron lugar en la edad moderna en occidente, se instala un nuevo paisaje ambiental y social, donde paulatinamente el ser humano a la vez que sufre la desconexión con su medio natural, va debilitando su relación con la comunidad.
Comienza así a construir una identidad aislada, separada no sólo de su mundo externo sino fundamentalmente de su propia interioridad.
Distinguimos aquí el contacto con la interioridad del ensimismamiento, también propio de estas épocas, en donde las personas se hallan perdidas y desorientadas al no encontrar el camino que las lleve al encuentro profundo con uno mismo..
Se empieza a consolidar un sistema que llega hasta hoy, caracterizado por la insatisfacción personal, la degradación ambiental y el crecimiento de la violencia en las relaciones, en un contexto de concentración económica y cosificación de los valores humanos.
El estilo de vida que se corresponde con este sistema deviene en una sociedad de personas aisladas e incomunicadas que peraltan el individualismo, la competencia y la propiedad de lo material como valor máximo.
Desde de la perspectiva de la salud, todo esto lleva a una paradójica situación. Porque si bien se ha avanzado en el conocimiento y el desarrollo tecnológico que permiten el tratamiento de las muchas enfermedades, aparecen nuevos problemas ligados a factores que trascienden la mera biología.
Así, la degradación del medio ambiente, ligada la explotación inescrupulosa que no mide el impacto ambiental y solo ve el beneficio económico para las grandes empresas y la violencia creciente que tiende a caracterizar una sociedad de maltrato y cosificación, donde se eclipsa el valor de lo humano, son las causas más relevantes de la enfermedad actual.
Pero el proceso humano continúa y a pesar de este panorama , o quizás justamente por el, se insinúa una urgencia y una profunda necesidad de encontrar canales que pongan al ser humano nuevamente en el camino de humanización, más cercana a aquella imagen del buen vivir.
Resulta entonces imperioso intencionar un cambio en la dirección que lleva la vida personal y social. Un cambio que lleve a romper con esa actitud centrípeta y poner en el centro el valor de la vida plena.
Así, una actitud que lleve al buen vivir será la que armonice las distintas dimensiones de lo humano, lo físico, lo psicosocial, lo ambiental y lo espiritual, como expresión de una nueva sensibilidad y de un sentido trascendente propios de una etapa superadora de la evolución humana.
Pensar, sentir y actuar en la misma dirección., rompiendo las contradicciones, una conducta solidaria que rompa el encierro asfixiante, y un cuidado adecuado del propio cuerpo y mente, serán el comienzo de una nueva etapa que se sintetiza en la orientación hacia el cuidado del medio, de los otros y de lo más profundo de cada uno de nosotros.
Desde una mirada humanista a esto llamamos “buen vivir”.