Por Malainin Lakhal
La historia del Sáhara Occidental, la última colonia en África, es la historia de la violación flagrante del derecho internacional y de la persistencia de la ocupación militar durante cuatro décadas por parte de un país africano sobre otra nación africana. Pero también es la historia de la violación sistemática de los derechos humanos, de miles de historias de familias separadas por la fuerza, de vidas y sueños robados, pero con un sabor de resistencia y la negativa del pueblo de este territorio a abdicar.
Desde los primeros días de la invasión del territorio por Marruecos en octubre de 1975, miles de saharauis huyeron de los bombardeos y asesinatos masivos, buscando refugio en la vecina Argelia bajo la protección y organización del movimiento de liberación saharaui, Frente POLISARIO. Y todavía siguen allí, viviendo en el segundo campo de refugiados políticos más antiguo del mundo después de los palestinos. Para empeorar aún más la situación, el ejército marroquí construyó un muro militar de 2.700 km de largo sembrado de millones de minas terrestres y miles de soldados, intensificando así la separación de las familias.
La mujer saharaui siempre ha sido un fuerte pilar de la cultura nómada y beduina saharaui, no solo a nivel social, sino también en la participación política en la vida colectiva. Incluso fue consultada en situaciones de guerra, porque en la cultura tradicional saharaui, todos deben participar en la toma de decisiones, incluidos los niños, a los que se motiva desde una edad muy temprana a forjarse una personalidad fuerte, necesaria para enfrentarse a las dificultades del desierto. Desde que comenzó la invasión, las mujeres y los jóvenes saharauis fueron los principales objetivos de la opresión marroquí, pero también fueron los primeros en levantarse y resistir con el rigor de la juventud, el apego a la identidad y el rechazo de la dominación y la agresión extranjeras.
Mujeres saharauis: el mismo sufrimiento, el mismo destino
Elghalia Djimi y Mbarka Mehdi, dos mujeres de mediana edad reflejan la historia de este conflicto mal cubierto en los principales medios de comunicación. Mbarka huyó de la invasión con su familia cuando era niña, para vivir en los campos de refugiados. Es periodista en la televisión saharaui. Perdió de vista a muchos miembros de su familia que se quedaron en la ciudad ocupada de Smara desde 1975, y desde entonces no ha podido ver su tierra natal.
Al otro lado del muro militar, Elghalia vive en la capital ocupada del Sáhara Occidental, El Aaiún. Todavía era joven cuando se convirtió en víctima de desaparición forzada en una cárcel secreta marroquí durante 4 años, de 1987 a 1991. Después de su liberación, comenzó una larga y valiente lucha contra las violaciones de los derechos humanos en su país, convirtiéndose en vicepresidenta de una Asociación saharaui de derechos humanos que trabaja bajo la dominación colonial marroquí.
“Cuando vi las vergonzosas fotos de prisioneros iraquíes en Abou Ghraib en 2004, no me sorprendió realmente, porque viví humillaciones similares con muchos de mis compatriotas saharauis, hombres y mujeres, en un campo de detención secreto en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, en 1987″, dice El Ghalia Djimi, condenando lo que describe como uso sistemático de la tortura y la opresión por parte de las autoridades marroquíes en su territorio, desde su ocupación hasta la fecha.
«Nada ha cambiado», dice Elghalia. “La misma rancia actitud de negación de todos los derechos, la misma rancia arrogancia y crueldad se sigue ejerciendo hoy contra cualquier saharaui que se atreva a protestar contra la ocupación marroquí. Y esto sucede todos los días, pero nadie habla de ello, excepto las pocas organizaciones, observadores internacionales o periodistas que logran visitar el territorio en ese momento. ¡Aun así, rara vez se les escucha, si es que se les escucha alguna vez!”, añade.
De hecho, todas las organizaciones internacionales relevantes de derechos humanos, como Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Fundación Robert F. Kennedy, Front Line Defenders y muchas otras, han informado sobre estas violaciones en los últimos 20 años, frecuentemente con evidencias y pruebas muy contundentes de los abusos cometidos por funcionarios marroquíes. Sin embargo, las Naciones Unidas no protegen al pueblo del Sáhara Occidental, que todavía está en la lista de la Cuarta Comisión de Descolonización de la Asamblea General.
«Conozco a muchos compatriotas que fueron asesinados bajo tortura o debido a unas condiciones de detención inhumanas solo porque eran saharauis», agrega Elghalia. «Mi propia abuela, de 60 años, falleció en un campo de detención secreto marroquí a mediados de la década de 1980, y todavía no sé cómo murió. ¿Quién es responsable de eso? ¿Y, ante todo, por qué fue detenida? Lo único que sé es que el Consejo Consultivo Marroquí para los Derechos Humanos, después de años de negar la relación del Estado con su desaparición, de repente, en 2010, puso su nombre en una lista de más de 350 saharauis que murieron en cárceles secretas entre 1975 y 1993. Pero, no se produjo ninguna reacción internacional tras ese reconocimiento de responsabilidad. A nadie parece importarle”, dijo con lágrimas resbaladizas en su mejilla, que limpió inmediatamente para no dar aspecto de debilidad.
Otra cara de la moneda
La historia de Mbarka Mehdi, es diferente. Contaba solo 6 años cuando tuvo que huir, en 1975, con algunos miembros de su familia, de los ataques militares marroquíes contra la ciudad ahora ocupada de Smara, para vivir desde entonces en los campos de refugiados en el suroeste de Argelia.
Los saharauis construyeron los únicos campos de refugiados del mundo completamente organizados y administrados por los propios refugiados. Constituyeron su Gobierno en el exilio, la República Saharaui, en 1976, para autoorganizarse en pequeñas ciudades o campamentos de refugiados que llevan el nombre de sus ciudades ocupadas que hubieron de abandonar. Construyeron escuelas, hospitales, ministerios y administraciones para proporcionar lo básico a unos 200.000 refugiados. Y así dieron un ejemplo único de determinación y voluntad de resistir la ocupación extranjera, no solo a nivel político, sino a todos los niveles que preservan su identidad y cultura como una auténtica nación africana que lucha por la libertad, rechazando la dominación cultural y política o la rendición a un Marruecos fuertemente apoyado por Occidente.
“Yo era joven, pero podía ver y sentir un terror que aún vive en lo profundo de mí. En particular, tenía recuerdos borrosos de la atmósfera de pánico, gritos y largas noches de miedo que no podía entender, y principalmente recuerdo cómo tuvimos que huir de nuestra casa, dejando todo atrás, llevando solo la ropa que teníamos puesta y algunos otras cosas esenciales. Y, sobre todo, todavía recuerdo a mis primos, a quienes perdí de vista desde entonces, y a mis amigos y vecinos de la infancia, que murieron durante la invasión o años después en las cárceles”, dice Mbarka con una voz suave pero firme.
Describe los primeros días en los campos de refugiados con un brillo de nostalgia en los ojos, admitiendo que fueron días muy difíciles, porque hubo muchos sufrimientos que acompañaron el éxodo forzado de los refugiados, pero también días de un alto espíritu de resistencia, confraternización y humanidad.
“Era noviembre y diciembre de 1975. El desierto era cruel y frío, y realmente no teníamos nada para comer, beber o vestir. Sin embargo, recuerdo principalmente a aquellos orgullosos y generosos hombres y mujeres jóvenes que se ofrecieron como voluntarios para organizar nuestro pobre campamento, distribuyendo la escasa comida entre las familias, dando prioridad a los ancianos y niños y, al mismo tiempo, protegiéndonos de los ataques militares marroquíes. Eran los héroes y heroínas del movimiento de liberación saharaui POLISARIO, se convirtieron en mi inspiración. Y creo que su actitud explica el hecho de que mi generación deviniese ejemplar en todo, en estudios, en productividad y voluntariado, y en la determinación de continuar la lucha, porque lo hemos visto todo: la injusticia, la crueldad del invasor, la muerte y la negación de nuestros derechos más básicos, pero también la voluntad de levantarnos y luchar», enfatiza Mbarka.
El Ghalia tiene otro enfoque de la historia que contar sobre la vida bajo ocupación. No podía olvidar cómo fue torturada y «tratada como un animal» en la cárcel secreta marroquí de PC-CM [Kalaat M´Gouna] en la capital del Sáhara Occidental. «¿Te imaginas a hombres y mujeres jóvenes, viviendo durante 4 largos años con la misma ropa y la muda interior, con los ojos vendados y esposados en celdas pequeñas y sucias que habían sido utilizadas durante la época colonial española como pocilga para criar cerdos, sin ningún tipo de alimentación adecuada, medicinas o espacio para las necesidades higiénicas? Fuimos casi despojados de nuestra humanidad, si no fuera por la rabia de vivir y sobrevivir, y la voluntad de resistir su intento de quebrantar nuestra dignidad”.
Una comunidad internacional sorda, muda y ciega
Lo peor es que la comunidad internacional es indolente ante estas cuatro décadas de sufrimiento humano. En abril de 2013, Francia y España unieron sus fuerzas en el Consejo de Seguridad de la ONU para oponerse a un proyecto de resolución propuesto por los EE UU, en el que Washington, por primera vez, apoyaba la demanda internacionalmente exigida de incluir la supervisión permanente, independiente y exhaustiva de los derechos humanos en el mandato de la misión de la ONU en el Sáhara Occidental. Francia, que juega el papel de defensor de la democracia y los derechos humanos en muchos otros conflictos y crisis, como en Libia o Malí, siempre ha sido manifiesta y ferozmente hostil a estos mismos principios en lo que respecta a los derechos humanos en el Sáhara Occidental.
El Enviado Personal del Secretario General de las Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, embajador Christopher Ross, estaba alarmado por el estancamiento persistente de la situación e intentó, en sus dos últimos informes al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, llamar la atención de los Estados miembros sobre el peligro de «mantener el statu quo” en esta última colonia en África, especialmente después de la explosión de conflictos, disturbios y terrorismo en países del Sahel, como Malí, pero también en Libia, y la posible influencia que esta situación puede tener en el Sáhara Occidental. Con razón, dijo que fue un error pensar que el estancamiento beneficiaría a alguien. Terminó renunciando a su cargo en 2015, después de haber sido boicoteado por Marruecos y no respaldado realmente por la ONU o por los principales miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
El nuevo secretario general de la ONU, Antonio Guterres, nombró al ex presidente alemán, Hans Köhler, como su enviado personal. Este político europeo logró organizar dos rondas de conversaciones directas entre las dos partes en conflicto, el Reino de Marruecos y la República Saharaui (RASD), con la participación de los dos países vecinos, Argelia y Mauritania. Pero nuevamente, solo pasó un año en su puesto antes de llegar a la conclusión de que el verdadero problema radica en la renuencia de la llamada comunidad internacional para implementar el derecho internacional. Guterres dijo claramente en su último informe al Consejo de Seguridad, en abril de 2019, que: “Una solución al conflicto es posible. Sin embargo, encontrar una solución política justa, duradera y mutuamente aceptable que permita la autodeterminación del pueblo del Sáhara Occidental requerirá una fuerte voluntad política no solo de los partidos y los Estados vecinos, sino también de la comunidad internacional» (S/2019/282. Párr.: 73). Aparentemente, tanto Guterres como Köhler intentaron hacer algo con respecto a la grave situación de los derechos humanos, al menos presionando al Consejo para que incluyera la supervisión y la protección de los derechos humanos en el mandato de la Misión de la ONU para el referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), vigente desde 1991, y ampliamente criticada por las organizaciones internacionales de derechos humanos porque hasta ahora no ha logrado cumplir su mandato inicial. Finalmente, Köhler dimitió el 22 de mayo pasado. Las razones concretas dadas por Guterres para explicar esa renuncia carecen de relevancia, pues la situación misma lo dice todo.
«¡No nos ven porque no ponemos bombas!»
«Es peligroso jugar con el destino, los sentimientos y la paciencia de la gente», afirma Mbarka. Y cree que los jóvenes saharauis «muy bien pueden perder la paciencia y optar por la violencia para liberar a su país». No ven esperanzas de futuro; no ven una verdadera reacción por parte de la llamada comunidad internacional, solo conversaciones y palabras vacías y resoluciones que no resuelven nada”.
En las zonas ocupadas, en el lado occidental del muro militar marroquí, Elghalia comparte la misma opinión y cree que la opresión y la inaudita violencia marroquí contra manifestantes pacíficos saharauis tienen como objetivo empujar a la generación joven a la violencia. «Así es como lo entiendo, de lo contrario resulta incomprensible», señala.
Esta posibilidad es especialmente peligrosa porque toda la región del norte de África está en ebullición. «Túnez y Egipto son ejemplos que los jóvenes miran», dijo Hamdi Toubali -un saharaui de 27 años que marchó a los campos de refugiados en 2005 huyendo de la persecución policial en El Aaiún-, cuando se le pidió que comentara la falta de atención que la comunidad internacional parece prestar a la lucha y las actividades pacíficas de él y sus amigos.
«Simplemente, no nos ven; sencillamente, no les importa. Tal vez sea porque protestamos pacíficamente contra el muro marroquí y la ocupación marroquí en lugar de hacer estallar bombas o derramar sangre en las calles marroquíes. Y esto es realmente lamentable», se queja Hamdi, subrayando que la mayoría de los jóvenes saharauis creen que reanudar la lucha armada legítima puede ser la única opción que la comunidad internacional deja a los saharauis, aunque siguen manteniendo el espíritu de disciplina y el compromiso con la estrategia pacífica general de la dirección saharaui.
No hay luz al final del túnel
La actitud y la posición marroquí permanecen inalteradas: una negativa total a aceptar cualquier tipo de solución que pueda dar al pueblo saharaui la posibilidad de independencia. El Rey marroquí nunca deja de subrayarlo, en todos sus discursos, especialmente el del 9 de octubre de 2009, en el que enfatizó la determinación de su país de mantener la ocupación, afirmando que «se es patriota o se es traidor. No hay otra posibilidad. No se puede disfrutar de los derechos y privilegios de la ciudadanía solo para abusar de ellos y conspirar con los enemigos de la patria”. Por supuesto, las declaraciones de Su Majestad son recogidas de inmediato por las diferentes autoridades marroquíes y traducidas en actos de violencia, discriminación y opresión contra cualquiera que se atreva a oponerse a la voluntad del rey, los saharauis en primer lugar.
La historia del Sáhara Occidental y las historias individuales de miles de saharauis como Elghalia, Mbarka o Hamdi quedarán como una deshonrosa vergüenza en los anales de la ONU y la comunidad internacional. Constituye un desafío al derecho internacional, por supuesto, pero también es un desafío para todos aquellos que piensan que el Estado de derecho, la democracia, la justicia social y los principios humanos deben prevalecer sobre la ley de la jungla que las grandes potencias siempre intentan imponer a la humanidad.
Mas el «camino hacia la libertad» nunca ha sido fácil de recorrer. «Requiere luchas y sacrificios amargos, especialmente de las naciones africanas que siempre han sido despreciadas y subestimadas por sus opresores», ratifica Elghalia; y añade que su generación no tiene otra opción que «mantener la lucha para que nuestros hijos puedan recuperar su tierra y su dignidad en el futuro, porque nosotros podremos morir antes de disfrutar de la libertad, pero si es así, moriremos de pie”.
Original en inglés: Arduous «walk to freedom» in Western Sahara
Publicado en Pravda y Tlaxcala
Traducción: Luis Portillo Pasqual del Riquelme