Por Dean Baker
Las propuestas a favor de un Green New Deal en Estados Unidos han acaparado los focos en los últimos meses gracias a la presión de los activistas sobre los miembros del Congreso, así como sobre los candidatos presidenciales demócratas, para que apoyen medidas enérgicas para combatir el calentamiento global. Sin embargo, evidentemente, hay mucho más que podemos y debemos hacer en el futuro inmediato para evitar daños colosales a nuestro planeta.
Sin embargo, las principales iniciativas para combatir el calentamiento global en Estados Unidos requerirán casi seguro de subidas de impuestos. La economía de los Estados Unidos está en la cuerda floja (y tal vez lo estará más después del fracaso de Donald Trump en su guerra comercial), pero tal esfuerzo, que implicaría cientos de miles de millones de dólares de gasto anual adicional (un 2-3% del PIB) requeriría casi seguro de una subida de impuestos. Con esto no quiero decir que no debamos actuar rápidamente y tomar medidas para salvar el planeta, pero estas medidas tendrán su coste.
En cambio, la mayor parte de Europa está en una situación en la que fácilmente podría asumir importantes compromisos para aumentar el gasto en energía limpia, transporte público y conservación, básicamente a costo cero. De hecho, es probable que una agenda para un Green New Deal en Europa conduzca a un mayor empleo y a una mayor producción. La gran diferencia es que Europa está mucho más lejos de enfrentar limitaciones económicas. Así pues, tiene margen de maniobra para aumentar la producción y el empleo sin temer que la inflación se convierta en un problema.
Antes de entrar en detalles sobre la economía europea, es importante añadir un poco de perspectiva a la cuestión. Los países europeos han sido mucho mejores ciudadanos globales en este campo que los Estados Unidos. Sus emisiones por persona son aproximadamente la mitad de las de Estados Unidos. Además, muchos países europeos ya han tomado medidas agresivas para promover la energía limpia y fomentar la conservación.
La energía solar representa el 7,3% de la energía eléctrica de Italia, el 7,9% de la de Alemania y el 4,3% de la Unión Europea en su conjunto. En comparación, Estados Unidos solo obtiene el 2,3% de su energía eléctrica mediante la energía solar. Por lo que respecta a la energía eólica, nos encontramos con un patrón similar: la capacidad eólica instalada de la Unión Europea es más de un 70% superior a la de los Estados Unidos.
Pero en la batalla para frenar el calentamiento global, limitarse a hacerlo mejor que Estados Unidos no es suficiente. La Unión Europea puede y debe hacer más para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
El obstáculo más apremiante para tomar las medidas agresivas y necesarias para reducir las emisiones de GEI en Europa es el descerebrado esfuerzo del continente en tomar medidas de austeridad. Los gobiernos europeos, liderados por Alemania, se han obsesionado con mantener los déficits bajos y equilibrar los presupuestos. La mayoría tienen déficits bajos o incluso superávits presupuestarios.
Alemania ejemplifica la obsesión europea por la austeridad con un superávit presupuestario cercano al 2% del PIB (420 mil millones de dólares en la economía estadounidense). Hasta cierto punto, la austeridad fiscal no es una opción. Las reglas de la eurozona requieren déficits presupuestarios bajos para los países que usan el euro, pero incluso los países fuera de la eurozona se han unido a la fiesta de la austeridad. El Reino Unido tiene un déficit presupuestario de menos del 1,5% del PIB, Dinamarca de menos del 0,5% y Suecia tiene un superávit cercano al 0,5% del PIB.
Obviamente, existen circunstancias bajo las cuales los déficits presupuestarios pueden ser excesivos, pero en la actualidad, los países de la Unión Europea no se encuentran para nada en tal situación. La inflación ha sido baja de manera persistente y ha disminuido durante los últimos meses. La tasa de inflación de los países de la eurozona ha sido de sólo un 1% durante los últimos 12 meses.
La situación es aún más dramática si centramos nuestra atención en las tasas de interés. El clásico problema de un alto déficit presupuestario es que este genera altas tasas de interés, las cuales, a su vez, ahuyentan la inversión. Pero las tasas de interés no solo son extraordinariamente bajas en toda Europa, sino que en muchos países, de hecho, los inversores tienen que pagar a los gobiernos para darles préstamos.
La tasa de interés de un bono gubernamental a diez años en Francia es de -0,43%. En los Países Bajos, esta es de -0,57% y, en Alemania, de -0,71%. Esto significa que los inversores tienen que pagar a Alemania un 0,71% anual para prestar dinero al gobierno.
Este es el tipo de contexto en el cual la preocupación por unos déficits presupuestarios bajos en estos países es un completo sinsentido. Los mercados financieros están, efectivamente, rogando a estos gobiernos que pidan prestado más dinero, pero los gobiernos se niegan a hacerlo. Y la necesidad de abordar el calentamiento global hace que esta negativa sea especialmente dolorosa.
El hecho de que las tasas de interés y la inflación estén a niveles tan bajos indica que estos gobiernos están dilapidando innecesariamente el crecimiento económico así como el empleo. Tal situación ya sería de por sí suficientemente mala en tiempos normales (la gente no debería hallarse sin trabajo y sin sus necesidades cubiertas por ningún motivo), pero el panorama es aún peor cuando consideramos la imperiosa necesidad de frenar el calentamiento global.
Si no estuvieran constreñidos por la innecesaria fijación europea con el déficit presupuestario, tales gobiernos podrían estar tomando medidas firmes para reducir las emisiones. Por ejemplo, podrían sufragar directamente las instalaciones de energía solar y eólica, o bien proporcionar cuantiosos subsidios a empresas y propietarios de viviendas. Podrían estar subsidiando el salto a los coches eléctricos y haciendo que el transporte público sea más barato o incluso gratuito, a la vez que aumentando masivamente su capacidad.
Emanuel Macron intentó avanzar en esta dirección el año pasado, pero tropezó con el requisito de austeridad de la eurozona. Como Francia ya estaba cerca de los límites de déficit presupuestario exigidos en las reglas de la eurozona, se vio obligado a imponer nuevos impuestos para compensar el gasto adicional que él propuso para reducir las emisiones de GEI. Y como tales impuestos fueron en gran medida regresivos, estos provocaron una reacción masiva (las protestas de los ‘’chalecos amarillos’’), lo cual obligó a Macron a abandonar gran parte de su agenda verde.
Si Francia no tuviera que lidiar con una restricción presupuestaria artificial impuesta por la Unión Europea, Macron podría simplemente endeudarse para sufragar su agenda verde. Seguramente de esta manera las medidas tomadas hubieran sido mucho mejor recibidas. A quienes apenas pueden llegar a fin de mes, los impuestos diseñados para desincentivar el uso de energía no les hacen ninguna gracia. Probablemente, en cambio, no se indignarían si el gobierno ofreciera subsidios para mejorar el aislamiento de sus hogares o para instalar paneles solares.
La absurda fijación de la UE con los déficits presupuestarios debería recibir más atención en los medios de comunicación. Aunque los sucesos fuera de los Estados Unidos, en general, no son noticia, no ha faltado cobertura mediática de Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, y sus descabellados esfuerzos por sacar al Reino Unido de la UE.
El Brexit, y especialmente el Brexit sin acuerdo por el que Johnson parece que siente predilección, supondrá costos económicos innecesarios al país, pero el daño causado en Europa por las eludibles medidas de austeridad es mucho mayor. Si bien Johnson es retratado en los medios estadounidenses como, básicamente, un bufón hambriento de poder, los guardianes de la austeridad europea son tratados, en cambio, con un gran respeto. Pero aunque estos sean personas inteligentes y altamente educadas, con su defensa de la austeridad superan con creces la bufonería de Johnson.
Pero hay otra cuestión sobre la austeridad y la lucha contra el cambio climático que vale la pena mencionar aquí. El mundo se ha horrorizado al ver gran parte de la Amazonia en llamas. Pero si bien esto se atribuye automáticamente a las políticas de desarrollo del presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, en realidad se trata de un problema con raíces mucho más profundas.
La Amazonia es un hábitat único que debe preservarse a cualquier costo, pero la razón por la que su supervivencia tiene tal importancia en la lucha para paliar el calentamiento global se encuentra en lo que el resto del mundo ha estado haciendo. Los países ricos se han dedicado a la deforestación masiva de sus propias tierras, además de haber pagado a los países en desarrollo para que destruyan gran parte de sus bosques naturales, y así obtener de ellos madera y otros recursos. Además, estos países han estado emitiendo cuantiosas cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera durante más de un siglo.
Este es el contexto en el que la Amazonia adquiere tal relevancia hoy en día a la hora de limitar los GEI. Echarle toda la culpa a Brasil supondría, por decirlo claro, tergiversar la gestación del problema al que ahora nos enfrentamos. Brasil debe actuar para preservar la Amazonia, pero los países ricos deberían pagar por tal compromiso. Pues actuando de esta manera, Brasil se privaría de una vía que contribuiría a su desarrollo, de la misma manera que los países ricos pudieron obtener rédito económico mientras causaban daños irreparables a su medio ambiente.
Dado que el cambio climático es a todas luces un problema global, necesitamos tomar las medidas más efectivas posibles, independientemente del país. Pero si esperamos que las acciones provengan de un país en desarrollo como Brasil, los países ricos tendrán que pagar la factura.
Esta es una cuestión tanto de justicia como de realismo. No podemos obligar a Brasil a proteger la Amazonia. Nadie enviará tropas para evitar su destrucción. Lo que sí que podemos hacer es que sea más rentable para Brasil proteger la Amazonia que destruirla. Y, dada la situación económica de los países de la UE, este sería un uso inteligente de sus recursos. Quizás, algún día, tendremos un gobierno sensato en los Estados Unidos y contribuiremos con nuestra parte.