– En el norte de Colombia, los habitantes de dos municipios se unieron para convertir la restauración de manglares en su bandera de gestión comunitaria, además de asegurar su uso sostenible y garantizar su futuro, cuando el clima aumenta su valor como fijadores de carbono.
“Históricamente, han vivido de talar y de la pesca. Son usuarios directos de servicios ecosistémicos y del manglar. Buscamos un manejo adecuado, la promoción del desarrollo sostenible y el fomento a alternativas productivas. Queremos reducir emisiones”, dijo a IPS María Claudia Díazgranados, directora del colombiano Programa de Océanos de la no gubernamental Conservación Internacional (CI).
En 2014 arrancó el programa nacional de restauración de manglares y en ese marco la Asociación Ambiental de Mangleros de Balsa de los municipios de San Bernardo del Viento y San Antero, en el departamento de Córdoba, con el apoyo de CI, emprendió la protección de 8.571 hectáreas de manglar y la emisión de bonos de carbono por la deforestación evitada en Cispatá, en el golfo de Morrosquillo.
La población obtiene beneficios como pesca, madera y ecoturismo, y la meta consiste en reproducir esos réditos sociales, ambientales y económicos a largo plazo.
“Sobre los manglares hay que pensar de forma ecosistémica. Tenemos que enfocarnos en la salud del ecosistema. De esa forma, el fenómeno climático les va a afectar menos”: Jorge Herrera.
Pero esa zona enfrenta amenazas como urbanización, proyectos turísticos, infraestructura marina, pesca, corte y siembras ilegales, así como el colapso climático.
Por ello, la iniciativa planea la emisión de bonos de carbono por 1,36 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), el gas generado por las actividades humanas y gran responsable de la elevación de la temperatura en el planeta.
Con financiamiento de la transnacional estadunidense Apple, el proyecto implica la medición de carbono en el bosque y el suelo, el primero de su tipo en el mundo. La emisión ocurriría a mediados de 2020, a una tasa de cinco dólares por tonelada.
Colombia posee unas 285.000 hectáreas de manglares, lo que lo coloca como el cuarto país del continente con mayor superficie de este bioma, detrás de Brasil, México y Cuba.
En total, la región latinoamericana y caribeña está cubierta por unos 4,6 millones de hectáreas de esos humedales, en que Brasil aporta 1,4 millones.
Díazgranados habló con IPS en Mérida durante su participación en el Taller Internacional sobre Carbono Azul, organizado por el Centro para la Investigación Forestal Internacional, con sede en Indonesia, y el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza , con base en Costa Rica.
El encuentro, realizado entre el martes 24 y jueves 26 en esta ciudad situada a unos 1.300 kilómetros al sureste de Ciudad de México, congregó a funcionarios, académicos y representantes de organizaciones no gubernamentales de 10 países de la región, además de representantes de Estados Unidos.
Su objetivo consistió en intercambiar experiencias, analizar la situación de esos hábitats costeros, las políticas al respecto y el estado de la investigación.
El carbono azul define a aquel fijado por los océanos y ecosistemas marinos, como manglares, pastos marinos y marismas.
El taller coincidió con el lanzamiento, el miércoles 25 en Mónaco, del “Informe especial sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante”, del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que advierte del peligro de una catástrofe en los mares y recomienda la siembra masiva de manglares para capturar el carbono acumulado en la atmósfera.
El grupo de científicos de todo el mundo, encargado por las Naciones Unidas de seguir el fenómeno climático, alerta del progresivo y alarmante derretimiento de glaciares, la nieve, el hielo y el permafrost, la zona congelada del subsuelo.
También avisa del calentamiento y acidificación de los océanos y la subida del nivel del mar, que generan tormentas y huracanes más devastadores, impactan la disponibilidad de agua y ocasionan inundaciones severas.
En México ya se avanza también en la reparación de manglares, en sitios como el estado de Yucatán, del que Mérida es su capital, y que se asienta en la península del mismo nombre, con una de las zonas más biodiversas del país, y también de las más frágiles.
“Evaluamos la condición de los lugares y decidimos la intervención. Los sitios con condiciones de resiliencia se recuperaron muy rápido”, indicó Jorge Herrera, académico del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, adscrito al estatal Instituto Politécnico Nacional.
El investigador y su equipo rehabilitaron 30 hectáreas, de un total de 90, en el manglar “Ciénega del Progreso”, en el municipio de Progreso, mediante la renovación del flujo hidrológico en el territorio, perjudicado por la construcción de una carretera, y la siembra de 500 plántulas de mangle.
Con un presupuesto de unos 25.000 dólares para su primer bienio, la restauración comenzó en 2016 y acabó en 2018, cuando la Secretaría (ministerio) de Comunicaciones y Transporte canceló por austeridad el apoyo que estaba establecido originalmente para cinco años.
La estatal Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) calculó un potencial de restablecimiento del sitio de 500 hectáreas.
Además, el grupo rehabilitó nueve hectáreas en el manglar Curva de Yucalpetén, también en Progreso, con un presupuesto en 2018 de 5.000 dólares, mediante la construcción de canales de agua para restaurar el flujo.
El plan original consistía en la reparación de 1.000 hectáreas en siete manglares, con un fondo de 1,8 millones de dólares, pero la tijera presupuestaria lo acotó.
Los manglares, que clasifican dentro de las llamadas “soluciones naturales” recomendadas por el IPCC, protegen de inundaciones, recargan los acuíferos, mejoran la calidad del agua, combaten la erosión costera, capturan carbono y son hábitat de especies de flora y fauna.
Desde 2010, los manglares mexicanos se han recuperado ligeramente, al pasar de 764.774 hectáreas en ese año a 775.555 en 2015, según Conabio.
Yucatán aparece entre los tres estados con mayor ganancia neta de manglares –1.854 hectáreas–, para una extensión total de 93.171.
En este país latinoamericano la península de Yucatán, integrada por los estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán, posee la mayor superficie de manglares, con 421.926 hectáreas.
En 2007, Conabio, investigadores universitarios, dependencias de gobierno y ONG identificaron 81 sitios de manglar con relevancia biológica y con necesidades de rehabilitación ecológica y de los cuales clasificó 33 como prioritarios.
Expertos y ONG ambientales consideran también a El Salvador un caso de éxito por la protección a esos humedales.
En el pequeño país centroamericano, la rehabilitación comenzó en 2012. “Tenemos que defender el manglar con la restauración, bajo el enfoque de carbono azul”, declaró a IPS el funcionario Carlos Rivera, del Programa Nacional de Restauración de Ecosistemas y Paisajes del Ministerio de Medio Ambiente.
El Salvador cuenta 39.796 hectáreas de bosque salado, que albergan 1.773 toneladas de CO2 por hectárea.
El registro de extensiones, la identificación de zonas de restauración y conservación; e involucramiento de comunidades locales han sido la base del programa, reseñó Rivera.
Pero la región de América Latina y el Caribe enfrenta desafíos para mejorar el resguardo de esos ecosistemas. Solo Belice y México incluyen el carbono azul en sus políticas de reducción de emisiones, pero varios países han adoptado metas voluntarias de reforestación, incluyendo manglares, en varias iniciativas internacionales.
“Han pasado proyectos e instituciones y quienes quedan son las comunidades. Por eso es necesaria la participación local. Pero eso requiere de recursos”, para controlar los riesgos, señaló la colombiana Díazgranados.
El área en Cispatá, en su país, por ejemplo, necesita anualmente 850.000 dólares y ahora sufre un déficit de 55 por ciento.
El investigador Herrera confía en la continuación del proyecto en Yucatán, con los recursos a disposición y de sus aliados. “Sobre los manglaes hay que pensar de forma ecosistémica. Tenemos que enfocarnos en la salud del ecosistema. De esa forma, el fenómeno climático les va a afectar menos”, planteó.
Edición: Estrella Gutiérrez