Son las 9 de la mañana, afuera de El Vaticano. La representación de la Segunda Marcha Mundial por la Paz y la Noviolencia encabezada por su fundador, Rafael de la Rubia, está entrando y forma parte de la Audiencia General del papa Francisco.
Mucha gente llega desde diferentes lugares del mundo todos los días para establecer ese «contacto» con el Papa. Rafael de la Rubia está en primera fila, quiere tener la oportunidad de informar al Papa sobre el segundo intento de recorrer este planeta llevando un mensaje de paz y noviolencia a lugares donde hay conflictos externos, como guerras o gobiernos que imponen la violencia. Pero también internos, allí donde nuestra unidad interna personal se rompe por haber experimentando violencia.
La iglesia Católica y el Papa son un símbolo de fe. Ojala de fe en un cambio profundo. Al menos eso parece necesario si observamos los ojos de mucha gente acá en El Vaticano. Como la mayoría de los símbolos que hay en el mundo actual, necesitan restablecer su propósito, entender las necesidades de nuestras sociedades, tomar contacto con sus mejores momentos y tratar de reconciliar los dolores producidos, comprometiéndose para que no se repitan más.
El Papa entregó sus mejores deseos a Rafael de la Rubia y,a través de él, a todos los que llevan adelante esta tarea tan valiosa, de influir hacia la humanización de nuestra Tierra. Dio su bendición para que tenga éxito la ratificación del Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares que el Estado Vaticano ya ratificó. Y bendijo las banderas de la Marcha Mundial, aquella nueva y las de la Primera Marcha, así como la de la Marcha Suramericana.